¡Alerta, Colombia!: el cambio climático pasa factura
Especial cambio climático
¡Alerta, Colombia!: el cambio climático pasa factura

La alteración de los entornos naturales por las presiones excesivas sobre el medioambiente le está pasando una costosa factura al país. Pese a las buenas intenciones de los gobiernos y el sector privado, los suelos pierden fertilidad, las aguas se contaminan o se secan, las temperaturas se tornan insoportables y las enfermedades intestinales y dérmicas se vuelven más intensas.
En Pueblo Viejo (Magdalena) la gente se fue yendo de a poco. Esta vez no fue la violencia, sino el clima. Los pobladores vivían en la desembocadura del río Aracataca, pero el agua fue desapareciendo por la presión de los palmeros. Se alteró su ciclo y con ello los medios de producción que les daban para vivir. “Todo quedó hecho un fangal”, cuentan. En Curumaní (Cesar) la pérdida del agua y de fertilidad del suelo bajó la producción de plátano, del que dependían las familias del lugar.
Las dos historias muestran la estrecha relación entre cambio climático y desplazamiento, un fenómeno que está desalojando a poblaciones de su territorio y agudizando la pobreza. ¿Somos conscientes de cómo nos está afectando en Colombia?, se pregunta Sandra Vilardy, doctora en Ecología y Medio Ambiente y profesora de la Universidad de los Andes.
Desde 2013, Global Footprint Network reportó que la población mundial necesitaría 1,7 planetas Tierra para respaldar las demandas de recursos naturales renovables y estamos llegando a un punto de no retorno para la Amazonía. El cambio climático pide parar y replantear nuestras prácticas porque, aunque Colombia no sufrirá tanto como países del norte o del sur, gracias a que su relieve geográfico brinda un grado de protección, hay zonas que ya se están afectando.

El aumento de temperaturas en el Caribe, los Llanos Orientales y la Amazonía empieza a evidenciarse junto con precipitaciones intensas en la cordillera de los Andes, sobre todo en el suroccidente. Este cambio de clima heterogéneo se retroalimenta con la pérdida de biodiversidad, que es clave para la regulación de la temperatura y el agua.
El caso es preocupante también para los humedales de la tierra, encargados de fijar el carbono y acumular biodiversidad. La convención de Ramsar, sobre el uso de estos cuerpos de agua, indica que en las últimas décadas estamos perdiendo el 70 % de ellos.
La primera manifestación que detectan los habitantes, en especial de territorios rurales, es la alteración del ciclo del agua, que afecta la agricultura; los deslizamientos, que disminuyen la seguridad física de la gente y acrecientan la intensidad de enfermedades intestinales y dérmicas.
En ciudades como Santa Marta y Cartagena se prevé un ascenso mayor del nivel del mar, al igual que para la costa pacífica y el resto del litoral Caribe. Este aumento podría dañar la infraestructura de las ciudades porque las urbanizaciones se han tomado terrenos de este cuerpo de agua. “Pareciera que el afán económico está primando sobre el bienestar general”, señala la investigadora.
Son casi 4 millones de habitantes en estas zonas, que corresponden al 12 % de población del país; de ahí que se requieran políticas públicas que protejan a las comunidades más vulnerables por las amenazas climáticas y una planeación territorial en torno al cambio climático, a lo largo de los 6.962 kilómetros de longitud costera.
El estrés térmico es otra de las afectaciones que se intensificará, pues el excesivo aumento de la temperatura disminuirá la productividad de las empresas, debido a que se estropearán la salud de la gente y la salud pública, con el incremento de casos de hipertensión. Una realidad que podrán estar viviendo ciudades caribeñas, pero también lugares interandinos o zonas como Barrancabermeja.
Sofía Guevara Camargo, quien vive en Cartagena con su esposo, cuenta que hace 30 años era común ver a “hombres de los más clásicos” usando corbata y saco, ahora resulta imposible. “Cada vez que se va la luz y nos quedamos sin aire acondicionado o ventilador, tengo fuertes episodios de dolor de cabeza y todos sabemos que, si eso pasa una noche, Cartagena entera no duerme”, cuenta con indignación.
Las precipitaciones intensas ya se están viviendo en lugares como Tumaco, donde es usual que los barrios permanezcan inundados, lo que, sumado a la minería extractiva, los convierte en una bomba de tiempo que merma la calidad de vida. Más aún cuando el agua también resulta contaminada con mercurio, a causa del desaforado extractivismo.
El tema es tan preocupante que, con la creciente pérdida de fertilidad de los suelos, las plantas no absorben bien los nutrientes suficientes y los alimentos no aportan de igual manera a la salud de las personas. Esta realidad también elevará los precios de la comida y por ende afectará los bolsillos de los habitantes de las grandes ciudades de Colombia.
Un imperativo de responsabilidad social
La deforestación, una de las causas principales del cambio climático, viene en aumento desde el año 2000 en el país a causa de la búsqueda de suelos para ganadería y agricultura. Cifras del Global Forest Watch indican que, por esta razón, desde el 2001 hasta el 2019, Colombia perdió el 33 % de su masa forestal. Un ejemplo son las altas temperaturas que hoy padece el Caribe, donde se deforestó la mayor parte de la vegetación.
Los ojos de los deforestadores también están puestos sobre la Amazonía, el corazón que arroja vapor de agua al continente, que sufre un proceso grande de acaparamiento de tierras con fines económicos. “Hay intereses que quieren explotar esas tierras y que han permeado a los gobiernos locales y nacional. Se trata de un problema de gobernanza serio”, confirma la investigadora Vilardy.
Y aunque la cooperación internacional ha invertido recursos para frenar la presión sobre el bosque, los cultivos de palma y eucalipto avanzan. Lo urgente, entonces, es fortalecer las herramientas gubernamentales para tomar medidas concretas e identificar a las grandes cabezas detrás de todo esto.
El cambio climático no se puede revertir, pero la humanidad sí puede disminuir la tasa acelerada y mitigar sus efectos y consecuencias. Por eso, más allá de las soluciones inmediatas e individuales y de reducir los gases de efecto invernadero, la profesora Sandra Vilardy sostiene que se necesita un imperativo de responsabilidad social.
En ese escenario, el peso de las decisiones será político: gobiernos invirtiendo grandes recursos y movilizando a las empresas para una transformación real. La adaptación climática debe convertirse en un tema de política pública.
“Con la participación de las comunidades, se debe hacer una reforestación masiva en las áreas rurales de los ecosistemas destruidos”, explica Manuel Rodríguez Becerra, exministro de Medio Ambiente y profesor emérito de la Universidad de los Andes.
Algunos sectores como el bananero vienen haciendo pilotos con procesos de agricultura más tecnificados, riego de precisión y mejor manejo del agua. Los ganaderos están desarrollando prácticas más sostenibles para disminuir la deforestación y los cafeteros se están transformando. Ahora estos esfuerzos deben ser el común denominador.
Sin embargo, los expertos llaman la atención acerca de que no se trata solo de una inversión tecnológica, sino que se deben buscar soluciones para miles de campesinos que están siendo desplazados y están sufriendo las consecuencias de suelos infértiles.
Una pedagogía sobre cómo el cambio climático nos está afectando es también una tarea pendiente, porque impacta a diversos sectores y a todas las poblaciones. Vilardy sugiere trabajar con los jueces de restitución de tierras para que sus decisiones se acompañen con medidas de restauración ecosistémica.
“Para las víctimas del conflicto no es tan sencillo regresar a poblaciones cuyo territorio ha cambiado. Regresarlos a la ciénaga que está seca y solo decir métanle pescado y ya. Se deben adaptar y restaurar las tierras para volver de forma segura y encontrar medios para que la gente pueda vivir”, agrega la doctora en Ecología.
Los expertos no tienen duda: entender lo que está pasando es dejar de negar la existencia del cambio climático y su impacto. Así los habitantes de Pueblo Viejo, de Curumaní y de otro montón de pueblos colombianos no se verán forzados a seguir yéndose de a poco
Ciudades sin huella de carbono
Las ciudades no se escapan al cambio climático: al año, en el mundo, 4,6 millones de muertes ocurren en estos lugares por contaminación del aire exterior, además de 780 millones de muertes por carencia de agua potable y saneamiento básico, según explicó Manuel Rodríguez Becerra, ambientalista.
El “libro blanco” o guía de recomendaciones de la investigación “Ciudades con bajas emisiones de carbono en Colombia: un enfoque de modelaje urbano integrado para el análisis de políticas” destaca que los complejos habitacionales que hoy se construyen son oportunidades para implementar medidas que reduzcan la huella de carbono y los efectos del clima y mejoren las condiciones de habitabilidad.
El proyecto hace parte de la iniciativa UK-PACT Colombia y es liderado por Ángela Cadena y Nicanor Quijano, del Departamento de Ingeniería Eléctrica y Electrónica, y Mónica Espinosa, investigadora posdoctoral, quienes desarrollaron un documento con recomendaciones, herramientas y criterios para los proyectos urbanos del país. Tomando como estudios de caso Ciudad Verde, en Soacha, y Lagos de Torca, en el norte de Bogotá, se plantearon escenarios en sectores como energía, transporte, ecosistemas urbanos, manejo integrado del agua, residuos y edificaciones e infraestructura urbana.
Se buscan inversionistas creativos contra el cambio climático
Especial cambio climático
Se buscan inversionistas creativos contra el cambio climático
El sector privado está llamado a cambiar de mentalidad y a hacer las mayores inversiones para cumplir a tiempo los Objetivos de Desarrollo Sostenible y evitar un retroceso en la calidad de vida que hemos alcanzado. Latinoamérica esta rezagada en la adopción de nuevos modelos de negocio basados en procesos limpios y amigables con el medioambiente.
A mediados de abril de 2021, el video animado de Ralph, un conejo al que utilizan para experimentar en un laboratorio toxicológico, se hizo viral en las redes sociales. Rápidamente este cortometraje producido por la organización Human Society International ocupó los titulares de prensa en el mundo y despertó rechazo en miles de personas sobre las prácticas de testeo en animales.
Este es uno de los escenarios que pueden volverse cada vez más frecuentes si la sociedad civil sigue empoderándose y exigiendo cambios en la forma de relacionarnos con los animales y el medioambiente. “La reputación importa y puede ser explotada por los ciudadanos”, escribió el profesor emérito de la Universidad de Cambridge (Reino Unido) Partha Dasgupta en su estudio “La economía de la biodiversidad: el informe Dasgupta”.
Para Clemente del Valle, director del Centro Regional de Finanzas Sostenibles de la Universidad de los Andes, las empresas deben entenderlo rápidamente: “Cada vez más, el consumidor va a elegir lo que quiere comprar con base en los materiales utilizados, los procesos industriales y la demanda de energía limpia, por ejemplo. En la medida en que nos vamos volviendo más conscientes de que podemos consumir con un menor impacto negativo en el medioambiente, vamos a cambiar lo que demandamos y las empresas tendrán que adaptarse o perderán el mercado”.
“La biósfera responde con cambios a las demandas que le hacemos. Si nuestra demanda agregada excede su tasa de regeneración, la biósfera disminuye en cantidad, calidad o ambas”.
Partha Dasgupta
Y es que solo nos quedan 10 años para mitigar el calentamiento global, de acuerdo con el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC), una advertencia basada en más de 6.000 referencias científicas y expuesta en “Calentamiento global de 1,5 grados centígrados”, pero se necesita un mayor compromiso y una mayor inversión del sector privado para evitarlo, sobre todo en los países en desarrollo.
Un sector pasivo
A juicio de Del Valle, exdirector de la Financiera de Desarrollo Nacional, América Latina y en especial el sector privado están muy rezagados en comparación con lo que se está haciendo a nivel mundial: “Veo a los gobiernos fijando metas a 2030 o 2050, pero no al sector privado. Ni siquiera lo incorporan en sus estrategias de crecimiento y desarrollo empresarial, con muy pocas excepciones. Ellos son la pata más atrasada en este proceso”.
Esto se debe, en parte, a que no está acostumbrado a invertir en investigación porque las circunstancias de los mercados le han permitido mantenerse y crecer sin ella, explica. Además, algunas empresas continúan sin reconocer la magnitud del problema y lo manejan a través de pequeñas oficinas de sostenibilidad en sus organizaciones o por medio de fundaciones como parte de sus programas de responsabilidad corporativa.
Asimismo, todavía hay inversionistas y empresarios con la idea errada de que hacer inversiones sostenibles supone sacrificar la rentabilidad, lo que los lleva a desconocer el panorama a largo plazo y, en últimas, la sostenibilidad de los negocios a futuro; mientras que otros cometen el error de subestimar su impacto negativo en la sociedad y el medioambiente.
