Las microalgas que logran descontaminar el agua en Colombia

Los peces vuelven a beber

 

Foto cambio climático
Foto: Felipe Cazares

San Benito Abad, en La Mojana sucreña, utiliza microalgas endémicas para limpiar la ciénaga de Santiago Apóstol. Estos microorganismos se alimentan y se fortalecen con aguas residuales y desechos orgánicos producidos por las comunidades aledañas. Otras poblaciones empiezan a usar la tecnología para purificar sus sistemas hídricos.

Por Ana María Forero Pérez

Cuando llueve en San Benito Abad, las precipitaciones se apoderan del pueblo. Cae tanta agua que irrumpe con fuerza entre las calles, los comercios y las casas de los sanbenitinos. Pero no llega sola. Viene cargada de desechos orgánicos e inorgánicos, grandes como tapas de gaseosa, bolsas de plástico y cáscaras de fruta y diminutos como bacterias o partículas de aceite de los motores de las lanchas o de las motos, que se acumulan en las aguas empozadas de las esquinas del puerto. Esas mismas aguas que dan de comer a los niños y adultos de la región.

San Benito Abad es un municipio de La Mojana sucreña de apenas 25.000 habitantes, pero con un vasto territorio de 1.592 km2, casi el tamaño de Bogotá. Los pobladores, en su mayoría, son pescadores artesanales que durante su faena matutina navegan en largas canoas de madera por los canales y pasos de la ciénaga de Santiago Apóstol, en donde desembocan las aguas del arroyo Grande de Corozal. En ellas hay bacterias como la E. coli, provenientes de materia fecal de humanos y de animales, lo que ocasiona afecciones gastrointestinales como diarrea y disentería y enfermedades virales como poliomielitis. Además de los daños en la salud, el impacto ambiental entorpece el desarrollo de la fauna y la flora, pues mueren más peces por los fertilizantes y pesticidas depositados por las industrias, y aumentan los hongos e infecciones en las plantas del cenagal.

Los niveles de contaminación son tan elevados que Alberto Pupo, pescador dueño de la emisora comunitaria, sostiene que de 30 pescados, 15 deben desecharse para alimentar a los cerdos porque no son aptos para el consumo humano. Aunque todos están contaminados, unos vienen en peor estado. A veces los identifican por la talla, pues algunos son tan pequeños que no sirven para comercializar. A otros los descartan por el color opaco de su piel.

Lo que ocurre en San Benito Abad no es ajeno al resto del planeta, cuya superficie es 70 % agua. Las investigaciones de la Fundación Aquae señalan que solo el 0,025 % es consumible debido a la abundancia de materiales contaminantes y a la salinidad. A su vez, la Organización de Naciones Unidas estima que para el año 2050 el 52 % de la población vivirá una escasez por la contaminación. Por lo tanto, limpiar y cuidar los ecosistemas hídricos es una prioridad y una responsabilidad de todos.

Eso es, justamente, lo que está sucediendo en este pueblo del Caribe donde las temperaturas oscilan entre 30 y 35 grados centígrados y la humedad envuelve el ambiente. Desde 2019, en su territorio se adelanta FicoSucre, un programa piloto de descontaminación de la ciénaga nacido en los laboratorios de la Facultad de Ciencias de la Universidad de los Andes, cuyos aliados son la Gobernación de Sucre y las universidades Simón Bolívar y de Sucre.

El proyecto colaborativo opera mediante ficorremediación, tipo de biorremediación que usa microalgas endémicas que, junto con algunas bacterias acompañantes, son capaces de transformar las sales, los hidrocarburos y la carga orgánica en biomasa útil. Esta puede convertirse en energía renovable —por ejemplo, en abono orgánico— o como en el caso de San Benito Abad usarse para descontaminar.

Esta tecnología, ideada por el investigador en temas de ingeniería química V. Sivasubramanian, director del Centro de Investigación Ambiental Phycospectrum (PERC) con sede en India, fue usada para descontaminar el lago Mainath en el país asiático y se ha extendido a otras partes del mundo.

La ficorremediación utiliza microorganismos que miden entre 2-200 μm (micrómetros) y basa su funcionamiento en el hecho de que las algas se alimentan de residuos contaminantes. De esa forma, los desechos les proveen la energía requerida para sobrevivir, y en contraprestación ellas absorben el carbono y limpian los ecosistemas. Pero hay una condición para el éxito: las microalgas deben ser nativas de la fuente hídrica que se va a limpiar.

Como en la ciénaga de Santiago Apóstol estas plantas no son mayoritarias es necesario aumentar su volumen hasta 100 veces. Por eso, hay que producirlas en masa en el laboratorio.

En 2019, Jaime Eduardo Gutiérrez, estudiante del doctorado en Ciencias Biológicas y fundador de la empresa Phycore, aliada del proyecto, montó la primera planta de ficocultivo en el corregimiento de Santiago Apóstol. En 12 piscinas ovaladas y con 3 tamaños distintos, se producen 10.000 galones de concentrado de microalgas al día mediante el movimiento continuo de los race ways (especie de molinos), y se conservan en tanques sedimentarios de fibra de vidrio. Para finalizar el proceso, las microalgas son transportadas en el camión inoculador, que vierte el concentrado de microorganismos en el arroyo Grande de Corozal.

Los residuos son reutilizados y con ello se producen retornos positivos en lo socioeconómico, como el bajo costo del método planteado por Gutiérrez. Este es 90 % más económico que otras tecnologías descontaminantes, según Martha J. Vives, doctora en Ciencias Biológicas e investigadora sobre el comportamiento de microorganismos y su aplicación en procesos ambientales y de control de patógenos. Además, los ficocultivos pueden ser sostenibles en el tiempo, pues es fácil implementarlos en las comunidades locales para que sean ellas las que administren los recursos y ejecuten el paso a paso técnico exigido.

Así lo hizo Coschool, un equipo interdisciplinario enfocado en la educación socioemocional, con 130 líderes, entre estudiantes, pescadores y profesionales locales, que aprendieron a manejar la planta para descontaminar sus sistemas hídricos con la ayuda del mismo ecosistema. Durante un año, en reuniones semanales y talleres quincenales, los escolares se organizaron en siete colonias representativas de las algas: Scenedesmus, Ankistrodesmus, Chlorella, Coelastrum, Desmodesmus, Monoraphidium y Selenastrum y como resultado de la dinámica grupal elaboraron carteleras ilustradas que explicaban el proceso de descontaminación. De ahí nació “el Chicobocachico”, que les cuenta a los niños cómo con la ayuda de sus amigas las algas se ha alcanzado una mejor calidad del agua, así como una baja considerable en la mortandad de peces.

FicoSucre aún está en la primera fase, pero ya arroja resultados positivos. Raúl Díaz, representante de la Asociación de Pescadores, ha experimentado los cambios ambientales de la ciénaga: las aguas son más cristalinas, su olor ya no es putrefacto y la superficie está libre de la capa espesa de sedimentos que la opacaba. “Desde que se comenzó el tratamiento de las aguas contaminadas que bajaban del arroyo Grande de Corozal, el agua ha mejorado, está excelente. Se puede decir que la pesca no está perdida”, dijo con vehemencia en septiembre de 2021 durante una reunión comunitaria en el restaurante de Yesenia, reconocido por el bocachico como protagonista del menú.

Raúl es uno de los muchos pescadores que para comercializar la pesca del día caminan descalzos entre el lodo y las turbias aguas, así como entre los niños que juegan y comparten con los cerdos y las gallinas. “Somos pescadores y vivimos 100 % de esto; no se puede jugar con el ecosistema porque afectaríamos nuestra economía. Ese proyecto de microalgas ha ayudado mucho, antes no podíamos consumir lo que pescábamos”, expresó esperanzado en la reunión y dejó entrever una sonrisa tranquila; por primera vez nota un cambio en la calidad del agua.