Sin embargo, a nivel mundial, estos sectores han reconocido en el cambio climático el próximo gran reto que afronta la humanidad a raíz de la pandemia de la COVID-19, según Del Valle. Les preocupan tanto los impactos físicos (sequía, calentamiento global, inundaciones, incremento del nivel del mar, etc.), como las transformaciones en los hábitos de consumo y en las políticas de los estados para favorecer la sostenibilidad.
“Requerimos de mucha innovación para cambiar los procesos y para que sean mucho más limpios. Parte del reto para tener un impacto transformacional en el mundo es que prácticamente todos los negocios se hagan diferente. Hacer lo mismo, pero diferente, con un componente ambiental y social que antes no teníamos incorporado”, asevera Clemente del Valle, magíster en Economía de la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres (Reino Unido).
Según un estudio de Naciones Unidas de 2015, para lograr los cambios necesarios y cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para 2030 —y así limitar el aumento de la temperatura global a un máximo de 1,5 grados centígrados—, se requería una inversión anual de entre 5 y 7 billones de dólares, de los cuales casi 4 les correspondían a los países en desarrollo. En total, en 15 años se debían invertir unos 100 billones de dólares.
Para lograrlo, los países en desarrollo tenían que aumentar los esfuerzos: el sector público debía pasar de 0,5 a 1,8 billones de dólares, mientras que el privado de 0,9 a 2,10 billones, según el “Reporte de Inversión Mundial” de 2019 de la ONU.
Y oportunidades de negocio existen, solo falta un cambio de mentalidad. En el informe “Mejores negocios, un mundo mejor”, la Comisión Económica y de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas identificó más de 60 nuevos modelos de negocio que, alineados con los ODS, tienen el potencial de generar beneficios de por lo menos 12 billones de dólares para 2030 y hasta 380 millones de empleos.
En el caso colombiano, el Centro Regional de Finanzas Sostenibles publicará a mediados de 2021 un estudio que identifica oportunidades de inversión sostenible, que pueden representar más de 100.000 millones de dólares en ingresos. Además, reconoce que un papel importante en esta transición lo jugará la economía circular —modelo de producción y consumo caracterizado por la reutilización de materiales y productos existentes para crear algo nuevo y que puede aplicarse en muchos campos—.
Sin embargo, para su director, también es preciso que los gobiernos entiendan la naturaleza de estos nuevos negocios y modifiquen las regulaciones para impulsarlos y facilitarlos.
Lo mejor y lo peor de dos mundos
“Si en el mundo el sector privado no se sube al bus con el mismo ímpetu que el público, no se van a lograr los objetivos”, sentencia Del Valle.
Esa misma advertencia la hace el economista indio nacionalizado británico Partha Dasgupta, quien fue comisionado por el Departamento del Tesoro británico para estudiar la relación actual de la economía global con la naturaleza.
Su conclusión es certera: la actividad humana ha degradado la naturaleza hasta el punto en el cual “las demandas que hacemos de sus bienes y servicios exceden con creces su capacidad de satisfacerlas de manera sostenible”.
Y esto ocurre mientras la calidad de vida de las personas en promedio está en su punto más alto: “De hecho, nunca lo habíamos pasado tan bien”, afirma.
La evidencia recogida de múltiples estudios así lo muestra: la esperanza de vida al nacer pasó de 46 años en 1950 a alrededor de 73 en la actualidad; la proporción de la población mundial que vive en la pobreza absoluta (actualmente 1,90 dólares por día) ha caído de casi 60 % en 1950 a menos del 10 % hoy; la producción mundial de bienes y servicios finales estuvo por encima de los 120 billones de dólares (a precios de 2011), lo que significa que la actividad económica medida globalmente se había multiplicado por 13 en solo 70 años.
Sin embargo, Dasgupta afirma que esto ocurre mientras “muchos ecosistemas, desde los bosques tropicales hasta los arrecifes de coral, ya se han degradado sin posibilidad de reparación o corren un riesgo inminente de alcanzar un punto de inflexión. Tales puntos podrían tener consecuencias catastróficas para nuestras economías y nuestro bienestar; y es costoso y difícil, si no imposible, hacer que un ecosistema recupere la salud una vez que ha pasado a un nuevo estado”.
“Hoy en día, nosotros mismos, junto con el ganado que criamos para la alimentación, constituimos el 96 % de la masa de todos los mamíferos del planeta. Solo el 4 % es todo lo demás, desde elefantes hasta tejones, desde alces hasta monos. Y el 70 % de todas las aves vivas en este momento son aves de corral, en su mayoría pollos para comer”.
David Attenborough, divulgador naturalista y documentalista británico; en el prefacio del “Informe Dasgupta”
Para él, el error radica en concebir la economía como algo ajeno y externo a la naturaleza, como si sus procesos no estuvieran entremezclados y las transformaciones de una no afectaran a la otra. Una idea reforzada cuando se concibe a la biósfera y sus elementos como ‘gratuitos’.
Por esa razón, hace los siguientes llamados: a comprender que los procesos naturales se caracterizan por ser silenciosos, invisibles y móviles, lo que ha dificultado que comprendamos el daño que hemos causado y sus consecuencias; a asegurarnos de que nuestras demandas no excedan su capacidad de oferta, enfatizando en la reconstrucción de la biósfera; a modificar la forma en que medimos el éxito económico para dirigirnos a un camino más sostenible, y a transformar las instituciones y sistemas para facilitar los cambios necesarios y afianzarlos para las próximas generaciones.
Y va más allá. Califica la contaminación como subproducto y producto de las actividades humanas, por lo cual tiene un valor negativo que debe ser interpretado como una depreciación de los activos impactados (bosques, atmósfera, pesca, salud humana).
Con ese panorama presente, ya no basta con mitigar los impactos negativos en la naturaleza, sino que se hace necesario impulsar los positivos.
“Él nos demostró que ser ecológicos en realidad crea más puestos de trabajo y por eso es por lo que, en el Reino Unido, no solo estamos decididos a reconstruirnos mejor después de la COVID, sino también a reconstruirnos de una manera más ecológica”, afirmó Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, durante la presentación del informe en una transmisión de The Royal Society en febrero de este año.

Reabrir colegios, remedio contra la desigualdad
Reabrir colegios, remedio contra la desigualdad
Expertos y académicos claman con urgencia por el retorno a las clases presenciales. Advierten que, de no hacerlo, la consecuencia silenciosa de esta emergencia educativa sin precedentes será el crecimiento desmedido de la brecha ya existente.
“Buenos días, bienvenidos a clase. ¿Están listos?”, dice entre risas Samuel Thomas Marroquín de 9 años, justo cuando entra a la videollamada en la que tomará la clase. Su mamá, Nancy Arévalo, cuenta que es el más ágil de la casa para conectarse y que, pese a la virtualidad, es el alma de los chistes con sus compañeros. Samuel se goza las clases, pero apunta que no es lo mismo y extraña a su profesora: “Hace rato no la veo; en clases virtuales no se siente que esté en realidad; es como si fuera un video grabado hace seis años; a veces los videos tienen mala calidad y, en serio, parecen como de 2012”.
Samuel también extraña los partidos de fútbol con sus tres mejores amigos, a quienes no ve hace más de un año cuando empezó la pandemia, al igual que los recreos jugando sin parar. Nancy está preocupada; dice que el año pasado los profesores solo les enviaban cartillas y ahora las clases virtuales son escasas. Como teme que el aprendizaje se retrase, le pide al niño que le ayude con las cuentas de la tienda para que no deje de interesarse por las matemáticas.
Samuel, igual que millones de escolares, aún no regresa al colegio. Una tragedia silenciosa la llama Sandra García Jaramillo, profesora de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, doctora en Política Social de la Universidad de Columbia e integrante del movimiento ciudadano La Educación Presencial es Vital. Esta iniciativa busca visibilizar la tarea urgente de reabrir las escuelas y tiene entre sus impulsores a García y al profesor Darío Maldonado, también de la Escuela de Gobierno, muy activos en su Twitter para presionar la reapertura de las aulas. Ambos son autores del estudio “COVID-19 y educación en Bogotá: Implicaciones del cierre de colegios y perspectivas para el 2021”, una de cuyas preocupantes conclusiones es que el cierre prolongado de las escuelas está llevando al país a una emergencia educativa nunca antes vista y al crecimiento desmedido de las brechas ya existentes.
Según el estudio, elaborado por la Escuela de Gobierno, el Centro Nacional de Consultoría y Probogotá, en 2020 desertó el 2,5 % de estudiantes de 753 hogares encuestados en Bogotá y existe el riesgo de que la cifra se triplique este año. Además, un tercio de los escolares estaban poco motivados para realizar actividades en casa, lo que en parte podría explicarse por la baja conectividad y por tener que compartir los dispositivos entre varios integrantes de la familia.
En Bogotá, en una casona en Bosa Laureles, Diana Anacona, de 28 años, acordó con su esposo dejar de trabajar como empleada doméstica para acompañar en las clases a sus hijos Dylan Santiago (8) y Miguel Ángel (5). Los tres pasan los días juntos, sorteando el uso de un único celular para entrar a clase, buscar las tareas y descargar las guías. Cuando el horario coincide, se conectan y se desconectan sucesivamente a un aula o a otra, con la consecuente pérdida de parte de las lecciones y la menor comprensión de los temas. “Eso me hace poner triste porque pierdo un poco de información de mi clase y de la de mi hermano”, dice Dylan y añade que la solución sería que su papá siempre estuviera para poder usar su celular.
“Es duro ser mamá y profesora al tiempo. Lo más duro del encierro es ser responsable de su aprendizaje y además lidiar con que no se sientan solos ni tristes”, narra Diana.
Su preocupación tiene buen piso: en medio de la pandemia, la salud mental podría ser la peor crisis del último siglo y afectar en mayor grado a niñas, niños y adolescentes. La investigadora Sandra García sostiene que los niveles de ansiedad aumentarían si continúan confinados y en ambientes con estrés. Para combatir la monotonía, Diana, en Bosa, sale a patinar con sus hijos en los parques más cercanos.
Efectos negativos en escolares
Cifras del Banco Mundial relacionadas con el índice de pobreza de aprendizaje indican que a los 10 años 50 % de niños en Colombia y América Latina no comprenden un párrafo. Sus estimativos indican que un cierre de colegios durante 7 meses incrementaría ese porcentaje a 65 y si se prolongara por un año, subiría a 70 %. ¿Qué estamos esperando? se pregunta el movimiento La Educación Presencial es Vital.
“La crisis sanitaria ha representado un choque triple para niñas, niños y adolescentes: el cierre prolongado de escuelas, el encierro por los confinamientos y la pérdida de seguridad económica en los hogares. Un choque con repercusiones que compromete el desarrollo de toda una generación”, señala García en su publicación para Unicef “COVID-19 y educación primaria y secundaria: repercusiones de la crisis e implicaciones de política pública para América Latina y el Caribe”.
Aunque por incidencia del movimiento proapertura de las aulas a principio de este año algunas ciudades capitales e intermedias han adelantado el regreso gradual, los esfuerzos son insuficientes para contener la emergencia educativa.
Las razones son claras: por un lado, hay afectaciones que se manifiestan en la pérdida de aprendizaje, especialmente en estudiantes de primaria que están adquiriendo habilidades lectoescritoras que requieren acompañamiento e interacción. En este sentido, Samuel es afortunado; su hermana Valentina, recién graduada del colegio, le ayuda a hacer las tareas; Nancy las revisa y ayuda a completar por las noches, pero aun así quedan vacíos. “Puedo apoyarlo en una clase de matemáticas, pero no soy apta para dar una clase de inglés; no soy apta para dar un acompañamiento de historia”, dice la mamá.
Por el otro lado, el colegio es un entorno protector que los mantiene alejados de comportamientos desfavorables. De ahí que haya una vulneración de múltiples derechos, que se acentúa en los niños de hogares más pobres porque, resalta Sandra García, no tienen quien les ayude a estudiar en casa y a menudo habitan en entornos más complejos.
Reconexión social y emocional, el primer paso
Sin dudarlo, Andrés Molano, profesor de la Facultad de Educación de Los Andes, afirma que lo que está viviendo la humanidad puede clasificarse como un trauma: una experiencia que causa un choque personal y que trae consecuencias familiares y emocionales. Entonces, no resulta extraño que muchos sientan emociones cambiantes a lo largo de los días. “Más aún en los niños que llevan más de un año de aislamiento”, agrega.
Por eso cuestiona el que la sociedad y los gobiernos se hayan organizado para reactivar sectores económicos como los restaurantes o comercios, cerrando vías y garantizando su funcionamiento, pero no hayan hecho lo mismo para los colegios.
Regresar a las aulas ayudará a abordar este trauma y es que, antes de pensar en reforzamientos escolares, que son primordiales, Molano sugiere hablar sobre lo que ha pasado: preguntarles cómo han vivido estos tiempos y más aún si hay familias que han sufrido pérdidas por COVID-19. Un diálogo entre profesores, estudiantes, madres y administrativos para tramitar las emociones.