Pescadores como Raúl o Alberto describen al dios de La Mojana, que los acompaña y vela por proteger sus aguas, como un hombre corpulento y renegrido por el sol. Cuentan que fuma tabaco en las orillas de la ciénaga y los ayuda componiendo las atarrayas con su espíritu burlón. Si bien es alegre, puede ser inflexible cuando del medioambiente se trata. Como dice la cantadora bolivarense Martina Camargo “si el cuento fuera real y el mohán se levantara, nadie basura tirara porque el mohán se lo llevaba”.

 


Foto de domiciliario Yosbert Roberts

¿Aunque mal paguen ellos?

¿Aunque mal paguen ellos?

Treinta sentencias, en el mundo, dicen que hay relación laboral entre plataformas digitales y prestadores del servicio. Ocho la niegan. “Hay altísimos niveles de subordinación”, dice la jurista Natalia Ramírez. Un proyecto cursa en Cámara. Pero ¿cómo es cuando hay que vivir de lo que tire la app?

Por Ana María Forero Pérez

Amaneció y veremos

Yosbert sabía que no iba a ser fácil, pero Rosa confía plenamente en él.

Esa incertidumbre con la que salieron de Venezuela sigue estática. Cargaban un morral, bolsas con ropa y una zozobra que cobró fuerza al pasar la frontera, caminando, con el agua del río Táchira casi hasta el ombligo y con Nicole en los hombros de su papá.

Han pasado cuatro años. Cuatro en búsqueda de una oportunidad de vida que les diluya esa ansiedad que todavía les alborota la mente y el cuerpo.

Son las 7 de la mañana. Es el oriente de Bogotá. En el barrio El Triunfo, la neblina se esparce en la montaña, arrastrada por una brisa fría. Adentro, por una ventana minúscula, se cuelan los primeros rayos de sol. Reemplazan la bombilla que dejó de alumbrar hace un par de semanas. En la casa de la familia Roberts se respira un aire tibio, de hogar.

Faltan cinco días para Navidad y Yosbert espera ‘hacer su agosto’. Sus párpados sostienen el peso de una jornada que terminó a medianoche, entregando puerta a puerta pollo asado, hamburguesas, perros calientes, arroz chino… Debe trabajar más tiempo para ganar lo del diario y para la celebración que se avecina.

La Organización Internacional del Trabajo (OIT) reportó en 2021 que, en Colombia, cerca de 45 % de los “colaboradores” o “trabajadores” de plataformas digitales son extranjeros, como Yosbert, en un contexto de migración masiva y de trabajo informal (que llegó en 2021 a 48 % según el Dane). En la relación atípica entre las plataformas y los prestadores del servicio no se realizan, como si se tratara de empleados, aportes a salud o pensión y tampoco reciben protección frente a los riesgos laborales que supone trabajar en las calles.

El argumento de las empresas es que, quienes se vinculan, laboran con “libertad y autonomía”, sin un control subordinante.

“Hasta hace poco, el trabajo subordinado requería la presencia del trabajador de manera habitual en la sede de la empresa, el control disciplinario directo y el cumplimiento de horarios de trabajo, entre otros. Pero, a partir de la entrada en el mercado del trabajo en plataformas, los cambios se han producido de manera atropellada”, asegura el estudio ¿Son trabajadores o contratistas independientes? Balance jurisprudencial del trabajo en plataformas, de la Universidad de los Andes.

“Esto es la legalización de la explotación de los migrantes. Falta veeduría del Ministerio de Trabajo”, dice, tajante, Natalia Ramírez-Bustamante, experta en derecho laboral y doctora de la Universidad de Harvard, quien encabezó el estudio.

Él es un tipo robusto. Al decir su nombre y apellido se le despierta un ‘yanqui’ que lleva adentro: “Yosbert Roberts y tengo 38 años”, dice con pecho inflado y acento caraqueño en cada palabra. Ama la cocina. Recién llegó a Colombia fue ayudante de restaurante por 20 mil pesos día y, con la pandemia, terminó en una plataforma digital llevando domicilios.

Mientras filtra el café en una coladera cuenta que maneja su horario. También, que le hace mantenimiento a la moto que alquila y cómo armó su kit con casco, botas de lluvia, impermeable y una maleta térmica que mantiene en condiciones óptimas los alimentos que entrega. “Esto no lo dan, lo compré por mi cuenta. El combo -maleta, impermeable, cachucha y unas tarjetas con las que adquirimos los productos- sale en 170 mil pesos”.

Transitar la capital es rodar una pista de obstáculos. Cada bache es una trampa mortal para bicicletas, motos o, incluso, automóviles. Y hay que desafiar la inseguridad: “Había comprado una bicicleta; era feíta y vieja, pero la remodelé y me atracaron con cuchillo, me la quitaron y también me robaron el celular, mi herramienta de trabajo. Tuve que comprar uno de segunda”, rememora. “Ese trabajo es duro, él está expuesto todo el tiempo”, interrumpe su esposa, que espera el café en el sofá de tela a cuadros escoceses de dos puestos. Ella es experta en técnica dental, pero trabaja como mesera en un restaurante icónico del Centro.

Ninguno ha perdido el ímpetu ante una ciudad extraña ni ante el desprecio por ser inmigrantes, a pesar de haber legalizado su condición. Yosbert se hizo a una segunda bicicleta, pero se la volvieron a robar; se le llevaron hasta un paquete de salchichas, el pan y unas salsas para perros calientes. La Policía la halló desbaratada en un inquilinato del barrio Las Cruces, en donde se habían repartido hasta los pedales.

“Yo le pegué ese aviso a la moto”, dice Rosa y señala el guardabarros, donde una calcomanía representa a papá, mamá e hija sobre un letrero: ‘Mi familia me espera’.
“Es como un escudo”, complementa.

‘Libre soy’

“¿Y mi papá?”, pregunta Nicole, despelucada como la muñeca que aprieta debajo del brazo, luego de salir corriendo de una de las dos habitaciones. Es el alma de la casa. Despierta todos los días a la misma hora y, aunque tiene cuarto propio, duerme en el principal con la excusa de esperar a su papá. Sus crespos negros evidencian el orgullo heredado de Yosbert: “Mi papá es negro y mis abuelos, norteamericanos”, dice mientras se acomoda su cachucha de los Yankees de Nueva York.

Rosa alista el baño y el traje de la niña de 4 años que repite, incansable, un canto infantil: “Libre soy, libre soy…”. Antes del chapuzón, los tres se sientan por unos minutos en el sofá. En su casa, por la que pagan 500 mil pesos mensuales, la sala es también parqueadero de la moto y el comedor hace de patio de ropas. “Por ellas todo vale la pena”, dice Yosbert con la pequeña Nicole sentada en sus piernas tras un encuentro de sonrisas iluminadas.

Un yogur y un vaso de gaseosa son el desayuno de Nicole, que sale aferrada de la mano de su papá hacia la casa de Karina, la vecina a la que le pagan diariamente 10 mil pesos por cuidarla. La pequeña estalla de amor en los brazos de su padre y se despide.

Riesgo latente

La situación de trabajadores como Yosbert no es clara. En el estudio de Los Andes, las defensas de las plataformas señalan que estas “son simples intermediarias entre la oferta y la demanda de bienes y servicios”. No prestan, dicen, servicios de manera directa; conductores y domiciliarios son empresarios independientes que desarrollan su propio negocio y son libres de elegir los días y franjas horarias de trabajo. “La aplicación no fija tiempos mínimos de labor ni horas de inicio o finalización del servicio”.

“El poder de la aplicación hizo que haya más oferta de trabajo, aunque las condiciones se deterioraron, más aún con la pandemia —explica Ramírez-Bustamante— Después de esto, se puede decir que hay altísimos niveles de subordinación. No existe, por ejemplo, libertad para decidir si al domiciliario no le interesa tomar un pedido”. La abogada se refiere a que si el prestador del servicio no acepta alguno, “le disminuye la cantidad de domicilios al día”.

Yosbert anuda sus tenis de basquetbolista. Desliza la moto sobre par tablas de madera que cubren dos escalones en la puerta de la casa, Rosa se echa al hombro la maleta térmica de los pedidos y se montan en la motocicleta arrendada por 120 mil pesos mensuales, pero, al encenderla, un ruido inquieta a Yosbert: “Se rompió la guaya”. Otros 10 mil pesos menos. No puede darse el lujo de perder un día de trabajo.

Mi jefe, un algoritmo

¿De cuánta gente estamos hablando? Fedesarrollo estima que cerca de 200 mil personas trabajan con plataformas digitales. Precisarlo es difícil: la pandemia, el desempleo y la situación económica han podido impulsar más trabajadores hacia ese sector, al mismo tiempo que la demanda de servicios también se incrementa por parte de los usuarios.

Rosa se queda en la cigarrería. Yosbert y otros domiciliarios comparten empanada y gaseosa bajo la sombra de un árbol en la plazoleta de Las Aguas, mientras la aplicación les ‘bota’ algún servicio. Es su centro de operaciones. “Hay domiciliarios muy celosos. En Chapinero no dejan que vayan extranjeros como nosotros”.

Estas innovaciones digitales aportan entre 0,2 % y 0,3 % del PIB del país. Así lo indica el estudio Las plataformas digitales, la productividad y el empleo en Colombia, realizado por Fedesarrollo en 2020 y financiado por una de las empresas más reconocidas del sector. Destaca, además, la innovación, la bancarización, el uso de nuevas tecnologías, beneficios a diferentes tipos de colaboradores y bienestar entre los usuarios. No obstante, afirma que “se presentan menores niveles de cotización a seguridad social. En parte, por falta de esquemas viables de contribución para independientes que ganan menos de un salario mínimo o para migrantes”.

Para el economista y viceministro de Empleo y Pensiones, Andrés Uribe, “el tema, en el mundo, no es fácil. El Ministerio de Trabajo busca adaptar la contratación a la legislación actual; se busca vincular a estas plataformas a la norma ya existente”.
“El Código Sustantivo del Trabajo sería la respuesta si existe una relación laboral -agrega la abogada Ramírez-Bustamante-. Es claro que sí hay falsas promesas y las condiciones y el modelo deben replantearse”. Los colaboradores, a juicio de Uribe, deben estar vinculados a los pisos de protección social.

Un proyecto de ley de Mauricio Toro, representante a la Cámara, busca eso, garantizarles la seguridad social. La iniciativa, concertada con varios sectores, propone un “colaborador autónomo”: un empleado que presta servicios a clientes finales a través de una o varias plataformas de economía colaborativa con recursos propios. Estarían afiliados al régimen de seguridad social (salud, pensiones y riesgos laborales) como independientes, cotizando mes vencido y conservando autonomía en sus horarios, y las plataformas asumirían los aportes a la ARL y el pago de seguros. La iniciativa está en trámite en la Comisión Sexta.

Yosbert suma horas, pedidos y kilómetros. Rosa y Nicole, días y calendarios en Colombia. Sobreviven el día bajo el clima bipolar de Bogotá y la mirada inquieta de Yosbert permanece ante la pantalla quebrada. Ahí está puesta su esperanza de conseguir esos 60 mil pesos que le permitirían apagar la moto y quitarse el casco, seguro de que tuvo un buen día.

 


Vestirse para cambiar el mundo

Vestirse para cambiar el mundo

Foto: AFP
Pañuelos verdes, buzos con capota, gorros rosa con orejas, ‘jeans levantacola’, turbantes… vestirse, además de un acto que trasluce la personalidad, es una expresión social, cultural y política e identifica momentos, identidades o luchas. Una mirada al significado profundo de cinco prendas.
Por Lina Fernanda Sánchez Alvarado

LOS PAÑUELOS VERDES

Aborto legal para no morir

El pañuelo verde es el símbolo de los esfuerzos por el derecho al aborto legal bajo la consigna “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir”.Nació en Argentina en un encuentro anual de mujeres que se reúnen cada año para formarse y debatir sobre asuntos que les conciernen. María Alba Zito, socióloga, docente y feminista, dice que su uso se masificó tanto en ese país luego de la aprobación de la ley que hoy lo usan personas de todas las edades que se reconocen entre sí. Durante la pandemia, los pañuelos fueron colgados en las ventanas y rejas de las casas en todo el territorio.

Se inspiró en el pañuelo blanco que usaban las Madres de la Plaza de Mayo en su búsqueda por la verdad sobre el paradero de sus hijos y nietos, desaparecidos durante la dictadura.

“Ese pañuelo va adonde voy siempre”, cuenta Zito sobre esta prenda que se ha convertido en un símbolo de la lucha feminista en América Latina.

Foto: AFP

 

LAS CAPUCHAS CHILENAS

“Reivindicar la rabia que una siente por dentro”

Esta es una de las razones que explican el uso de gorros que cubren completamente la cabeza y que caracterizaron a los grupos de feministas jóvenes en las calles de Santiago de Chile durante las revueltas de 2019. “La capucha es la manifestación de todas y cada una de nosotras, quienes tanto física como ideológicamente vivimos en un territorio de resistencia”, cuentan las mujeres en sus manifiestos.

El medio de comunicación Vice en español explica que el uso de capuchas, que se volvió sistemático en los años 80 por agrupaciones de izquierda enfrentadas a la dictadura, hoy es una forma de ocultar la identidad, evitar la persecución policial y aplacar el efecto de los gases lacrimógenos durante las protestas. “Queremos que nos vean, que nos escuchen”, cuentan las mujeres; por eso esta capucha, además de huecos para los ojos y la boca, tiene lentejuelas, pompones, trenzas y accesorios que cada mujer construye desde su identidad.

Foto: AFP

Pauta de AFP

LOS TURBANTES Y EL PELO AFRO

Los turbantes, símbolo de identidad para las mujeres negras

Esto, luego de que durante la colonia fueron usados como elementos de opresión. Angélica Balanta, Miss Balanta, cuenta que cuando los esclavizadores notaron que las mujeres trazaban rutas de escape a través de las trenzas, las obligaron a tapar sus cabezas. El boom del pelo afro en los años 60, en Estados Unidos, empezó a transformar el significado del turbante. Hoy Miss Balanta asegura que se ha convertido en un símbolo de resistencia y lucha.

La cartagenera Cirle Tatis ha empezado a resignificar el pelo afro con su proyecto ‘Pelo bueno’. “Alisarte era un ticket para entrar a muchos escenarios. La discriminación no es por etnia, es por raza y va ligada a lo fenotípico”, cuenta a la revista Garbos.

Cirle relata que pasó de “blanquearse” a reconocerse como una mujer negra y a reivindicar la estética afro. “La moda puede ser la llave de acceso al alma y donde debe germinar la simiente de una conciencia racial crítica”.

Foto: AFP

EL ‘HOODIE’ Y EL ‘PUSSY HAT’

Las vidas de las personas negras importan

“No soy peligroso” era el mensaje de las marchas en Estados Unidos tras el asesinato de Trayvon Martin, en Florida (2012), a manos de un policía. Los manifestantes vestían buzos de capota como una manera de oponerse a la connotación de crimen que pareciera dársele al buzo o ‘hoodie’ en ese país.

El ‘hoodie’ se convirtió entonces en una prenda que representa al movimiento Black Lives Matters (Las vidas de las personas negras importan) y busca ser una voz de reclamo en una nación que aún es atravesada por el racismo.

Luego de la elección de Donald Trump como presidente, una ola de gorros rosa invadió las calles de Estados Unidos. Gorros que se conocen como ‘pussy hat’, en respuesta a las grabaciones que se difundieron durante la campaña y en las que usaba la frase “Agarrarlas por la vagina” para referirse a las mujeres. El ‘pussy hat’ se convirtió en el símbolo de la Marcha de las Mujeres.