Concentrar energías en el aprendizaje social y emocional también es clave, subraya Molano, doctor en Educación de la Universidad de Harvard; luego el aprendizaje académico será mucho más fácil. Un ejemplo es que un adolescente cuando está triste tramita de forma diferente esta emoción cuando tiene a un amigo cerca.
Para él abrir las escuelas es una responsabilidad moral, en especial para la primera infancia donde se sientan bases importantes en las habilidades sociales.

Defensores y detractores
La iniciativa La Educación Presencial es Vital asegura, con base científica, que la reapertura de colegios se puede dar cumpliendo con cinco requisitos: garantizar el lavado de manos, el distanciamiento físico y la ventilación o la promoción de actividades al aire libre, hacer seguimiento a síntomas y usar adecuadamente el tapabocas.
“Se trata entonces de un tema de voluntad y de dejar los miedos atrás. La virtualidad nunca reemplazará a la presencialidad”, insiste Isabel Segovia, exviceministra de Educación, quien también llama la atención sobre la afectación que sufren las mujeres al tener que abandonar sus trabajos para cuidar a los niños.
En Bogotá, a finales de marzo de 2021, de 400 instituciones oficiales, 387 ya cumplían con los requisitos del Ministerio de Salud. La rectora de un colegio oficial del sur, por ejemplo, contó que todos los protocolos estaban listos y con el uso de elementos de protección podía darse el retorno. Ellos estaban gestionando micrófonos de solapa para cuidar la voz de los profesores y cámaras para transmitir la clase y garantizar el acceso presencial y virtual.
“Bogotá se prepara desde el 2020, teniendo en cuenta las condiciones epidemiológicas. Eso no significa que la escuela no ha vuelto, porque siempre ha estado”, argumenta Mauricio Castillo, subsecretario de Calidad y Permanencia, de la Secretaría de Educación de la ciudad.
Castillo relata que los maestros han demandado muchas condiciones para la reapertura. De hecho, destaca el trabajo en una mesa de diálogo con los sindicatos e, incluso, con epidemiólogos. Se buscan soluciones en casos como que gran porcentaje de los profesores superan la edad que impide su retorno o presentan comorbilidades.
La Federación Colombiana de Educadores (Fecode) asegura que el gremio regresará de forma responsable, pero preocupa que 60 % de las instituciones incumplen los protocolos. “Hay una infraestructura de más de 40 años sin intervención y más de 900 municipios con dificultades”, explica Luis Grubert, expresidente de la organización.
Para él, volver a la presencialidad no reducirá la brecha, pues la pandemia develó realidades inatendidas que impiden el acceso a la educación a las poblaciones más pobres. En contraste, la exviceministra Isabel Segovia reitera que regresar ya produce un cambio significativo y aunque los reclamos históricos sean justificados, no es momento de hacerlos, sino de garantizar las condiciones para frenar una emergencia educativa de grandes proporciones.
Una tensión similar a la que se da entre los defensores y los detractores de la reapertura la viven Nancy y Diana. Saben que Samuel, Dylan y Miguel Ángel deben volver a los salones porque la virtualidad no llena todas sus necesidades, pero temen enviarlos al colegio porque la salud está por encima. Los niños, mientras tanto, sueñan con volver a hablar y a jugar con sus amigos e incluso extrañan a la rectora y a los profesores. Samuel lo resume tajante: “Si está abierto y la pandemia ya se fue, al día siguiente me levanto temprano y derechito pa’l colegio”.
Huella digital: el riesgoso rastro que dejamos en la red
Huella digital: El riesgoso rastro que dejamos en la red
Con el avance de las tecnologías para el análisis de grandes cantidades de datos, la información personal es una moneda de cambio muy valiosa para la industria digital, que ofrece servicios gratuitos para recopilarla, analizarla y buscar mejores ingresos por publicidad dirigida. Se cambia privacidad por acceder a bienes y servicios. En últimas, lo que está en juego son los derechos económicos y a la intimidad.
Solo con cruzar tres datos personales —edad, género y código postal o lugar de residencia— o tener acceso a una base de datos de geoposicionamiento global es posible identificar a una persona, conocer su historial médico y su rutina diaria o cobrarle más por un servicio. Todo sin invadir su privacidad, de acuerdo con investigaciones de una profesora de la Universidad de Harvard y el diario The New York Times.
En 1997, antes de los grandes avances de las tecnologías de análisis de datos, la ahora profesora de Harvard Latanya Sweeney, logró identificar en un experimento el historial médico del gobernador de Massachusetts de entonces, William Weld, cruzando únicamente fecha de nacimiento, género y cinco dígitos de su código postal entre la lista de votantes de Cambridge y la información anonimizada que tenía Group Insurance Comission, encargada de comprar seguros de salud para los empleados estatales.
En una investigación que realizó tres años después, demostró que el riesgo de identificación seguía siendo alto a pesar de las prácticas de anonimización de la época. En Simple Demographics Often Identify People Uniquely (2000), la fundadora y directora del Laboratorio de Privacidad de Datos de Harvard encontró que el 87 % de las personas que figuraban en el censo de EE. UU. de 1990 podían ser identificadas con base únicamente en los tres datos utilizados en su experimento de finales de los 90, mientras que para el 53 %, además del género y la fecha de nacimiento, ni siquiera se necesitaba el código postal —da una ubicación más precisa del lugar de residencia—, pues bastaba con saber el nombre de la ciudad.
Otro es el caso denunciado por The New York Times en 2018. En un estudio sobre información de sistemas de geoposicionamiento global (GPS) encontraron que, por más que no se guarde información para relacionar los datos con sus dueños, con el cruce de información que puede ser pública (lugar de trabajo, residencia o asistencia a algún evento público) es posible seguir los movimientos de una persona de forma muy precisa.
Por otro lado, el uso de insumos como el lugar de residencia o la geolocalización a la hora de realizar compras virtuales puede afectar los precios de los bienes y servicios en internet, lo que ha llevado a la Unión Europea a prohibir este tipo de discriminación.
“Ellos se dieron cuenta de que era más caro un tiquete para entrar a un parque en París si se compraba desde Alemania que desde España porque, en teoría, los primeros tienen más capacidad de pago que los segundos; aunque todos deberíamos tener el mismo precio por el mismo objeto”, explica María Lorena Flórez, abogada consultora en derecho de las tecnologías, protección de datos personales y protección al consumidor.
La también profesora de la Facultad de Derecho de Los Andes ha encontrado en sus investigaciones que en Colombia paquetes turísticos, tiquetes aéreos y electrodomésticos en algunos sitios web varían sus precios de acuerdo con el perfil del usuario, basado muchas veces en su historial de búsqueda y uso de aplicaciones.
“La tecnología de recolección y análisis de datos ha progresado mucho en los últimos años, lo que ha incrementado este tipo de riesgos, que, a pesar de que ya existían, eran mucho más difíciles de materializar en el pasado”, aclara Sandra Rueda, doctora en Ciencias de la Computación e Ingeniería de la Universidad del Estado de Pennsylvania (EE. UU.), quien asegura que en este momento distintos investigadores están proponiendo aproximaciones para tener un estimado más preciso sobre los riesgos de liberar información así sea anonimizada.
Qué dice la ley
La protección de los datos personales se encuentra establecida en el artículo 15 de la Constitución y desarrollada por las leyes 1266 de 2008 (de habeas data) y 1581 de 2012 (de protección de datos personales), en donde se especifican las condiciones para su recolección, tratamiento, circulación y remoción, y se determina que el ente regulador es la Superintendencia de Industria y Comercio.
Entre los derechos de los titulares de la información está la solicitud de la prueba de autorización para el tratamiento de datos —en caso de recibir una llamada, correo o mensaje sin saber cómo consiguieron el contacto— y la posibilidad de revocar dicha autorización y solicitar la supresión de la información: “bien porque se está haciendo un uso indebido de ella o por simple voluntad del titular —salvo las excepciones previstas en la normativa”, de acuerdo con la sentencia C-748 de 2011 de la Corte Constitucional.
Sin embargo, algunas empresas han ignorado esa sentencia y se escudan de forma equivocada en la misma Ley 1581 de 2012 para evitar responder cómo consiguen la información personal o acceder a su eliminación, asegura Flórez. Por estos casos, la Superindustria sancionó, por ejemplo, a Falabella y Rappi por medio de la Resolución 9800 del 2019.
Privacidad: ¿un derecho en vía de extinción?
“Mucha gente desde el lado de la tecnología asegura que la privacidad ya murió, pero eso no es cierto. En este país, cuando llegamos a casa cerramos la puerta y en muchas partes viven con las cortinas completamente cerradas todo el tiempo. Pero eso que tenemos tan claro en el mundo físico parece desdibujarse en el virtual porque no sentimos que sea una intromisión”, afirma Pilar Sáenz, coordinadora de proyectos en tecnología y privacidad de Karisma, una organización de la sociedad civil que promueve la protección de los derechos humanos en el mundo digital.
Con la masificación de internet y las redes sociales, la aparición de aplicaciones móviles, el historial de búsquedas en la web y los múltiples aparatos inteligentes que son enlazados con las cuentas personales (televisor, reloj, nevera, etc.), es cada vez mayor la cantidad de datos que entregamos, lo que incrementa también las posibilidades de análisis.
“Estamos dando una información tan privada que ni nosotros mismos la conocemos tan bien. Con ella, las empresas crean un perfil nuestro y nos ponen en algunos de sus grupos para ofrecernos bienes y servicios según nuestros gustos. Es muy curioso que la gente se aferre a cosas físicas, pero no a su privacidad e intimidad, fotos íntimas o gustos”, asevera Flórez.
Por ejemplo, en un reportaje de NPR de 2016, el entonces jefe de Investigación Económica de Uber Keith Chen, contó que en los análisis de datos que realiza la empresa encontraron que los usuarios son más propensos a pagar tarifas más altas en sus viajes cuando tienen poca batería en sus celulares; aunque aseguró que esta variable no es tenida en cuenta a la hora de calcular el precio de una carrera, sí es una señal de qué tipo de información se entrega y qué se podría hacer con ella.
De allí que organizaciones como Amnistía Internacional hagan un llamado a cambiar los modelos de negocios basados en la recolección de datos personales para ofrecer publicidad personalizada y permitirles a los usuarios acceder a los servicios sin ser forzados a entregar su información. Principalmente a los de las dos compañías dominantes: Facebook y Google.
“Estas dos empresas recopilan una gran cantidad de datos relacionados con qué buscamos en internet, adónde vamos, con quiénes hablamos, qué leemos y, mediante los análisis que hoy son posibles por los avances tecnológicos, tienen el poder de inferir cuál puede ser nuestro estado de ánimo, nuestra etnia, nuestra orientación sexual, nuestra opinión política y nuestra mayor vulnerabilidad. Algunas de estas categorías, incluidas características protegidas por los derechos humanos, se ponen a disposición de terceros con el propósito de segmentar a los usuarios de internet para brindarles anuncios e información de forma dirigida”, señala la ONG en su informe Gigantes de la vigilancia.
Además de ellas, existen otras empresas como Acxiom, Oracle, Equifax, Quantcast y Tapad que ofrecen a terceros sus servicios de recolección de este tipo de datos para suministrar productos que se derivan de la venta directa de la información o de su análisis. Son conocidos como corredores de datos o data brokers y funcionan a nivel mundial.
Para Sandra Rueda, profesora de Ingeniería de Sistemas y Computación de la Universidad de los Andes, esto se lleva a cabo con una justificación legítima: ofrecer una mejor experiencia al usuario o cliente y analizar la información, procesarla y tomar decisiones de negocios que pueden representar una ventaja competitiva, pero es necesario hacerlo de forma ética, manejándolos como si fueran los datos propios.
Sin embargo, esta información puede ser utilizada para agresivas campañas de publicidad basadas en la psicología del mercadeo en donde se puede influenciar al consumidor a la hora de elegir qué comprar. “Muchas veces no sé si necesito esas cosas que compro o si las empresas de mercadeo me las están metiendo hasta los ojos para hacerme creer que es así”, reflexiona Flórez.
Otro riesgo, de acuerdo con Andrés Páez —doctor en Filosofía de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (EE. UU.)— es el sesgo de confirmación, el cual ocurre cuando las redes sociales filtran la información que les llega a los usuarios, según sus gustos y preferencias políticas: “Se generan burbujas epistémicas en donde solo leo y escucho noticias que confirman lo que yo creo. No es solo la publicidad que nos llega, sino también los contenidos. Esto impide que se acceda a puntos de vista diversos y ayuda a la polarización política”.
Mi perfil en Facebook y Google
Para conocer la información recogida por Google se puede ingresar desde un navegador Chrome, luego de iniciar sesión con una cuenta de Gmail, a https://adssettings.google.com/ y https://myactivity.google.com/. En ambos casos se puede detener y borrar el almacenamiento de información.
En cuanto a Facebook, es necesario dar clic en Configuración y privacidad > Configuración > Tu información de Facebook > Acceder a tu información.
Sin nada que esconder ni derecho al olvido
En Colombia, está prohibido vender y compartir bases de datos con información personal, a menos que se cuente con el consentimiento de la persona, algo a lo que se accede cuando se aceptan los términos y condiciones de las páginas web, aplicaciones o establecimientos comerciales muchas veces sin leerlos: “La información se comparte también con sus socios, aliados o proveedores de servicios como empresas de publicidad y mercadeo. Sería una muy buena práctica que los empresarios les dijeran a sus clientes o usuarios con quiénes la comparten para que, por lo menos, sepan quiénes los pueden estar llamado”, asegura María Lorena Flórez, doctora en Derecho de la Escuela Superior de Santa Ana, Pisa (Italia) y magíster en Derecho y Tecnología de la Universidad de Tilburgo (Holanda).
Actualmente, la ley no obliga a las empresas a contar con quién comparten la información de los usuarios, qué usos le dan ni exige que su recolección esté deshabilitada por defecto, contrario a lo que ocurre en Europa.
A criterio de Pilar Sáenz y la Fundación Karisma, no basta con los términos de condiciones y servicios: “Cuando entras a una página web con base en la UE, todas las opciones de rastreo están deshabilitadas, no guardan información sobre ti, a menos que quieras lo contrario. En este caso, como usuario comienzas a habilitar una a una las funciones; pero acá, la única opción que brindan es no usarla, en vez de dejar que se haga una configuración sobre qué información se quieren compartir”.
Por otro lado, algunos estudiantes de Flórez, Rueda o Páez concuerdan en que no tienen nada que esconder ni perciben algún miedo a la hora de compartir sus datos de forma pública. Además, parten del imaginario de que empresas como Microsoft, Google o Facebook ya tienen toda su información, por lo que no queda mucho por cuidar.
De acuerdo con Páez, profesor de Filosofía con especial interés de investigación en la interacción entre humanos y sistemas artificiales autónomos e integrante del Centro de Investigación y Formación en Inteligencia Artificial (CinfonIA) de la Universidad de los Andes, esa disyuntiva ética se plantea de diferentes maneras dependiendo de las edades: “En las generaciones mayores se ha incrementado la preocupación por la privacidad, ya que entienden que existe un conflicto entre privacidad y seguridad, pero las más jóvenes no encuentran un conflicto porque nacieron en medio del mundo digital y sin valorar la privacidad”.
Para él, la diferencia es el factor de riesgo percibido. Cuando la gente regala su información, no está esperando que los algoritmos hagan algo con ella, sino que otras personas la vean e interactúen con ella: “Si Spotify decide qué canción sigue; Netflix, qué película ver o Amazon, qué libro comprar, la gente se arriesga porque no le cuesta mucho”.
Sin embargo, esta posición es problemática para María Lorena Flórez y Sandra Rueda.
“A mí sí me parece que es importante, sobre todo en un país como Colombia en donde conocer dónde estás, dónde vives y tus gustos, me da un perfil para saber cuándo ir a tu residencia cuando esté sola, por ejemplo. ¿Es necesario publicar en tiempo real todo lo que se hace?”, reflexiona Flórez.
Además, para Rueda, es necesario ser conscientes de que ahora todo es susceptible de quedar registrado en la web, lo que puede hacer que los jóvenes tengan que enfrentarse a responder por sus equivocaciones en un futuro: “Esto puede afectar la búsqueda de trabajo, por ejemplo, a pesar de que los jóvenes deberían tener derecho a equivocarse”.
A esto se suman los riesgos en seguridad en internet, por lo cual Juan Diego Jiménez coordinador del laboratorio de Informática Forense de Los Andes, recomienda pensar dos veces y tomar decisiones más prudentes a la hora de descargar una aplicación o publicar algo, informarse sobre lo que ofrecen realmente las herramientas para no suponer sus alcances, usar configuraciones de privacidad y herramientas tecnológicas que los dejen borrar su huella digital y cambiar las claves con frecuencia. Además, Flórez agrega lo siguiente: hacer una limpieza anual de fotos, videos y publicaciones, y ser conscientes de que, una vez algo es publicado, puede convertirse en público así no se desee.
“Si al conocer cómo nos tienen perfilados, seguimos sintiéndonos cómodos con que tengan tanta información, está bien. De lo contrario, se debería tener toda la posibilidad de decir: No. Basta. Paremos”, concluye Pilar Sáenz.
Gaviria y Savater: Pérdida, amor y memoria
Pérdida, amor y memoria
El filósofo y escritor Fernando Savater charló con el rector de Los Andes, Alejandro Gaviria, en la edición 2021 del Hay Festival, en medio de la pandemia. Tuvieron como eje del diálogo La peor parte, el más reciente libro del español. Fragmentos de la conversación.
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La peor parte, del escritor español Fernando Savater, es un libro sobre el tormento por la muerte de su esposa, Sara. “Es sobre la naturaleza paradójica del amor. Mientras más amamos más doloroso es el desprendimiento, es como si la vida o el universo quisieran cobrarnos las dichas. Las presencias más entrañables serán siempre las ausencias más dolorosas. Es también un libro sobre la vida y la muerte”, describe el también escritor, exministro de Salud y actual rector de la Universidad de los Andes, Alejandro Gaviria.
Savater es autor de más de cincuenta títulos que abarcan ensayo político y literario, narrativa y teatro, como Ética para Amador y Política para Amador. Es también doctor honoris causa de distintas universidades en Europa y Latinoamérica y ha ganado prestigiosos galardones como el Ortega y Gasset o el Premio Planeta. Gaviria, por su parte, es doctor en Economía de la Universidad de California, ha publicado ocho libros, entre los que se destacan Hoy es siempre todavía y Otro fin del mundo es posible, y ha ganado diferentes premios, entre estos, el Simón Bolívar de Periodismo.
Alejandro Gaviria: ¿Cómo va todo en medio de la pandemia? Dijiste hace poco que uno comienza a obsesionarse. Yo estoy obsesionado con que esto nos va a dejar marcados por mucho tiempo.
Fernando Savater: Pasé otra pandemia, ¿sabías? Cuando era pequeño, en el año 57, tenía 10 u 11 años, hubo otra pandemia en Europa y creo que fuera de ella también. La llamaron la ‘gripe asiática’, o sea que, evidentemente, venía del mismo sitio. Recuerdo, vagamente, la preocupación de mis padres. Estuvimos un par de días sin ir al colegio, pero salimos de ello. Duró año y pico. Hoy hay gente de mi edad que ni se acuerda de aquello. Fue algo tan traumático y 60 años después nadie se acuerda. Quizás eso sea bueno. A lo mejor dentro de 50 años tendremos que explicarlo: “Que sí, que fue verdad, que estuvimos con mascarilla y confinados”. No sé, a lo mejor se ha olvidado dentro de medio siglo y se han olvidado de nosotros.
AG: Hablemos de la primera parte de tu libro y de una especie de paradoja, me parece muy interesante tu predilección por los grandes pesimistas, por Schopenhauer, Lovecraft, etc. Comparto esa predilección, pero, al mismo tiempo, tu optimismo casi irredento. Has dicho: “Mientras dure la vida no hay que dar por perdida esta aventura”, que me recuerda a Borges, quien dijo alguna vez: “El mero hecho de ser es tan prodigioso que ninguna desventura debe eximirnos de una suerte de gratitud cósmica”. ¿Cómo es esa vaina de alimentarse de pesimismo, pero al mismo tiempo irradiar optimismo vital?
FS: Todo el mundo me ha considerado siempre muy optimista y yo, la verdad, siempre me he tenido como un pesimista activo. Soy pesimista precisamente por eso, porque no creo que nadie vaya a venir de fuera a salvarnos, que vaya a haber algún evento sobrenatural que nos redima. Por eso creo que tenemos que actuar, porque verdaderamente todo depende de lo que hagamos nosotros. Sí, he luchado y he sido activo, pero no por optimismo sino por pesimismo. Si uno no nada, la corriente lo arrastra.
AG: Me parece que hay ciertas rutinas en el corazón humano que se repiten, que el contexto puede ser distinto, pero hay muchas afinidades y, de alguna manera, los libros que narran la tristeza y el dolor pueden ser para quien los lee una forma de lidiar con el duelo. Alguien me mencionó tu libro y dijo: “Me sirvió mucho para entender la muerte de mi esposo”. Dices que reconciliarse con el destino propio es una hazaña. Contarlo tal vez sea ayudarles a los otros. De esa manera, es una doble hazaña. Encuentro en el libro no una rabia existencial, sino cierta resignación melancólica, casi festiva, una celebración de la vida.
FS: En realidad, no trata de mi dolor, de la pérdida, de la ausencia, de mis penas. Puedo ser más o menos vanidoso, pero no tan ingenuo como para creer que la gente está preocupada por si estoy alegre o triste. No. El libro es una celebración de Sara. De alguna manera, lo que quería era que no pasara al olvido. Yo podía hacer que la recordaran, dar detalles de su vida, de cómo era, de cómo la sentí. Quizás para que otras personas también la echasen de menos y se enamoraran un poco de ella. No trata de mi dolor sino de su vida, de su lucha y de su fuerza. Ahora, lógicamente, parte de mi dolor. Yo no habría escrito ese libro si ella no se hubiera muerto. Habla precisamente de la recuperación por medio de la memoria.
AG: Tú describes las luchas políticas compartidas —Sara no solamente fue tu compañera de vida sino también compañera de lucha— contra ese nacionalismo destructor. Infortunadamente, me parece que ese nacionalismo parece ahora más vivo que nunca. Incluso ahora tenemos nacionalismo de vacunas. ¿Eres optimista sobre este tema? ¿Esos nacionalismos exacerbados dónde van a terminar? ¿Estamos entrando en una etapa de esas de locura? ¿Debemos, como Montaigne, escondernos un poco mientras la humanidad recobra la razón?
FS: Los nacionalismos, los racismos, desgraciadamente, son una parte oscura pero permanente de la vida porque dependen de lo mejor que tenemos que es nuestro instinto social. El nacionalismo y el racismo, que es el colmo de la exclusión del otro, brotan precisamente de lo mejor de nuestro deseo de unidad social, de nuestro deseo de semejanza con los otros. Tenemos tanto deseo de asemejarnos a los otros que no toleramos a los que no se asemejan del todo, creamos inmediatamente barreras infranqueables con los que difieren de nosotros. Cuando uno ha viajado mucho en la vida o ha vivido mucho, lo que sorprende no es lo diferentes que son los pueblos y las personas, sino lo mucho que se parecen. Mucha gente se empeña siempre en decirte: “Al viajar ves la diversidad del mundo”, pero esa diversidad del mundo es de cosas superficiales. Y es muy agradable. A mí me encanta ir a Bogotá y tomar ajiaco. Es una cosa que no encuentro nunca en San Sebastián, esa variedad de cosas es excelente.
“Soy pesimista porque no creo que nadie vaya a venir de fuera a salvarnos, que vaya a haber algún evento sobrenatural que nos redima. Tenemos que actuar, porque verdaderamente todo depende de lo que hagamos nosotros. Sí, he luchado y he sido activo, pero no por optimismo sino por pesimismo. Si uno no nada, la corriente lo arrastra”.
Ahora, en los problemas esenciales, los seres humanos como tales, sus afectos, sus miedos, son iguales en todas partes. Ese es uno de los problemas, de los grandes errores que ha tenido la época moderna, esa insistencia en la diversidad de lo humano. Lo importante es la semejanza, lo parecidos que somos, es comprender los dolores de los demás, las necesidades de los otros porque son como nosotros. La forma de afrontar, por ejemplo, una epidemia universal en su momento, es darnos cuenta de que todos somos parecidos, nos contagiamos todos, los virus nos pasan de uno a otro. Los virus van y vienen, nos atacan a todos y sabemos que lo perfecto sería que entre todos lográramos una vacuna, un medio para curar.
“Los nacionalismos son un egoísmo colectivo y en el momento en el que hay una razón para ese egoísmo como, por ejemplo, las vacunas, el miedo, la muerte y el deseo de salvarnos, es como el legado del cuadro de Géricault”, afirma Fernando Savater.
AG: Hay una frase de Borges que dice: “Todos somos voces de la misma penuria” que describe en mi opinión eso que tú quieres enfatizar. Todos estamos sufriendo la pandemia. Pero el tribalismo hace parte también de eso que nos define como especie, entonces resulta difícil a veces insistir en que todos somos iguales, que somos una comunidad global. ¿Tienes más preocupaciones por el nacionalismo ahora que hace un tiempo? ¿Crees que es el mismo problema de siempre?