Foto: AFP

EL JEAN LEVANTACOLA

De gustos y disgustos

“Más allá de Johana Ortiz o Tcherassi, el verdadero éxito de la moda colombiana en el mundo, la prenda nacional más importante es el jean levantacola”, publicó en su twitter @dianalunareja, la creadora de El Podcast de Moda. De acuerdo con la escritora e historiadora Vanessa Rosales, esta indumentaria también conocida como el ‘jean symbol’ es un objeto que “materializa cómo entendemos la clase en Colombia”, ya que es una prenda que, a pesar de ser un producto de exportación, se relaciona con las clases populares y se califica como de “mal gusto”.

Este pantalón ahora hará parte del mercado angloparlante, luego de la colección que lanzó la cantautora colomboestadounidense Kali Uchis. Rosales explica que la moda puede contener un sistema de ideales que legitima o no lo estético y se pregunta si tras la entrada de este objeto al mercado estadounidense, la prenda tendrá una nueva resignificación. “¿Estarán las élites dispuestas también a usar esta prenda que se ha tildado de popular?”, se pregunta.

Foto: Felipe Cazares

Fuentes:

Laura Beltrán-Rubio, Facultad de Arquitectura y Diseño - Universidad de los Andes
Vanessa Rosales, escritora especializada en historia y teoría del estilo y la moda
María Alba Zito, socióloga de la Universidad de Buenos Aires (UBA)
Luz Lancheros, periodista de moda de Metro World News


Crisis social

Las salidas a la crisis social en Colombia

Cuando 5.000 colombianos se sentaron a arreglar el país

Foto crisis social
Foto: Felipe Cazares

En medio de un país convulsionado por el estallido social durante 2021 nace ‘Tenemos Que Hablar, Colombia’, iniciativa que puso a dialogar vendedores informales, amas de casa, empresarios, campesinos, entre muchos otros, como una vía para buscar soluciones a los mayores problemas del país.

Claudia Ruiz, empresaria, y Carlos Suárez, lustrador de calzado, no se conocen. Incluso viven en ciudades diferentes: ella en Cali y él en Bogotá. No obstante, coinciden en que la corrupción es uno de los problemas más apremiantes del país. “Ha sido algo de toda la vida. Tengo 70 años y siempre, siempre, se escucha lo mismo”, llama la atención Carlos. La mujer complementa y dice que se ha normalizado dar comisiones, subirnos al bus sin pagar: “Es algo cultural”.

Ambos fueron protagonistas de una de cientos de conversaciones virtuales que se dieron en ‘Tenemos Que Hablar, Colombia’, una iniciativa que sentó a cerca de cinco mil personas a hacer lo que normalmente no se hace: dialogar. Una charla que se dio en medio de la búsqueda de soluciones, cuando el país vive uno de los estallidos sociales más difíciles de los últimos años.

Y es que precisamente durante 2021 las calles de muchas ciudades se convirtieron en el escenario central de este descontento. Al confinamiento y la pandemia se sumaron grupos de jóvenes que hacían oír su voz en el espacio público. La desesperanza se incrementaba y las salidas eran cada vez más confusas.

En vez de diálogo, los enfrentamientos entre manifestantes y la fuerza pública se convirtieron en el día a día. Uno de los detonantes fue la propuesta de reforma tributaria, que luego fue retirada por el Gobierno nacional. Además de otras problemáticas como las reformas pensional, laboral y educativa y el incumplimiento del acuerdo de paz con las Farc, que habían sido puestas sobre la mesa en las marchas del 21 de noviembre de 2019 y que igualmente se extendieron por varios días.

La crisis sanitaria por el COVID-19 también impactó a muchos colombianos que perdieron el empleo, dejaron de recibir ingresos e, incluso, colgaron banderas rojas en las ventanas de su casa en señal de que no había qué comer. Era como un reloj contra el tiempo en un país que pedía soluciones urgentes.

Empresariado, academia y diferentes organizaciones buscaron experiencias que permitieran escuchar la evidente pluralidad de voces en medio del paro nacional. Así nació ‘Tenemos Que Hablar, Colombia’, inspirada en el ejemplo de TQH, Chile, un país que venía de una situación similar, luego de las protestas en octubre de 2019.

Carlos Suárez, el lustrador de calzado que protagonizó una de las charlas de TQH, Colombia, contó que siempre son los poderosos hablando entre ellos y que esta vez se sintió contento al aportar su punto de vista: “El de la gente más humilde”, enfatiza. En esa misma ocasión, Alejandro Higuera, psicólogo y literato, destaca que estos ejercicios ponen en evidencia muchas voces que necesitan ser escuchadas.

Esta vez las cinco mil personas que, como se dice coloquialmente, se dedicaron a arreglar el país contaron con el respaldo de una plataforma diversa de organizaciones. Esta consolidó los resultados en un documento que será enviado a los candidatos presidenciales y que fue analizado por una mesa de expertos encargados de complementar las ideas.

“Tenemos unos problemas sociales sin solucionar y que se han arrastrado históricamente. Sin embargo, en medio de la inconformidad y la desconfianza hay también un deseo de mejora”, puntualiza Silvia Restrepo, vicerrectora de Investigación y Creación de la Universidad de los Andes.

 

TEMAS PARA ACTUAR

CORRUPCIÓN

No solo algunos son corruptos

La corrupción se concibe como un fenómeno social referido a frases populares como “hacerse el vivo”. De ahí que esta problemática no sea solo un asunto de las instituciones y por eso resulta clave repensar comportamientos arraigados que aumentan la desigualdad, agravan los problemas ambientales y reducen la confianza en el Estado.

 

En voz de los expertos

 

Juny Montoya, Centro de Ética Aplicada, Universidad de los Andes : “Es necesario entender que es un problema compartido. ¿Qué hacemos mientras los políticos deciden dar buen ejemplo? En nuestras acciones promovemos o no la corrupción: saltarnos una fila es, sin duda, alimentar el sistema corrupto”.

Pablo Sanabria, doctor en Administración y Políticas Públicas:

“Para combatir la corrupción:
1. Necesidad de políticas públicas que desde lo local enfrenten el problema.
2. Disminuir los trámites y facilitar la transparencia de los procesos.
3. Apoyar procesos de veeduría.
4. Revisar el rol de los entes de control”.

Andrés Hernández, director ejecutivo de Transparencia por Colombia: “Avanzar dependerá de cómo el país aborde retos históricos que facilitan la corrupción, pero también de nuestra capacidad para proteger los recursos públicos”.

EDUCACIÓN

Plan de choque para recuperar lo perdido

Acceso, calidad y gratuidad fueron tres de las preocupaciones expuestas por los participantes de ‘Tenemos Que Hablar, Colombia’ frente a la educación. Las voces coincidían en que era un asunto que, sin duda, necesita cambiarse o mejorarse. Además de ser una herramienta para transformar el comportamiento de las personas y cuidar el medio ambiente.

 

En voz de las expertas

Sandra García Jaramillo, profesora, Escuela de Gobierno (Universidad de los Andes):  “El reto que viene será recuperar y acelerar el aprendizaje que se detuvo por los cierres de colegios, identificar los riesgos y mitigar la deserción, además de recuperar a los estudiantes que se salieron del sistema educativo”.

Stephanie Majerowicz, doctora en Políticas Públicas de la Universidad de Harvard: “Se debe implementar un plan de choque enfocado en los estudiantes más vulnerables para recuperar el tiempo perdido. Apoyar a los docentes con estrategias para nivelar, también será clave”.

Noemí Durán Salvadó, doctora en Artes y Educación de la Universidad de Barcelona: “Hay que recuperar el conocimiento de las comunidades ancestrales y dar voz a la diversidad. La academia debe articular ideas que lleven procesos educativos sin brechas de desigualdad”.

POLÍTICA

Entre el escepticismo y la esperanza

Las voces piden con urgencia un cambio y una mejora en las reglas de juego de la política, porque en medio de la desconfianza y el profundo escepticismo, la ciudadanía aún reconoce que es a través de acciones provenientes de la política que se resuelven los problemas sociales.

 

En voz de los expertos

Oskar Nupia, doctor en economía“: Seguir trabajando en reducir la desigualdad —a través de un mejor sistema de impuestos y asignación del gasto público— ayudaría a recuperar la confianza entre las clases sociales”.

Observatorio de la Democracia - Universidad de los Andes: “La confianza será fundamental para que, una vez desaparezca el miedo a la COVID-19, se recupere la vida cívica y la participación democrática, para que los vecinos cuiden el uno del otro y para que se denuncie ante la policía a la delincuencia, que no para de crecer”.

Weildler Guerra, antropólogo: “La política parece no abarcar la complejidad de la sociedad, porque es vista solo a través de una dimensión (la mecánica electoral) que la empobrece. No basta una sociedad con individuos altamente capacitados, sino que es necesaria la búsqueda de factores emocionales que privilegien el diálogo”.

MEDIO AMBIENTE

Preocupa más a las nuevas generaciones

La protección del agua, de los páramos y de las fuentes hídricas fueron temas sobre los que llamaron la atención jóvenes, niños y adolescentes en TQH, Colombia, “El alcance de grupos armados y de las mafias dedicadas a acaparar tierras ha sido tal que ambientalistas y funcionarios han perdido la vida en manos de estos”, Juan Guillermo Zuluaga, gobernador del Meta a Radio Nacional.

 

En voz de las expertas

Sandra Vilardy, doctora en Ecología y Medio Ambiente: “Se debe reconocer la codependencia entre el bienestar de los colombianos y la persistencia de los Parques Nacionales y todas las áreas protegidas, que en el país de la megadiversidad deberían ser el eje de su modelo de sostenibilidad”.

Martha Rocío Ortiz, doctora en Ecología y Recursos Naturales: “Antes de pensar en reforestar deberíamos apostarle a la conservación de lo que ya tenemos. Las áreas del bosque natural deben separarse de animales como el ganado, porque estos hacen más difícil el proceso de regeneración”.

DESIGUALDAD

Colombia, uno de los países más desiguales

Sobre la mesa se puso de nuevo la desigualdad. Los países suelen sacar a relucir los resultados de crecimiento económico como una victoria, pero el verdadero desarrollo es que mejoren los más pobres y los más ricos, no unos más que otros.

 

En voz de los expertos

Andrés Ham, dr. en Economía Agrícola y Aplicada: “Las recomendaciones de la Misión de Empleo son una buena guía, desde las regulaciones antiguas, para un mercado laboral dinámico hasta considerar una protección social universal. Hay que sembrar semillas para construir vías duraderas de movilidad social”.

Banco Mundial: “Mejorar la progresividad del sistema tributario y reorientar las transferencias y subsidios a los más necesitados. Reducir el impacto de los choques climáticos sobre los más vulnerables. Promover mercados laborales más inclusivos”.

 

Los retos de los resultados de Tenemos Que Hablar Colombia:

María Victoria Llorente, directora ejecutiva - Fundación Ideas para la Paz: “TQH, Colombia se cumple de dos maneras: una que ya sucedió entre agosto y diciembre de 2021, en donde miles de personas de todos los rincones de Colombia pudieron intercambiar ideas sobre el país que quieren, gracias a los espacios de encuentro facilitados por las universidades promotoras. La otra manera es que efectivamente la agenda ciudadana que sale de estas conversaciones cale entre los actores de nuestro sistema político, y se constituya en marco de referencia ineludible para los próximos Congreso y Gobierno Nacional. Esto no es fácil y dependerá en buena medida de la capacidad de las universidades y organizaciones aliadas de transmitir de manera eficaz lo que los colombianos desean que se reforme, cambie o mantenga del país”.

 

Moisés Wasserman, exrector de la Universidad Nacional: “Hay muchísimas propuestas que surgieron en estas conversaciones y en muchos campos distintos de la actividad humana. Unas son de concreción relativamente rápida y posible, necesitan planes de acción realistas y una decisión política que las soporte. En el estudio que hacen sobre frecuencia con la que son nombrados problemas (y eso es un indicador de su importancia para la gente) predomina la palabra educación. Acá, por supuesto, confluyen una infinidad de problemas. Algunos de abordaje inmediato, otros de más largo término. Lo que sería esencial para su solución es decisión política y continuidad en los planes. Con eso la participación de los involucrados es esencial, y para educación prácticamente toda la sociedad está involucrada”.


Simón Uribe - Hombre trans

Hombres trans: La lucha por no perderlo todo

Actualidad y análisis

Hombres trans: la lucha por no perderlo todo

Por Lina Fernanda Sánchez Alvarado
lf.sancheza@uniandes.edu.co

En medio de la invisibilidad y la discriminación, hombres trans han unido sus voces para garantizar el acceso a la libreta militar y a la interrupción voluntaria del embarazo como parte esencial de una vida digna.

Él es Simón Uribe. Hay, dice mientras junta sus manos, mucha potencia y transformación en amarse y ser amado siendo una persona trans. “Es una herramienta para darle la vuelta a la incomprensión e injusticia que recibimos”.

Con firme convicción, Simón Uribe pronuncia en voz alta una de las frases que más sentido ha tenido en su vida. Cita a Susan Stryker, una activista, teórica y cineasta estadounidense con un papel fundamental en el desarrollo de los estudios trans en la academia: “Las personas trans perdemos mucho cuando hacemos el tránsito, pero nos ganamos a nosotros mismos”. Complementa diciendo: “Ganarnos a nosotros mismos es estar cómodos en la propia piel, sin que eso nos implique vivir con miedo”.

Sentado junto a Simón está Jhonnatan Espinosa, defensor de derechos humanos y activista transmasculino, que coincide con lo que acaba de señalar su hermano de lucha. Respira y agrega: “Ser un hombre trans en Colombia es un acto de resiliencia y resistencia”. Los hombres trans son personas que se identifican como hombres, pero fueron clasificados como mujeres al nacer. Un grupo históricamente discriminado que ha enfrentado un sinnúmero de vulneraciones a sus derechos.

“A pesar de que el país tiene un marco legal robusto con una Corte Constitucional que ha defendido y promovido los derechos de las personas trans, todavía existen muchos obstáculos”, concluye el documento Cartografía de derechos trans en Colombia, del Programa de Acción por la Igualdad y la Inclusión Social (PAIIS), de la Facultad de Derecho de la Universidad de los Andes, el Aquelarre Trans y OutRight Action International.

Tomás Anzola, de la Fundación GAAT (Grupo de Acción y Apoyo a Personas con Experiencia de Vida Trans), asegura que con la invisibilidad viene la impunidad y el temor de salir a la calle pensando si lucen o no como la foto del documento, si el nombre coincidirá con el de la base de datos del policía de turno o si serán acusados de suplantación.

Libreta militar: una sin salida

“Hace 10 meses un compañero, que llevaba más de una década como contratista, hizo el cambio de sexo. Mientras eso pasaba se quedó cinco meses sin trabajo porque le exigían la libreta y, mientras tanto, ¿cómo sostenía a su familia?”, se pregunta Jhonnatan. Las cifras respaldan su preocupación: 5,3 % de los hombres trans cuentan con contrato laboral, según el informe de PAIIS. Por esa razón muchos se mueven en un círculo de extrema pobreza e informalidad.

Eso sucede porque, en Colombia, los varones necesitan la libreta militar para acceder a un empleo formal. Obtenerla es un callejón sin salida. Previo a solicitarla, se debe cambiar el sexo en los documentos de identidad, un procedimiento que podría costar entre 250.000 y 300.000 pesos y que no todos pueden pagar.

Desde GAAT, Tomás Anzola ha acompañado unos 250 procesos de cambio de sexo en los documentos. Solo 35 % fueron para hombres trans, los otros fueron para mujeres trans. Así, quedarían sin definir la situación militar quienes no pueden hacer el cambio en la cédula o prefieren mantener la (F) en el documento para protegerse de batidas de la Fuerza Pública.

En 2017, cuando se sancionó la Ley 1861, los hombres trans quedaron en un limbo jurídico, pues no fueron exonerados de prestar el servicio, lo que sí ocurrió con las mujeres trans. Eso explica por qué, por ejemplo, un hombre que hizo el cambio a los 30 años fue multado por ser considerado remiso desde los 18 años.