FS: Los nacionalismos son, en el fondo, egoísmos colectivos. El momento en el que hay unas vacunas y, a lo mejor, alguien piensa que no va a haber para todos, entonces, indirectamente, surge la coartada nacionalista para quedarse con las vacunas y no dárselas a los demás. Ahí se buscan siempre razones patrióticas, históricas. Esto se está viendo sobre todo en los grandes países, que pueden defender lo suyo mejor que otros. Y no solamente se quedan con lo suyo; si pueden, les quitan a los de al lado. Algunos creen que el mundo es como La balsa de la medusa de Géricault (ver foto), en la que hay que subirse, los demás se van ahogando y se los comen los tiburones alrededor, pero nosotros nos salvamos. Y la verdad es que no es así. Cada vez más nos damos cuenta de que la humanidad o se salva junta o perece junta.

AG: Quiero entrar a uno de los asuntos más duros del libro, uno de los que más me llamó la atención, porque de alguna manera coincide con mi experiencia vital y es una visita que haces a la oficina del médico que jugó un papel importante en la enfermedad. Él te miente piadosamente y dices en el libro que no lo has perdonado plenamente, que todavía le guardas un poco de rencor. Quiero compartir un poco mi experiencia como paciente de cáncer y como ministro de Salud. Leí alguna vez que el 40 % de los oncólogos reconocen dar medicamentos que no van a servir para nada a sus pacientes, porque no son capaces de tener la conversación con ellos o con sus familias. Hay una tiranía de la esperanza imposible de vencer. Quizás el doctor es solo culpable de una cosa, de no reconocer plenamente sus poderes limitados, exiguos. No te quiero hacer una pregunta sino una invitación a perdonarlo y a perdonarlo, tal vez, completamente.
FS: Por una parte, tengo un cierto remordimiento por guardar rencor a las personas que, evidentemente, me ayudaron. A los médicos que me querían ayudar frente a una enfermedad que no pueden curar. Pienso que si, a lo mejor, el primer día me hubieran dicho: “Mira, no hay nada que hacer”, pues eso me iba a destrozar todavía más. Mejor las falsas esperanzas, es verdad. Me gusta esa expresión que usas de la “tiranía de la esperanza”, porque lo es, pero también es como una especie de promesa de salvación que uno mantiene viva, es la que te hace vivir, te hace levantarte por las mañanas, cuando, en el fondo, sabes que esa esperanza no está sujeta a nada. Siempre hay la posibilidad de lo inesperado y uno se aferra. Ahora guardo una especie de rencor, primero, porque fracasaron y, luego, porque no me dijeron que el fracaso era inevitable. Comprendo que es irracional, estoy culpando a personas que no tienen la culpa de lo que ocurrió, pero, sin embargo, ahí ha estado y no podemos remediarlo.
AG: Voy a leer algo que David Rieff, el hijo de Susan Sontag, escribió en un libro sobre el cáncer de su madre, para poner de presente que eso que viviste tal vez lo viven casi todos los pacientes de cáncer. Lo dice de esta manera patética pero interesante: “Todos saben que el paciente va a morir, pero pretenden que hay esperanza. Siguen estrictamente los rituales, pues consideran que esos son los deseos del paciente. Mientras tanto, el paciente observa al médico, quien ofrece una nueva alternativa de tratamiento y piensa, para sí mismo, que si el médico pensara que no va a funcionar no se lo ofrecería. Pero lo que el médico no dice es que las probabilidades son mínimas y que solo está respondiendo a las necesidades del paciente por esperanza. Es surrealista. Es una especie de negociación implícita con la esperanza”.
“Evidentemente, hoy, el asunto es el encarnizamiento por intentar mantener a toda costa el funcionamiento de algunas variables vitales que no son la vida. Dicen: “Mantener la vida”. No, mantener la vida es otra cosa. Todos sabemos lo que es la vida y no es que el corazón esté latiendo, que todavía se bombee por medio de unos sistemas técnicos o por una respiración asistida. Eso no es la vida”.
FS: Él cuenta hasta qué punto ella se agarró, hasta el final, a cualquier posibilidad de curación. Cuando, en el fondo, era una mujer muy inteligente y conocía lo suficiente su caso como para saber que no había curación posible. Sin embargo, se agarró, aceptando incluso cualquier encarnizamiento médico para salvarse. Esas son las complejidades de nuestro corazón. Los que hemos estado junto a una persona adorada muriendo y nos destroza su agonía, vivimos un momento cuando tenemos una lucha entre el deseo porque todo acabe de una vez y, por otro lado, que no acabe, que siga, aunque sea doloroso, aunque siga quejándose y sufriendo, pero uno no quiere perderla. Esas son las cosas que le dan su drama a la vida.
“Cada vez más nos damos cuenta de que la humanidad o se salva junta o perece junta”.
AG: Hay otro libro que quisiera traer a cuento y es Mortalidad de Christopher Hitchens. Yo creía que él iba a morir tranquilamente, aceptando su destino inexorable, pero no, también se sometió a todas las indignidades de lo que él llama tumorlandia.
FS: En lo de Hitchens hay una diferencia, porque él habla de su enfermedad. Eso es otra cosa, porque puedes, efectivamente, desde tu enfermedad, juzgar si quieres que te den esperanzas o prefieres la verdad a toda costa. Pero es diferente cuando estás viendo sufrir a otra persona con la que has vivido muchos años. Yo no soportaba verle una lágrima, aunque fuera por una trivialidad, me descomponía todo el día. El dolor de ver sufrir a quien tú quieres más que a ti mismo, ahí es cuando uno se aferra a cualquier cosa, a cualquier absurdo, a cualquier remedio imaginario.
AG: Hay un tema que me quedé esperando en el libro y no está: la buena muerte o la eutanasia. Aquí en Colombia estuve en esos debates que son también importantes en buena parte del mundo ¿Qué opinas?
FS: Soy partidario del suicidio asistido. Creo que las personas tenemos derecho a decir cuándo queremos vivir y cuándo no. Desde los griegos, los romanos, está la tradición de que uno vive mientras cree que la vida está mereciendo la pena y luego debe tener la posibilidad de abandonarla. Marco Aurelio decía que cuando uno ya no aguanta en la vida debería salir. Evidentemente, hoy, el asunto es el encarnizamiento por intentar mantener a toda costa el funcionamiento de algunas variables vitales que no son la vida. Dicen: “Mantener la vida”. No, mantener la vida es otra cosa. Todos sabemos lo que es la vida y no es que el corazón esté latiendo, que todavía se bombee por medio de unos sistemas técnicos o por una respiración asistida. Eso no es la vida. El problema es cuando tenemos que decidir sobre la vida de otro, cuando un ser querido está sufriendo de una manera terrible y yo sé que hay un medio de acabar con este sufrimiento, sin posibilidades de curación. A lo mejor el verdadero acto de amor es aceptar el dolor de ser tú quien diga: “Sí, hay que cortar este sufrimiento”. Es uno de los problemas morales, como ocurre con el aborto o con otros temas que me alegra que moralmente despierten problemas en la gente. Me parece importante que veamos que la vida tiene problemas morales aunque haya leyes que ya digan lo que hay que hacer.
AG: Claramente este es un problema moral que no tiene solución, pero también tenemos que aceptar que la tecnología se incrustó en esta última parte de la vida y que la obstinación terapéutica es un problema. El 80 % de las personas dicen querer morir en sus casas y solamente 20 % o 30 % lo logran. Acá una reflexión interesante que hace un médico y bioeticista colombiano: “Se nos ha expropiado la vida hasta el último suspiro. Hasta hace poco la muerte se consideraba algo natural e inevitable que requería preparación individual, familiar y social, incluso, había manuales para guiar este proceso, pero cuando se descubrieron la penicilina y otras tecnologías curativas, la humanidad tuvo clara su capacidad para hacerle frente a la muerte a gran escala. Este éxito de vencer las causas prematuras de la muerte nos hizo creer que se podía hacer lo mismo con todas las enfermedades mortales. Los médicos se creyeron, entonces, con la autoridad y la responsabilidad para lograrlo”. Esa lucha inútil, tal vez, contra la muerte, le está haciendo daño a la humanidad y hemos olvidado un poco cómo morir o cómo morir de la mejor manera.
FS: Siempre han existido diversas formas de tratar a la muerte, como por ejemplo Montaigne, que es uno de los espíritus más modernos que vinieron antes que nosotros. En la época de Montaigne, la gente moría rodeada de sus deudos, de su familia, hasta de gente que subía de la calle y se ponía a llorar en las escaleras porque estaba muriendo un fulano. La muerte era un hecho colectivo. En cambio había otros que no querían eso. Montaigne, por ejemplo, decía querer irse lejos para morir rodeado de personas que no lo hubieran visto vivo, extraños. Le parecía intolerable que las personas vieran su rostro muerto y ya no se les olvidara y lo recordaran como muerto y no como vivo.
AG: Coincidencialmente Montaigne también vivió la peste, vivió una epidemia.
FS: Lo habían nombrado alcalde de Burdeos y escapó de la Alcaldía.
“Cuando uno ha viajado mucho en la vida o ha vivido mucho, lo que sorprende no es lo diferentes que son los pueblos y las personas, sino lo mucho que se parecen”.
AG: Hay un último momento, tal vez el que me arrancó una lágrima, es en Baltimore, y está Sara muy enferma. Ustedes están caminando, entran a un cine, no hay nadie, son los únicos espectadores y hay un momento donde ustedes tienen esa última sonrisa.
FS: Allí en Baltimore, en el muelle donde paseábamos juntos, despacito, en el día que hacía el sol, para que ella se moviera un poco, había un local de estos donde exhiben diversos récords Guinness: el hombre más alto, el más gordo, cosas de estas. Entonces, un día le dije: “Vamos a entrar”. Al final, había una sala de cine. No había nadie más. Nos metimos los dos y esperábamos una película documental, pero era una sala donde ponen películas en tres dimensiones. La butaca se movía, se agitaba, unos ratoncitos corrían y se escondían entre las cosas, era una especie de juego, un cine interactivo. Cuando empezó esto, a pesar de la situación, nos reímos. Por última vez como que me encontré feliz con ella y era porque ella estaba feliz. Ese es uno de los buenos recuerdos que guardo como un tesoro de aquella época tan terrible.
Hipopótamos: el dilema de controlar una especie carismática e invasora
Hipopótamos: el dilema de controlar una especie carismática e invasora
La historia es conocida. Pablo Escobar trajo cuatro hipopótamos a Colombia en los 80. Unos escaparon de su Hacienda Nápoles (Antioquia) tras la muerte del jefe del Cartel de Medellín y, décadas después, el artículo “Un hipopótamo en el cuarto” —publicado en la revista Biological Conservation—, revivió el debate sobre la expansión de esta especie en el Magdalena y las medidas para frenarla. ¿Qué tener en cuenta a la hora de tomar una decisión sobre una especie invasora?
“A veces tengo la sensación de que la gente piensa que nosotros planteamos el artículo para justificar una ‘sed de matanza’ de los hipopótamos y porque nos parece lo más fácil, cuando fue todo lo contrario —afirma Nataly Castelblanco, doctora en Ecología y Desarrollo Sustentable de El Colegio de la Frontera Sur (México) y autora principal del estudio ‘Un hipopótamo en el cuarto’—. El ejercicio académico que hicimos fue tratar de buscar elementos para que el debate sobre qué hacer con esta especie invasora se cimente en razones técnicas y científicas más que en la emocionalidad”.
Y es que para ella y los demás autores del escrito es imperativo actuar en este momento porque en unos años puede ser demasiado tarde, dado que el crecimiento exponencial de estos animales trae consigo cambios dañinos para los ecosistemas. Sus cálculos, basados en los modelos probabilísticos de Análisis de Variación de la Población, indican que de cuatro individuos iniciales, un macho y tres hembras, se pasó a alrededor de 100 que hoy circulan libres en el Magdalena Medio. Una cifra similar a la de trabajos previos que hablaban de unos 85.
El artículo, en el que participaron la Pontificia Universidad Javeriana, el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional y el Instituto Humboldt, concluye que la extracción de 30 hipopótamos por año es la única solución efectiva para controlar la especie en poco más de una década. “Con una tasa de extracción anual de 20, la población disminuye hasta el año 2042, pero luego se recupera y alcanza los 1.500 individuos”.
Cuando hablan de extracción se refieren a expulsarlos de los ecosistemas invadidos con una mezcla de acciones como su castración y reubicación en zoológicos y hábitats controlados, cuando sea posible, o el sacrificio o caza de control en casos particulares.
En la orilla contraria, los conservacionistas compasivos (entre ellos movimientos animalistas) sostienen que el sacrificio debe ser la última opción y es preciso estudiar y privilegiar otras alternativas, sin importar el costo económico. Aquí también hay voces a favor de la castración como única medida de control —esperan que los animales mueran de forma natural— y otras que promueven la no intervención para que el ecosistema se adapte solo.
Sin embargo, el biólogo Daniel Cadena, decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de los Andes, llama la atención sobre el costo de esperar a que en el largo plazo el ecosistema se ajuste a la presencia de una especie exótica invasora. En el entretanto, muchas otras se verán desplazadas, estarán en peligro de extinción o desaparecerán, sumado a las consecuencias económicas y sociales que esto traería.
Debates éticos en decisiones difíciles
En medio de las posiciones enfrentadas sobre las alternativas de control de esta y otras especies invasoras hay un conflicto de intereses entre dos formas de aproximarse al mundo: las éticas ambiental y animal. ¿Cómo encontrar una solución?
Andrea Lehner, magíster en Filosofía de Los Andes y doctora en Estética de la Universidad de París X Nanterre, interesada en el estudio filosófico de la relación humano-naturaleza, explicó en el foro Hipopótamos en la Sala organizado por la Universidad de los Andes y la Pontificia Universidad Javeriana a mediados de febrero, que la diferencia se da por el lugar en el que ambas corrientes ubican el centro de valor —o los elementos a los que les dan más importancia— a la hora de hacer un balance ético para tomar decisiones.
Para el grupo de los científicos de la conservación —según el análisis de Lehner, profesora de Filosofía de Los Andes— ese centro está en la biodiversidad, la integridad del ecosistema, las poblaciones y comunidades como un todo, desde una lógica bio-eco-socio-lógica con toma de decisiones informada por estudios empíricos y modelos científicos. Mientras que los conservacionistas compasivos ubican como centro los intereses de los individuos sintientes y el bienestar animal, desde una lógica humanista con toma de decisiones informada por valores culturales.
En otras palabras, el debate está en qué proteger: el ecosistema como un todo —con su diversidad y servicios ambientales (o beneficios que aporta a la sociedad, como la pesca)— y, además, la seguridad de las personas (es el mamífero que más humanos mata en África) o los individuos (en este caso, los hipopótamos).
Para Castelblanco, bióloga de la Universidad Nacional, magíster en Biología de Agua Dulce y Pesca Interior del Instituto Nacional de Pesquería de la Amazonía e investigadora del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México, la respuesta es fácil: “Como ecóloga y bióloga de la conservación, si me ponen a escoger, me inclino por preservar el ecosistema, que además se encuentra muy presionado e impactado por muchísimos otros factores; y a sus especies nativas, muchas de las cuales ya están en peligro de extinción. Como persona tengo un dilema interno porque no me parece bonito salir a matar animales, pero toca hacer algo”.
“Llevamos 30 años dándole largas al problema y la información es suficiente para actuar: tenemos estudios sobre la tendencia de crecimiento, la baja efectividad de la esterilización para controlar el crecimiento poblacional, los impactos físicos y químicos en el agua de los ambientes donde viven en África. Pero sospecho que no se ha tomado una decisión por no querer asumir los costos políticos y ante la opinión pública que puede traer “, reflexiona Daniel Cadena, decano de la Facultad de Ciencias de Los Andes.
En contraposición, para los conservacionistas compasivos y animalistas, cada hipopótamo es importante porque son seres sintientes, con un sistema nervioso central desarrollado. “En una aproximación como especie, los animales son tratados como recursos, sin tener en cuenta a cada individuo, su capacidad de sentir dolor, sus hábitos y proyección”, explica Carlos Andrés Muñoz, profesor de la Universidad Simón Bolívar y director de Abogato Jurídico (firma de abogados dedicada al derecho animal).
“Acá no cabe una aproximación utilitarista con la solución que cueste menos y sea menos dañina, más teniendo en cuenta que el problema es producto de la negligencia del Estado colombiano”, afirma categóricamente el abogado y filósofo de la Universidad Libre con maestría en Bioética de la Pontificia Universidad Javeriana. “Los animales no tienen por qué pagar las consecuencias”. En caso de que se decida que es necesario sacrificar a algunos individuos, su llamado es a garantizarles una muerte sin dolor.
A la par del debate entre los expertos, los habitantes del Magdalena Medio tienen visiones encontradas sobre los hipopótamos. Julio Marín, líder comunitario y coordinador en campo de distintos proyectos medioambientales de la Fundación Biodiversa Colombia, resaltó en el foro de Los Andes que los hipopótamos son animales nobles y mansos que han traído el beneficio del turismo ecológico. Con algunas comunidades cercanas a la Hacienda Nápoles favorecidas con la presencia de estos animales, se opone a las soluciones más radicales.
Otra es la percepción de comunidades de pescadores que manifiestan vivir en la zozobra. Álvaro Molina y Nolberto Angulo le contaron a Eldiario.es de España sus experiencias con estos animales. El primero terminó en las aguas del río Magdalena cuando un hipopótamo volcó su canoa, mientras que el segundo recordó que por los peligros que representan al estar todo el tiempo sumergidos bajo el agua, las faenas de pesca nocturna han sido casi suspendidas.
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Proyección de expansión
Los modelos tienen en cuenta las características específicas de la especie y de la zona que habita, mezclando información de cuando está en libertad y en cautiverio con las condiciones de los ecosistemas en donde se encuentra. El punto de partida es un macho y tres hembras —liberados en 1993—, una estrategia de manejo de esterilización de cuatro machos y dos hembras entre 2011 y 2019 y 500 simulaciones para conocer distintas posibilidades.
Según sus proyecciones, la esterilización y castración es insuficiente si es la única acción implementada. Aun cuando se logre intervenir a 16 individuos por año, sin tener en cuenta las complejidades y costos, el crecimiento exponencial se retrasaría únicamente unos años: en 2045 se alcanzarían los 614 individuos y en 2035 los 1.201, con 332 nacimientos en ese último año. A esto se le deben sumar los impactos ambientales que seguirían ocasionando mientras vivan libres en la región.
“Estos modelos tienen un rango de error a la hora de determinar el número exacto de individuos, pero no para la tendencia de crecimiento, la cual es predicha con bastante exactitud”, explica Nataly Castelblanco.
Animales carismáticos y debate público
La discusión actual difiere de las que se han mantenido sobre otras especies invasoras, como el pez león o el caracol gigante africano, en las cuales las políticas de control y exterminio fueron rápidamente aceptadas. La razón es que los hipopótamos entran dentro de la categoría de carismáticos, con una imagen positiva dentro del imaginario de parte de la sociedad.
“La idea que tenemos de ellos viene de los zoológicos o de libros y películas infantiles, peluches y cuentos. Tenemos una imagen positiva como sociedad porque, además, los muestran con grandes sonrisas e indefensos. A esto se suma que es un animal llamativo por su tamaño y porque parece único, en el cual podemos reconocer comportamientos muy humanos, como cuando hay una madre con su cría. Contrario a lo que ocurre en África, en donde los reconocen como agresivos”, asevera Alejandra Echeverri, investigadora posdoctoral en el Proyecto de Capital Natural de la Universidad de Stanford (EE. UU.), quien ha estudiado la relación humano-naturaleza y el impacto positivo y negativo de cada una de las partes en el bienestar de la otra desde áreas del conocimiento como la psicología de la conservación.
A la hora de proponer las estrategias de manejo, la bióloga de Los Andes recomienda traer todas las perspectivas al debate, incluyendo las historias positivas y negativas, tanto locales como extranjeras, para comprender las ventajas y los riesgos a futuro que se enfrentan.
Y es que, según ella, gran parte de este diálogo público se está desarrollando entre los más citadinos que desconocen las especies nativas de la región, que también pueden encontrarse en riesgo: “¿Cuántos de nosotros podemos nombrar 5 peces de la zona o 5 animales distintos de esos hábitats? Pero sí podemos reconocer a los hipopótamos, sin siquiera haber crecido con ellos”.
Esto ha llevado a que el debate en redes sociales haya alcanzado altos niveles de agresión, con el bloqueo de los argumentos contrarios. Nataly Castelblanco, por ejemplo, tuvo que cambiar el estado de su cuenta de Instagram de público a privado porque hasta allá le llegaron mensajes ofensivos en donde alcanzaban a “sugerirle” el suicidio y la muerte de su familia como alternativa a la caza de los hipopótamos. En su cuenta de Twitter también ha recibido numerosas ofensas y críticas en distintos idiomas.
“… sigo convencida de que los científicos tenemos que asumir un rol crítico en incidir en decisiones ambientales y en comunicar la ciencia. La pedagogía en redes es quizás lo más básico que todos deberíamos hacer. Pero es ingrata, colegas, les cuento”, tuiteó.
Sin posibilidad de regresar a casa
Aunque se ha contemplado su envío de vuelta a África, expertos como Nataly Castelblanco lo desaconsejan porque su genética se encuentra atrofiada debido a la alta endogamia. Así mismo, pueden ser portadores de enfermedades desconocidas por sus pares africanos, poniendo en riesgo la población local si son introducidos en su hábitat natural. Además, los cuatro especímenes originales no provienen de ese continente, sino de un zoológico en Nueva York.
La Estrategia Nacional para el Manejo del Hipopótamo
El 20 de marzo de 2021, el Ministerio de Ambiente anunció la creación de la Estrategia Nacional para el Manejo del Hipopótamo, la cual se ha planteado un plazo de cinco meses para establecer una hoja de ruta. Su objetivo es conocer a profundidad los riesgos sociales y ecológicos en la región; caracterizar las actitudes y percepciones de las poblaciones locales y hacer un estudio poblacional para comprender la distribución de la especie y su hábitat.
Está a cargo de científicos del Instituto Humboldt y la Universidad Nacional, con apoyo de expertos de la Universidad Javeriana, la Universidad de Antioquia y la Corporación Autónoma Regional de las Cuencas de los Ríos Negro y Nare (Cornare), con la participación de los autores del estudio y las comunidades locales.
“Nadie, por supuesto, desea acabar con estos animales hermosos, que son seres sintientes y no tienen la culpa de estar ahí —concluyó Daniel Cadena, doctor en Biología de la Universidad de Missouri (EE. UU.)— pero nos enfrentamos al dilema de que tenemos que hacer algo con ellos. No podemos darle más largas al problema. Las acciones deben ser discutidas y estudiadas, pero implementadas pronto”.
Un ingeniero ecosistémico
A raíz de décadas de trabajos en África, se reconoce a este animal como un ingeniero ecosistémico, por su gran tamaño y costumbres, con la capacidad de modificar los hábitats en donde se encuentra. Al repartir su día bajo el agua y en tierra, transforma las características químicas de los cuerpos de agua por dos razones principales: mueve grandes cantidades de sedimentos y nutrientes a su paso, y allí deposita parte de sus heces y orina. Esto puede alterar sustancialmente la estructura del ecosistema, afectando a unas especies y beneficiando a otras.
Fuente: “A hippo in the room: Predicting the persistence and dispersion of an invasive mega-vertebrate in Colombia, South America”, publicado en Biological Conservation.
Foro Conjugando Ciencias: Hipopótamos en la Sala
Un baño de glifosato
Un baño de glifosato
El Gobierno anuncia el regreso de la fumigación con glifosato. Expertos critican la medida por el componente ético y por los efectos lesivos en la salud humana y en la biodiversidad; además, consideran que no es costo-efectiva, no resuelve el problema, atenta contra el desarrollo rural y es una acción agresiva del Estado en zonas tradicionalmente desatendidas.

¿Qué sucedería si en Bogotá pasara una avioneta o un dron fumigando con un herbicida que es probablemente cancerígeno? ¿Cómo reaccionarían las personas al sentir que son rociadas con glifosato como lo han vivido las familias de las zonas rurales? Frente a esas preguntas, el Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de Los Andes (Cesed) decidió hacer un ejercicio social controlado simulando una fumigación, para suscitar una reflexión y despertar conciencia de lo que pasa en la periferia cuando llegan las avionetas a asperjar.
Los jóvenes, con pocas probabilidades de vivir una experiencia como esta, se vieron sorprendidos cuando lo drones cargados de una sustancia colorante no tóxica los bañaron. Se sintieron “perseguidos”, “desconcertados”, “molestos”, pero al final tuvieron un espacio de reflexión. “Si nosotros nos sentimos incómodos solamente porque no nos preguntaron si queríamos que nos rociaran con una pintura, entonces ¿cómo se van a sentir estas comunidades afectadas a las que les están rociando los cultivos de consumo?”, comenta Sebastián Pérez, estudiante de Derecho e Ingeniería Civil.
“Creo que si se estuviera considerando la fumigación para ciudades como Bogotá nunca existiría esa conversación, ni siquiera un debate. Es una lógica de persecución, de criminalización, que no permite una concertación en términos de cosmovisiones sobre el desarrollo con el resto del país. Decisiones que se toman centralizadas terminan afectando a muchas familias de la periferia”, reflexiona Juan Sierra, estudiante de Ciencia Política y de Gobierno y Asuntos Públicos.