Dejusticia y los colectivos transmasculinos han recomendado al Ejército Nacional crear protocolos especiales para quienes quieran prestar el servicio, brindando condiciones dignas y seguras. Así también lo ordenó la Corte Constitucional en la Sentencia T-099 de 2015. La revista Puntos contactó al área de reclutamiento del Ejército Nacional para conocer si se han implementado algunos procedimientos, pero al cierre de la publicación no se había recibido respuesta.

Simón se ha negado a sacar su libreta militar porque dice que puede exponerse a ser patologizado, es decir, ser forzado a acogerse a un diagnóstico psiquiátrico. “Debemos justificar que no somos enfermos mentales; yo me niego a hacer eso porque es injusto y discriminatorio”. Su posición respalda lo que dice un grupo de activistas junto con Dejusticia, en Hombres trans y libreta militar en Colombia: no portar este documento vulnera los derechos a la intimidad, a la identidad y al trabajo digno.

“En ningún momento de mi vida me imaginé que iba a ser víctima de violencia sexual, mucho menos que iba a terminar embarazado. Esto puede sonar horrible, pero con o sin EPS, me hubiera realizado un aborto. Porque literalmente era algo que no podía vivir”, relata un hombre trans en Acceso al aborto seguro para hombres trans y personas no binarias, estudio de Profamilia y la Alianza TransAbortera de Colombia.

Y es que el aborto no es una necesidad exclusiva de las mujeres cisgénero (personas cuya identidad y expresión de género coincide con el sexo biológico que se les asignó cuando nacieron). “Las personas con experiencia de vida trans que han sido asignadas mujeres al nacer tienen también capacidad de gestar y necesidades como la atención prenatal, perinatal, posparto y neonatal o el aborto seguro”, señala el estudio.

Sin embargo, en la sentencia C-355 de 2006, de la Corte Constitucional, sobre la interrupción voluntaria del embarazo (IVE), solo se contempla a las mujeres. El informe insta a incluir conceptos como “personas que se embarazan y abortan”, para así identificar otros cuerpos y subjetividades.

“No estamos en los registros, no estamos en el sistema médico, no estamos en los espacios jurídicos. Podemos acceder, pero terminamos teniendo que escoger entre el derecho a abortar o el derecho que he venido construyendo sobre mi identidad”, contó Martín Junco, de la colectiva AlienHadas, durante el conversatorio ‘Aborto legal en América Latina y el Caribe’, de la Agencia Joven de Noticias en español.

Andrés, quien prefiere cambiar su nombre, fue víctima de una violación correctiva, concepto que se usa para referirse a un crimen de odio para “corregir” la opción sexual de las personas, y tras el hecho quedó embarazado y decidió abortar con fármacos. Sin embargo, estaba en la universidad, no tenía trabajo ni EPS. Lo hizo clandestinamente y el proceso le tomó 2 meses. “Recuerdo que sentí que me arrancaban el estómago”, cuenta y agrega que nunca paró de escuchar en su cabeza las palabras que le decían una y otra vez los violadores y quienes le hicieron el procedimiento: “¡No era pues muy machito!”.

Situaciones como las descritas llevan a Martín a agregar que hay una persecución en el acceso a este derecho, lo que hace que se muevan en círculos de marginalidad y terminen en lugares clandestinos. Se vulneran las identidades de género y se enfrentan a procesos que no son cuidadosos con sus cuerpos. Producto de esto, Atravesados y AlienHadas crearon la Alianza Transmasculina Abortera de Colombia (ATAC) que ha planteado rutas de atención diferenciales. ATAC ha acompañado interrupciones entendiendo el cuidado más allá de lo clínico.

En el reciente estudio de Profamilia, la encuesta revela un desconocimiento de los métodos anticonceptivos y la falta de claridad sobre los efectos secundarios de las terapias hormonales en la fertilidad, lo que los expone a embarazos no deseados.

Uno de los encuestados puntualiza: “Soy un hombre que sangra, que gesta, que puede parir y decidir sobre su cuerpo. Esto último sin duda es emancipación, reconocimiento de lo que soy y de lo que puedo exigir a otros sobre mí”.

Activismo y música, dos amores que se unen en Jhonnatan Espinosa Rodríguez. Aquí, uno de sus ensayos con la batucada Euforia Trans, en el Centro de Atención Integral a la Diversidad Sexual y de Géneros.

libro artículo hombres trans

El futuro es sin género

Autora compiladora: Sandra Sánchez López. Ediciones Uniandes*

Recoge historias de infancias trans en Colombia, Argentina y Chile. Incluye reflexiones sobre un oficio periodístico incluyente, en el que se haga más transparente el compromiso político de la comunicación y se dejen atrás los temores y prejuicios frente a los encuentros entre periodismo y activismo.


*Cuadernos de Periodismo /Centro de Estudios en Periodismo (CEPER)/ Universidad de los Andes.


Foto de una orquidea Dichaea andina

La orquídea que huele a chocolate y a vainilla

La flor que huele a chocolate y a vainilla

Foto de la orquídea Dichaea andina

Luego de un arduo trabajo y sin saber en principio que tenía en sus manos una especie hasta ahora desconocida, la bióloga Yasmin Alomía descubrió y catalogó una nueva orquídea en Colombia, el país más rico del mundo en estas flores. Se trata de la Dichaea andina.

Por Mauricio Laguna Cardozo
Fotos Cortesía Yasmin A. Alomía A

1. El secreto entre la niebla

Cuando la catalogó por primera vez, Yasmin Alomía creyó que se trataba de una orquídea descrita en la Guayana Francesa. Había llegado a ella por su director de tesis doctoral, Pablo Stevenson, quien la invitó a escoger una orquídea en el Parque Nacional Cueva de los Guácharos (Huila) para su investigación. Ella, especialista en ecología, la eligió por su abundancia, debió visitarla varias veces para encontrarla florecida y nunca quedó tranquila con las diferencias que notaba con respecto a la flor de las Guayanas. Para empezar, era raro que estuviera en los bosques andinos, entre 1.800 y 2.400 metros de altitud. La nueva especie, la Dichaea andina, habita bosques nublados, frescos, con una humedad del 98% y temperatura promedio de 15 grados centígrados. También se encontró en el Valle del Cauca, en la cordillera Occidental, y en Antioquia, en la cordillera Central.

 

 

2. De rosa, de violeta y de blanco

Bajo las ramas verde oliva -que al ojo no entrenado parecen las de un helecho- brotan las flores de color rosa pálido y violeta, con su labelo blanco. El periodo de floración de la Dichaea andina es de dos a tres días con dos picos entre abril y mayo y entre octubre y noviembre, aunque puede darse floración ocasional. En los días de flor, la fragancia que las flores despiden se puede percibir de nueve de la mañana a tres de la tarde.

 

3. Desde la penumbra hasta la luz

Como es común en las orquídeas, su relación con los árboles es vital. La nueva orquídea colombiana crece en árboles vivos y en troncos muertos, por lo general en zonas de sombra profunda. Para Yasmin Alomía, bióloga de la Universidad del Valle y aspirante a doctorado de la Universidad de los Andes, “esta especie fue un reto desde el principio”, por lo que tuvo una satisfacción adicional al descubrir que se trataba de una nueva orquídea que daría a conocer.

 

Abejas euglosinas, conocidas como las orquídeas.

 

4. Una fragancia que conquista

“Cuando está en flor, uno detecta una fragancia dulce, con unas notas de chocolate con vainilla”, describe Alomía. La Dichaea andina atrae, en el bosque, a las abejas euglosinas, llamadas abejas de las orquídeas, para cuyos machos las montañas colombianas son una especie de perfumería en la que buscan aromas que les ayuden a conquistar a hembras que los encuentran más o menos atractivos por su bouquet. Un factor clave en su reproducción. Para identificar con plenitud a la Dichaea andina, la bióloga debió sumergirse en la taxonomía, en la que no se considera experta.