Aunque esto no es más que un experimento académico, que puede parecer un juego, en la periferia de Colombia es una complicada realidad que se vivió por muchos años y está a punto de volver. Los estudiantes de Los Andes se limpiaron el colorante y se cambiaron la ropa, pero en Nariño, en Putumayo, en el Bajo Cauca, en las regiones más vulnerables socioeconómicamente la realidad es otra.“Por muchos años, un grupo de personas veía de qué manera una sustancia tóxica caía del cielo afectando su salud y su vida. La presencia más visible del Estado era eso, una avioneta arrojando un herbicida”, cuestiona Alejandro Gaviria, rector de Los Andes.
PUTUMAYO. De repente, como una motosierra en persecución en el cielo, irrumpió la tranquilidad de los cultivos de cacao una avioneta que dejó a su paso una lluvia de herbicida que bañó animales, plantas y personas. “Vino la fumigación y me dañó el cacao y la agricultura. Lo que yo tenía. Las avionetas militares no diferenciaban: pasaban, asperjaban y lo dejaban todo seco. Llegué a sentirme como una cucaracha”, afirmó el agricultor Serafín Guzmán, en el Valle del Guamuez, Putumayo, en enero de 2016, a la agencia de noticias AFP.
Veneno caído del cielo
Mientras el 12 de abril de 2021 el Gobierno colombiano expide un decreto para retomar las fumigaciones aéreas de cultivos ilícitos con glifosato, 41 países en el mundo ya han restringido su uso o han declarado intenciones de prohibirlo y la quimicofarmacéutica alemana Bayer ha tenido que pagar miles de millones de dólares en condenas por afectaciones a la salud de más de cien mil personas por el uso del Roundup, un conocido y polémico herbicida muy usado en todo el mundo que contiene glifosato como principio activo.
El glifosato tiene varias y documentadas afectaciones en la salud humana y en la biodiversidad, pero no para ahí; diferentes expertos académicos de Colombia cuestionan la baja efectividad y el alto costo de la aspersión para erradicar cultivos ilícitos, pues consideran que no se eliminan, sino que se desplazan entre regiones, se agrava el daño, se amplía la frontera agrícola y se impactan zonas como las áreas protegidas del sistema de Parques Nacionales Naturales y resguardos indígenas, entre otros.
“Hay una alta resiembra, la fumigación es muy costosa y rápidamente pueden volver a plantar ahí. Se disminuye pasajeramente un problema que se desplaza y empeora en el mediano y largo plazo. Deberíamos acogernos básicamente al principio de precaución”, afirma María Alejandra Vélez, directora del Cesed.

Una película repetida
En 2015, por recomendación del Ministerio de Salud en cabeza de Alejandro Gaviria, el Consejo Nacional de Estupefacientes (CNE), aplicando el principio de precaución, suspendió el uso del glifosato que estaba avalado desde 1984, cuando el mismo CNE lo había autorizado para fumigar cultivos de marihuana en remplazo del Paraquat, otro producto altamente tóxico del cual ya se había demostrado que causaba daño a los riñones, al hígado y al esófago, además de fibrosis pulmonar.
Gaviria, para su petición al Gobierno Nacional, se basó en los hallazgos de una monografía publicada en 2015 por la Agencia Internacional de Investigación sobre Cáncer (IARC), que concluía que “la exposición al glifosato está relacionada con: linfoma no Hodgkin en humanos”. La Organización Mundial de la Salud categorizó al herbicida dentro de los productos “probablemente cancerígenos”.
“Lo que dijimos en su momento y sigue estando vigente es que aplica el principio de precaución por cuatro razones: el daño lo origina directamente el Estado, la población afectada no puede gestionar el riesgo, es una población vulnerable socioeconómicamente y este no parece ser un instrumento eficaz para el control de cultivos de uso ilícito”, sostiene el rector Gaviria.
“El principio de precaución se aplica cuando el riesgo o la magnitud del daño generado o que puede sobrevenir no son conocidos con anticipación, porque no hay manera de establecer, a mediano o largo plazo, los efectos de una acción, lo cual generalmente ocurre por la falta de certeza científica absoluta acerca de las precisas consecuencias de un fenómeno, un producto o un proceso”.
Sentencia T-080/17 de la Corte Constitucional
El costo de asperjar con glifosato una hectárea es de cerca de 72 millones de pesos. Para erradicar los cultivos de coca de esa misma hectárea, es necesario fumigar el equivalente a entre 33 y 45 hectáreas debido, principalmente, a que la resiembra es de 36 %, según el documento “¿Reanudar la fumigación aérea de cultivos ilícitos en Colombia? Un resumen de la literatura científica”, producido por María Juliana Rubiano, María Alejandra Vélez, David Restrepo y Beatriz Irene Ramos, del Cesed y la Facultad de Economía de Los Andes.
Los narcotraficantes, que son el “eslabón más fuerte de la cadena”, donde están las principales ganancias de la venta de drogas, son afectados marginalmente con estas acciones. En cambio, el cultivador, “el eslabón más débil”, es el principal damnificado, pierde todo y la mayor parte de las veces se ve obligado a desplazarse, a reasentarse en nuevas zonas y a resembrar por la necesidad de obtener ingresos para su familia.
En resumen, se intensifican el conflicto social y las tensiones entre las comunidades y el Estado, lo que debilita la imagen y legitimidad del mismo en los territorios donde se fumiga.
El artículo “Inside the war on drugs: Effectiveness and unintended consequences of a large illicit crops eradication program in Colombia”, de investigadores de Harvard Kennedy School y la Universidad del Rosario, dice que el Programa de Erradicación de Cultivos Ílicitos con Glifosato aumentó la violencia y el conflicto en las zonas fumigadas, en el corto y en el largo plazo, entre 1999 y 2005. El incremento de 1 % en el área asperjada aumenta en 22 % el número de ataques de grupos guerrilleros, en 24 % la cantidad de combates con las fuerzas armadas y en 16 % el asesinato de civiles. También consideran que por cada acre (0,4 hectáreas) asperjado se reduce solo en 11 % el acre cultivado.
Las afectaciones del glifosato a la salud y al medioambiente han sido ampliamente documentadas en los últimos años. Adriana Sánchez, directora del Departamento de Biología de la Universidad del Rosario, magíster de Los Andes y doctora en Biología de Wake Forest University, habla de alrededor de 20.000 documentos de literatura científica en Google Scholar entre 2000 y 2020.
Después de estudiar más de 300 artículos sobre los impactos del glifosato, en un artículo de la revista Semana, del 20 de abril del 2021, Sánchez afirma que “el riesgo de toxicidad e impactos negativos en los ecosistemas y la biodiversidad asociada son altos... Cuesta entender cómo se llega a esta decisión cuando el riesgo para la salud de los ecosistemas (que son la base de la vida) y la salud humana, es tan alto”.
En las investigaciones del Cesed se referencian estudios que documentan, además, aumento de probabilidad de causarse linfoma no Hodgkin e incrementos en la mortalidad infantil en las poblaciones que habitan río abajo de las zonas donde se utiliza glifosato para mejorar la productividad agrícola; también, afectaciones importantes en la salud reproductiva de las personas expuestas al herbicida, malformaciones congénitas, abortos espontáneos, muerte fetal, nacimientos prematuros y efectos transgeneracionales, entre otras consecuencias.
Un estudio de Adriana Camacho y Daniel Mejía, de la Facultad de Economía de Los Andes (2017), que evalúa los efectos del Programa de Erradicación de Cultivos Ilícitos con Glifosato, describe relaciones significativas entre la exposición a la aspersión y el aumento de consultas médicas por problemas respiratorios y dermatológicos, así como un incremento en el número de abortos espontáneos.
En el medioambiente hay varias afectaciones reportadas por el uso del glifosato: la contaminación de las fuentes hídricas con herbicidas representa un riesgo para especies en vía de extinción o endémicas —como las ranas— y puede estimular cambios comportamentales e incluso aumento de toxicidad en su organismo, lo que también pasa con algunos peces; así mismo, pone en riesgo el desarrollo de ciclos migratorios de especies vitales para la biodiversidad, como los polinizadores, debido a la disminución de sus hábitats de reproducción y crianza asociada a los efectos herbicidas de esta sustancia. “El desequilibrio resultante en el ecosistema, en últimas, también perjudica la vida humana pues lleva al aumento de ‘plagas’”, añade el documento del Cesed.
Casos en el mundo
Dewayne Lee Johnson: en 2016 se convirtió en la primera persona en el mundo en llevar a juicio a la empresa Monsanto acusándola por no advertir que el herbicida Roundup tenía componentes cancerígenos. Él trabajó cuatro años como jardinero en San Francisco, EE. UU., usando el producto. El jurado consideró que la relación entre el glifosato y el cáncer estaba probada y que la empresa había conspirado para ocultarlo. La condena fue de 289,2 millones de dólares en daños punitivos y casi 40 millones en daños compensatorios. Al final, fue rebajada a 78 millones de dólares.Edwin Haderman: también en San Francisco, fue diagnosticado en 2015 con cáncer linfoma no Hodgkin luego de trabajar por más de 30 años con Roundup para combatir malezas. El jurado halló culpable a Monsanto y la condenó a pagar 80,2 millones de dólares por no advertir sobre el riesgo de cáncer y actuar “de manera negligente”.

“Hemos tomado una decisión y es, conforme a lo que dijo la Corte Constitucional, ir cumpliendo, paso a paso, para tener la legitimidad de contar con la herramienta de la aspersión con precisión, porque se requiere. Estoy seguro de que va a traer grandes resultados”.
Iván Duque, presidente de Colombia, 20 de diciembre de 2020
El Gobierno, a través del ministro de Justicia, Wilson Ruiz, ha anunciado que están en condiciones para retomar la aspersión y que han considerado todos los riesgos que puedan sobrevenir. Afirman que tendrán en cuenta la consulta previa, las minorías étnicas, y no asperjarán donde haya cuerpos de agua, ni en zonas protegidas. “El gran problema de Colombia es el narcotráfico. La erradicación manual sigue, la sustitución de cultivos sigue y la aspersión terrestre también”, dice Wilson Ruiz.
Alejandro Gaviria es escéptico sobre la “aspersión con precisión” y cree que el problema de los cultivos ilícitos es de desarrollo: “No se va a resolver rociando un herbicida desde el cielo. Es un atajo que no funciona. Esto distrae la atención del país sobre lo que tenemos que hacer: tratar de facilitar una inserción de la periferia de Colombia a la economía global”.
11.000 millones
de dólares deberá pagar Bayer después de llegar a un acuerdo en las 125.000 demandas en su contra por los casos de cáncer. La empresa declaró que pagaría hasta 9.600 millones de dólares a los demandantes y pondría en reserva otros 1.250 millones “para cubrir cualquier demanda futura”, según información de BBC en junio de 2020.
125.000 demandas
ha enfrentado la farmacéutica alemana Bayer por casos de cáncer relacionados con el glifosato, principio activo de su herbicida marca Roundup (este era producido antes por la firma estadounidense Monsanto, que fue comprada por Bayer en 2018).
Hay caminos y alternativas más costo-efectivas como las campañas de interdicción o las políticas de reducción de consumo en los países compradores, según la investigación “On the effects of enforcement on illegal markets: evidence from a quasiexperiment in Colombia”, de los investigadores Daniel Mejía, Pascual Restrepo y Sandra Rozo.
Para el Cesed, el problema se debe orientar al desarrollo rural para resolver los problemas estructurales existentes: “No se deben asumir los riesgos de la aspersión aérea… Es más costosa que otras estrategias, como la titulación de tierras y la sustitución de cultivos, que tienen costos inferiores y arrojan menores tasas de resiembra. Al respecto, la sustitución cuesta alrededor de 40 millones de pesos por familia, quienes en promedio tienen una hectárea de cultivos de coca o incluso menos, con una tasa de resiembra de apenas el 0,2 %”, concluye el documento del grupo de investigación.
De la pandemia a la universidad del siglo XXI
De la pandemia a la universidad del siglo XXI
Para responder a las necesidades de formación continua de los jóvenes, que demandan contenidos específicos en diversos momentos, debería pensarse en un modelo de microcredenciales que certifiquen competencias concretas.
Vicerrectora Académica
Antes de la llegada de la pandemia, las instituciones de educación superior ya estábamos en alerta por los cambios dramáticos que venían ocurriendo durante la última década y que cuestionaban el modelo imperante de universidad. La demanda de educación superior venía cayendo tanto en Colombia como en el mundo. Esto se atribuía, entre otros motivos, al cambio demográfico que implicaba cohortes más pequeñas de jóvenes, a la veloz transformación de los mercados laborales como consecuencia de la dinámica imparable de las innovaciones tecnológicas y a las preferencias de estilo de vida de las nuevas generaciones. Los jóvenes conciben la vida de manera más dinámica; no es un proyecto lineal, por así decirlo, sino una búsqueda más flexible y fluida.
Las universidades venían reorganizándose con el objetivo de reducir costos y volverse más eficientes. Sin embargo, no solo se trataba de racionalizar gastos, se trataba de cambiar de modo estructural ante los grandes cambios que enfrentábamos. El modelo de formación de capital humano en una ventana específica del ciclo de vida de una persona resulta insuficiente ante el dinamismo de los mercados laborales modernos. El capital humano se vuelve rápidamente obsoleto ante la continua creación de nuevas tecnologías que permean diferentes disciplinas y ejercicios profesionales. Por esta razón, ha cobrado tanta relevancia el concepto de educación a lo largo del ciclo de vida.

Ante el dinamismo de los avances tecnológicos, para los jóvenes no es claro el beneficio de estudiar por cuatro o cinco años, cuando saben que tendrán que actualizar competencias con mayor frecuencia, o que requieren un posgrado completo para renovar su perfil profesional. Por el contrario, buscan adquirir las competencias específicas que exige su proyecto de vida, en el momento en que las necesitan.
En ese sentido, las universidades podríamos ofrecer de manera flexible y pertinente un modelo más modular de cursos de programas formales de alta calidad a través de educación continua. Un conjunto de cursos podría certificar competencias específicas según las necesidades de los estudiantes. Lo que se ha denominado una microcredencial. Esto, por supuesto, requiere que el diseño de los posgrados esté pensado desde la perspectiva de competencias, y que la definición de los módulos por certificar se establezca desde el principio de manera coherente y bien articulada. Las microcredenciales, a su vez, se podrían homologar en programas formales para completar pregrados o posgrados.
Además de cuestionar la pertinencia del modelo educativo, la pandemia también evidenció de manera explícita la inequidad en el acceso a la educación de calidad. El paso acelerado a la virtualidad nos mostró que es posible alcanzar diversas audiencias que, de otra manera, no hubieran podido acceder a universidades acreditadas de alta calidad. Aparte de la asequibilidad también es importante considerar que el modelo virtual bien diseñado podría reducir costos, por lo cual sería posible ofrecer matrículas más bajas.
El campus universitario podría dividirse en dos: el virtual y el presencial. Cada uno podría profundizar en diferentes competencias según lo que resulte relevante. Por ejemplo, las competencias básicas podrían promoverse de manera exitosa a través del modelo virtual, siempre y cuando se garantice la calidad de la educación en línea. De otra parte, las competencias que requieren de manera intensiva el debate, la interacción y el uso de espacios físicos en el campus se apoyarían en la educación presencial.
El mismo modelo de microcredenciales podría beneficiarse de la virtualidad, pues daría mayor flexibilidad para actualizar competencias según las necesidades de los estudiantes y en las condiciones que faciliten hacerlo de manera ágil y conveniente. Como he mencionado, para que todo esto tenga sentido, es indispensable garantizar la calidad de la educación virtual. Esto requiere modelos centrados en el estudiante, con una propuesta clara de aprendizaje activo, que se apoya en la analítica de datos para ofrecer un proceso de formación que se adapta a las fortalezas y debilidades de las personas.

El modelo que heredamos de la pandemia también nos habilitará para planear aulas virtuales multiculturales. Nos brindará la posibilidad de conectar estudiantes distribuidos geográficamente en diferentes lugares mediante el uso de tecnología, con el propósito de desarrollar habilidades multiculturales y digitales, fortalecer el aprendizaje de otros idiomas y formar ciudadanos globales a través de colaboraciones en la virtualidad con universidades socias en otras partes del mundo. Estas iniciativas permiten promover experiencias interculturales significativas como parte de la educación formal, reforzar la capacidad de trabajar en equipo y especialmente en un contexto cultural diverso, generar autorreflexión, escucha activa, respeto, pensamiento crítico y tolerancia y crear conciencia sobre la inclusión y la diversidad cultural.
Los aprendizajes de la pandemia y la experimentación con la educación virtual que resultó de ella han sido múltiples e importantes. Depende de nosotros poder materializar las ventajas que podría tener un modelo de educación superior más flexible, pertinente y asequible. La transición no debe tomar mucho tiempo, la necesidad de formar más y mejor capital humano es imperiosa en Colombia. En eso debemos contribuir las universidades en los próximos años de manera más contundente. Empezamos una nueva era.
En una frase
“Los jóvenes conciben la vida de manera más dinámica; no es un proyecto lineal, por así decirlo, sino una búsqueda más flexible y fluida”.Raquel Bernal, vicerrectora Académica
Los migrantes de América Latina
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La pobreza, la falta de oportunidades y el clima siguen expulsando a los latinoamericanos de sus países de origen. Estados Unidos continúa ocupando el primer puesto como el de mayor recepción, sin embargo, la migración venezolana ha puesto a prueba a varios gobiernos de Suramérica. Panorama de los flujos actuales.
Secretos de la naturaleza a partir de un mar de datos
Secretos de la naturaleza a partir de un mar de datos
A través de herramientas de informática, estadística e inteligencia artificial, el análisis sobre la secuenciación de genomas proporciona información valiosa para la ciencia y múltiples industrias. Investigadores uniandinos han trabajado proyectos con osos de anteojos, cacao y corales, entre otros.
El 26 de junio del 2000, el expresidente estadounidense Bill Clinton y el ex primer ministro británico Tony Blair anunciaban la finalización del primer borrador del genoma humano. Era el resultado de un poco más de una década de trabajo colaborativo entre cientos de científicos, con una inversión cercana a los 300 millones de dólares, según el Instituto Nacional de Investigación del Genoma Humano de Estados Unidos.
Dos décadas después, el desarrollo de tecnologías de secuenciación cada vez más potentes y la disponibilidad de la información obtenida han permitido que los genomas (conjunto completo de ADN en un organismo) sean más completos y accesibles para investigaciones a gran y pequeña escala.
Ahora, con la secuenciación es posible diseñar métodos de diagnóstico y de supresión de tumores cancerígenos, mejorar especies vegetales cultivables a partir de cruces resistentes a enfermedades propias de la agricultura o proporcionar una dieta adecuada a las especies en cautiverio analizando sus excrementos. Todo gracias a los datos.
“El borrador del genoma humano contó con la colaboración de 17 centros de investigación a nivel mundial. Fue un estudio que implicó mucho dinero para sacar un solo genoma. Es una tarea que ahora se puede hacer con menos de 10.000 dólares y con mejores herramientas. Es un bajón de costos exponencial que ha originado una revolución de datos”.
Estas palabras son del profesor Jorge Duitama, coordinador de la Maestría en Biología Computacional de Los Andes. “El problema es que si usted no tiene quien analice ese montón de datos, no sirven para nada. Muchas industrias tarde o temprano requieren de biólogos computacionales que analicen la información genómica”, agrega.
Un supermán para la biodiversidad
La biología computacional es un coctel poderoso que precisa mezclar conocimiento en programación, manejo de estadística y biología.
“La combinación de esos tres perfiles nos da como resultado un supermán. Eso es básicamente lo que intentamos hacer desde la biología computacional —dice Alejandro Reyes, profesor asistente del Departamento de Ciencias Biológicas de Los Andes—. Utilizamos métodos computacionales eficientes para extraer la información biológica”.
Justamente el trabajo del profesor Reyes lo ha convertido en ese supermán. Su trayectoria lo llevó a adentrarse en técnicas moleculares y de secuenciación y en metodologías computacionales para el análisis de los datos.
Entre las decenas de proyectos en los que ha trabajado, se encuentra uno adelantado en conjunto con la corporación colombiana de investigación agropecuaria Agrosavia. Aquí estudia la dinámica de las comunidades microbianas responsables de la fermentación del cacao y cómo se ve afectada por diversas variables. Los datos recopilados y analizados han ayudado a mejorar las tecnologías de fermentación y a producir cacao de calidad.
También basándose en la investigación de la microbiota (comunidad de microorganismos presentes en un entorno definido), Reyes y sus colaboradores han hecho hallazgos importantes para la biodiversidad.
Un trabajo en corales del Pacífico evidenció que las alteraciones ambientales están causando cambios fisiológicos en algunas especies. Según el análisis, las bacterias normalmente estables en los corales empiezan a mermar en abundancia, dándoles paso a patógenos que se aprovechan del daño y comienzan a afectar el coral, al punto de necrosarlo por partes.
Y como pasa en algunas películas, hay superhéroes que funcionan mejor en dupla. La caracterización de la biodiversidad no sería completa sin un coequipero capaz de encontrar soluciones para extraer los datos y facilitar su interpretación.
“Históricamente ha existido un poquito más de interés en biólogos que, sabiendo algo de scripting y programación, resolvían cosas con las herramientas que tenían a la mano —acota el profesor Jorge Duitama—. Pero en ingeniería de sistemas no diseñamos soluciones de desarrollo de software en el aire, sino para un cliente. Desde esa perspectiva, somos receptivos a trabajar en lo que sea para dar una solución efectiva”.
Como bióloga, Silvia Restrepo sabe del poder de la computación y el pensamiento crítico. Considera que Colombia tiene el talento humano para ser líder en TIC y biología computacional.
“Somos uno de los países más biodiversos del mundo, pero no contamos con las máquinas para extraer toda esa información y caracterizar nuestra biodiversidad. Podríamos explotar mucho ese campo y ser un repositorio mundial de genes”, concluye la vicerrectora de Investigación y Creación.
Por los osos de anteojos
Uno de los proyectos más interesantes en los que ha participado Reyes, junto con la microbióloga Andrea Borbón y otros expertos de Los Andes, ha sido una investigación sobre el oso de anteojos.
“En el pantano de Martos (reserva situada en Guatavita) fuimos a estudiar las heces de los osos de anteojos silvestres y las comparamos con las heces de osos que estaban en cautiverio —recuerda el profesor—. Cambia mucho la dieta. No les dan las plantas que comen en el páramo, sino que terminan alimentándolos con fruta e incluso les dan carne”.
La microbiota intestinal de estos mamíferos está adaptada para comer plantas, y gran parte de las bacterias de su tracto digestivo está presente en otros animales herbívoros.
A través de los métodos de secuenciación, Reyes y su equipo analizaron las heces de los osos en estado silvestre. “En la mayoría de los casos encontramos que la dieta predominante es la puya (bromelia gigante). También identificamos los insectos que están en su dieta, precisamente porque están ahí parados en la planta en el momento de la ingesta”.
Comparando las bacterias, la variación es grande entre los osos silvestres y los cautivos. Esto tiene un impacto en el momento de regresarlos a su hábitat natural, porque no van a tener las bacterias que les ayudan a degradar las plantas.
“Parte de este estudio lo que busca es mostrar que, si queremos hacer una conservación real, en particular de una especie tan delicada como el oso, necesitamos darles una dieta similar a la que ellos consumen en su estado silvestre”, explica el investigador.
El trabajo también desmitifica el ataque de los osos al ganado y a otros animales domésticos, ya que “no había evidencia de rastros de una dieta carnívora de algún mamífero pequeño o grande. Los contados ataques de los osos se han dado porque su espacio ha sido invadido”

Examinando datos biológicos
Investigador, experto en microbiomas, virus y bioinformática, el profesor Alejandro Reyes siempre ha sentido fascinación por el mundo de las comunidades microbianas. En su continuo trabajo para entender cómo funcionan dichas comunidades fue madurando una idea: Biome Acuity.
Este emprendimiento, que nació de investigadores uniandinos y cuenta con clientes en Estados Unidos y otros países, proporciona análisis confidenciales de datos del microbioma (microorganismos y su material genético) para empresas y organizaciones relacionadas con la salud humana y animal y las industrias medioambientales.
“La idea nació de ver que había un interés en Colombia y en el exterior, en particular en Estados Unidos, de hacer análisis bioinformáticos similares a los que hacíamos en las investigaciones con la Universidad —explica Reyes—. Eso, sumado a la falta de financiación de proyectos de ciencia en Colombia, nos llevó a idear algo que pudiéramos ofrecer como servicio y, con esos recursos, poder patrocinar a estudiantes y las investigaciones que veníamos adelantando”.
Desde su concepción, Biome Acuity contó con el apoyo de Los Andes. “Siempre he pensado en Alejandro como un gran científico y he tenido mucha fe en él —recalca Silvia Restrepo, vicerrectora de Investigación y Creación—. La Vicerrectoría con su programa de innovación y emprendimiento le consiguió unas asesorías en Estados Unidos, que le ayudaron a poner su idea en una incubadora de negocios y llevarlo a donde está ahora”.