 

5. La huella que la confirma

Los especialistas saben que cada especie de orquídea tiene, podría decirse, una ‘huella’ digital que ayuda a identificarla: su labelo, una suerte de pétalo modificado, generalmente con un color diferente a los pétalos de la flor. Ese labelo también fue determinante para saber que la Dichaea andina era distinta de su pariente de Guayana. Entre las Dichaea, el labelo es ancoriforme o de ancla y el de la colombiana presenta cambios que llevaron a la investigadora a consultar expertos que confirmaron que se trataba de una nueva especie y a sumar estudios genéticos comparativos.

 

Yasmin Alomía, bióloga de la Universidad del Valle y aspirante a doctorado de la Universidad de los Andes. Foto: Judy Pulido

Karen Aune y su obra Lapsus Trópicus. Combina ciencia ficción y artes plásticas

¿Vivimos en una ciencia ficción?

Ciencia ficción: el ARTE de ESPECULAR

En la casa de Karen Aune no había televisión. De niña, las revistas sobre ovnis que compraba su madre y los libros de ciencia ficción de Asimov y Bradbury eran el estímulo para imaginar otros mundos. Hoy combina artes plásticas y ciencia ficción en escenarios donde hombre y tecnología se encuentran.

 

Por Mauricio Laguna Cardozo
Fotos Cortesía Karen Aunen

Vivimos, para Karen Aune, en el mundo que especuló la ciencia ficción. Teletrabajamos, como en los Supersónicos (1962), y se trasplantan los órganos que recibió Frankenstein (1818) en la novela de Mary Shelley.

 

¿Qué hay de ciencia ficción en nuestras vidas?

Karen Aune: El Internet, el celular, el hecho de que tengamos sistemas de inteligencia artificial que ya pueden filtrar nuestros gustos. Soy una adicta a la película Matrix (1999). La premisa de Matrix es que un gran sistema de inteligencia artificial se apodera del mundo y utiliza los humanos, la conectividad de los humanos, para que su sistema siga andando. Metafóricamente, es lo que pasa hoy. Damos a esta gran máquina toda nuestra información y nos devuelve esta adicción. Y seguimos ahí enganchados y seguimos comprando productos o interactuando. Entonces sí, fue muy profética y vivimos esto.


 

 

De niña, Karen Aune soñaba con poder congelarse y ver que pasaría en el futuro. Hoy no está muy segura de que la humanidad pueda presenciar la suerte de su planeta.

¿Qué cree que quedará en un futuro de la humanidad, de lo que nos hace humanos?

K. A.: No sé qué podría quedar, pero a mí me da mucho miedo sobre lo que no quede, porque yo veo que el ser humano es cada vez menos empático. Las relaciones humanas son muy basadas en el interés. Hay un intercambio, un microintercambio económico en todas las relaciones (económico, en un sentido metafórico). Zygmunt Bauman habla en su libro Amor líquido de este afecto, que es una transacción todo el tiempo.

El humano siempre quiere tapar el sol con el dedo. Tenemos esta cosa: nos sentimos mal, tomamos un medicamento. En lugar de alimentarnos bien o de tener un mejor estilo de vida. Eso es terrible, mejor paremos de destrozar, cambiemos el sistema económico, cambiemos la manera como estamos viviendo. Es un sistema muy agresivo. Como vamos con nuestra relación con el entorno, con el medio ambiente, puede que no existan los humanos. Algunos animales van a entrar en extinción, pero nosotros somos los más frágiles de todos. Creo que el planeta sigue, pero nosotros puede que no.

 


Espacios Tecnoestéticos de Ficción

Espacios Tecnoestéticos de Ficción

Autora compiladora: Karen Aune. Ediciones Uniandes.

Artista, investigadora y profesora, reflexiona en su trabajo sobre el proceso de construcción de sus obras y cómo las herramientas transforman también al artista. Una muestra es este libro, investigación sobre el proceso creativo de su obra Lapsus Trópicus. Lo publicó durante pandemia, en 2020.

El proyecto de investigación desde la creación titulado Espacios Tecnoestéticos de Ficción, consistió en la realización de la obra  Lapsus Trópicus, que fue expuesta en la Fundación El Faro del Tiempo en Bogotá en 2015 y de este libro. El proyecto fue financiado por el fondo de Apoyo a profesores Asistentes (FAPA) de la Universidad de los Andes.

 


Contaminación: respirar... ¿puede hacernos más pobres?

Respirar... ¿puede hacernos más pobres?

Fotografía de Bogotá con contaminación
¿Qué respira la capital del país? El Análisis de desigualdades múltiples y políticas de reducción de la contaminación estudió en 2021 la calidad del aire de 109 de las 112 Unidades de Planeamiento Zonal (UPZ) y, con base en inventarios de emisiones, datos metereológicos y reportes de monitoreo de material particulado, evidenció que solo 10 % de los habitantes de Bogotá respira aire de buena calidad.

Alto contraste

Fotografía de Bogotá en un día sin carro

Cerca de las 11 de la mañana, poco antes de la pandemia en un día sin carro, una mirada perturbadora hacia el occidente de Bogotá y el aire que lo cubre. A la derecha, también hacia el occidente, una vista magnífica del nevado del Ruiz poco antes de las 7 durante los confinamientos de 2020.

Pero hay más que partículas expulsadas por combustión en vehículos e industrias y otras fuentes. De manera casi imperceptible, el polvo agudiza el problema ambiental y puede afectar vías respiratorias, generar crisis de asma o irritaciones oculares.

Panorama desigual

Foto del suroccidente de Bogotá con contaminación del aire

Este horizonte turbio tiene un agravante. El suroccidente bogotano está más expuesto a la contaminación del aire y no solo por corrientes de viento. El equipo que hizo el Análisis, con ingenieros y economistas a bordo, notó que el mal aire coincide con condiciones socioeconómicas difíciles y con sectores donde vías sin pavimentar emanan gran cantidad de polvo. Pavimentar vías podría, incluso, tener mayores beneficios en reducir esa desigualdad de la calidad del aire —y de la vida— que sustituir combustibles en la industria o renovar vehículos diésel.

“Cuando le ofrezco un vaso de agua a una persona y está contaminada, tiene la opción de no tomárselo. Pero, donde el aire está contaminado, no le puedo pedir a alguien que no respire”, dice Jorge Bonilla, ingeniero forestal y doctor en Economía de Göteborgs Universitet, Suecia, partícipe del estudio.


Afganistán: Esa herencia cultural está en veremos

Afganistán: Esa herencia está en veremos

Budas de Bamiyan
Fotos: 1. Unesco / AFP 2. Jean Claude-Chapon / AFP 3. Bulent Kilic / AFP

Con el regreso de los talibanes al poder, el enorme patrimonio cultural de Afganistán está en suspenso. Hace dos décadas los extremistas destruyeron incluso los inmensos Budas de Bamiyán. El saqueo también hace lo suyo en el territorio que pisaron Alejandro Magno, Marco Polo y los mercaderes de la Ruta de la Seda.

Los Budas

Para entrar en terreno hay que contar la historia de un monje llamado Xuanzang. Fascinado, hace 1.391 años y unos meses, se desvió 1.500 kilómetros de su peregrinación por India y llegó hasta lo que hoy es Afganistán solo para ver dos budas tallados en la roca, de 55 y 37 metros de altura. El grande, como lo relata hoy Kassia St Clair, estaba vestido con tonos marrones y, el pequeño, con el color de uno de los más fascinantes productos de exportación de Afganistán por siglos: el lapislázuli. Durante milenios encantaron al mundo: aquí, un visitante observa a la distancia en 1970 (foto 1) y luego dos afganos se sientan sobre el pie derecho del Buda más grande (Solsol) en 1997 (foto 2). Pues en 2001, por considerarlos ídolos paganos, los talibanes destruyeron este patrimonio de la humanidad (declarado por la Unesco). El hombre armado (foto 3) es, de hecho, un talibán a finales del año pasado ante la cavidad de Solsol (en 2021 los talibanes volvieron al poder). En la (foto 4), una proyección en 3D en 2015.

Proyección en 3D de los Budas de Bamiyan

La Ruta de la Seda

Hablando de lapislázuli y de Bamiyán, este valle verde al frente de las montañas de los budas, donde se cultivan papa y otros alimentos (foto 5), fue un lugar de paso del camino más legendario del comercio mundial y del intercambio de culturas: la Ruta de la Seda.

Foto mujer afgana haciendo manualidadesDurante las últimas dos décadas, en el paréntesis del poder talibán, hubo iniciativas como Turquoise Mountain (nombre de la capital perdida de Afganistán, destruida en 1223 luego de un asedio del hijo de Genghis Khan), en cuyo instituto para las artes la mujer de la imagen trabaja en joyería tradicional afgana (foto 6). También se recuperaron allí saberes de cerámica, caligrafía o carpintería de esta región por donde cruzaban tintes como el azul ultramar, especias, cristales, joyas, minerales y, por supuesto, telas.

Mujer afgana con su bebéLugar donde hoy, como hace mucho los monjes, familias enteras viven en cavernas en la roca (foto 7), vendedores ponen sus kioscos o mujeres de la etnia hazara (de lengua persa) viven su día a día.

Otros tesoros

Este país, donde las mujeres de manera tradicional han tenido pocas oportunidades para decidir sobre sus destinos y donde las estructuras tribales impiden verlo de manera unitaria, es una de esas esquinas donde se cruzan tiempos y eras. Con antepasados desde hace 50 mil años, aquí llegó el budismo unos tres siglos antes de la era cristiana y pasó a China y florecieron incluso el zoroastrismo, el cristianismo, el judaísmo y el hinduismo antes del islam en el siglo VII. Protagonista de imperios como el macedonio (después de arduas luchas con los clanes del territorio, Alejandro Magno quiso asegurar su dominio casándose con la princesa afgana Roxana) o el mongol (los caravasares seguro hospedaron a Marco Polo de camino a la corte de Kublai Khan) y ficha de la Unión Soviética, tiene una riqueza arqueológica y cultural incalculable. En estas imágenes, Mes Aynak (foto 8), Shahr-e Gholghola (foto 9) y el Museo Nacional de Afganistán (foto 10).

 

Foto de Mes Aynak
Foto de reliquia del Museo de Afganistán

Lo que no se ve

Por Patricia Zalamea,
profesora del Departamento de Historia del Arte de Los Andes.

El nombre de Afganistán, a pesar de la distancia geográfica con Colombia, resuena cada tanto entre distintas generaciones a causa del paso por las noticias internacionales: en primer lugar, con la ocupación soviética en 1979; luego, la incursión de los Estados Unidos en el 2000 como respuesta a los ataques de Al Qaeda, grupo terrorista albergado por los talibanes que dominaban Afganistán en ese entonces; y ahora. Resuena también por algunas historias paralelas: del cultivo del opio en Afganistán a la coca en Colombia; por los traumas de los conflictos internos, la violencia rural y las historias de desplazamiento masivo hacia zonas urbanas.

Lo que poco se conoce es la historia multicultural de Afganistán, su diversidad y una riqueza patrimonial constituida a través de los siglos. En su territorio confluyen tradiciones persas, un legado helenístico, el desarrollo de un fuerte mecenazgo budista y diversas expresiones del arte islámico, así como los encuentros entre culturas milenarias gracias a la Ruta de la Seda. En muchos sentidos, Afganistán fue siempre un cruce de caminos, ubicado literalmente en el “centro del mundo”, cuando Europa aún no miraba hacia Occidente.

En la actualidad, diversos grupos de personas, dentro y fuera de Afganistán, luchan por reclamar la identidad multicultural de su país. En buena medida, se han hecho visibles gracias a las redes y a las noticias recientes. Además de iniciativas como el documental sobre el complejo budista en peligro perpetuo por los variados intereses económicos que lo atraviesan, titulado Saving Mes Aynak y dirigido por Brent Huffman, ha habido campañas en redes para resaltar la riqueza del color de los vestidos tradicionales en distintas regiones.

En 2001, algunos meses antes del ataque a las Torres Gemelas, los talibanes habían derribado dos esculturas budistas colosales en Bamiyán. A los 20 años de ocurrido el suceso, la Unesco anotaba la diferencia con otras destrucciones de la cultura material: “Aunque la destrucción del patrimonio y el saqueo de artefactos ha tenido lugar desde la antigüedad, la destrucción de los dos budas de Bamiyán representó un importante punto de inflexión para la comunidad internacional. Un acto deliberado de destrucción, motivado por una ideología extremista que tenía como objetivo destruir la cultura, la identidad y la historia, la pérdida de los Budas reveló cómo la destrucción del patrimonio podría utilizarse como arma contra las poblaciones locales. Destacó los estrechos vínculos entre la protección del patrimonio y el bienestar de las personas y las comunidades. Nos recordó que defender la diversidad cultural no es un lujo, sino fundamental para construir sociedades más pacíficas”.

Con la salida de los Estados Unidos en agosto de 2021, el Museo Nacional de Afganistán en Kabul, que se había abierto nuevamente en el 2017, hizo un llamado de auxilio a sus pares internacionales, recordando cómo sus objetos han sido robados o han tenido que esconderlos para protegerlos. En síntesis, hay una gran preocupación por el futuro de este legado y por su frágil conservación.

Referencias

  • Peter Frankopan, Las rutas de la seda. Una nueva historia universal. (Crítica, 2014).
  • Angela María Puentes Marín, El opio de los Talibán y la coca de las FARC. Transformaciones de la relación entre actores armados y narcotráfico en Afganistán y Colombia. (Ediciones Uniandes, 2006).
  • https://whc.unesco.org/en/news/2253.

Crédito fotos:

  • Foto 4: Wakil Kohsar / AFP
  • Foto 5: Bulent Kilic / Foto 6: AFP 2. Wakil Kohsar / Foto 7:AFP 3. Wakil Kohsar / AFP
  • Foto 8: Shah Marai / Foto 9: AFP 2. Wakil Kohsar / Foto 10:AFP 3. Wakil Kohsar / AFP

Rotterdam, un cuento de Julio Paredes

Illustración de un molino de viento

Un hilo de la vida que se altera de manera profunda sin escándalos, una atmósfera que se consolida precisa, líneas que filtran melancolías…

Un cuento de Julio Paredes

autor excelso en la narrativa breve colombiana, devoto de Onetti, sumergido en los extravíos de lo que parece ficción.

Una vez entraron al puerto, la velocidad del buque se redujo considerablemente. Después de varios días de balanceos y sacudidas fuertes mientras pasaban el Canal de la Mancha, este deslizamiento suave agudizaba la sensación de extrañeza que se le había instalado entre pecho y espalda. Echado en el camarote, repasó la última conversación que sostuvo con Irene por teléfono dos días antes de que él saliera de Bogotá. Ella había encontrado ya un apartamento por el centro de Madrid, no muy lejos de la sede de la universidad. Un lugar que llevaba abandonado casi dos años y que la dueña dejó a un precio mensual muy bajo, con la condición de que lo limpiaran y arreglaran algunas cosas.

Volvió a escuchar la dulzura de esa voz con la que Irene explicaba el mundo. Pensó que no sería bueno contarle a Irene sobre el vértigo que lo apresó una noche cuando se asomaba por la borda y miraba el agua oscura del mar; aferrado a las varas metálicas, consciente de que había una frontera muy frágil entre sus pies sobre la cubierta y el salto al vacío. Vio por entre el ojo de buey la noche al otro lado, las estrellas inmóviles, y entendió que su tarea más importante era no atentar contra la belleza de Irene, dominar su impaciencia, uno y otro de los días por venir.

Illustración de un café
Le contaría, mejor, sobre la increíble luz del mar en el Caribe y que llegó apenas a tiempo a la zarpada del buque, pues el vuelo de Bogotá a Cartagena se había atrasado por la llegada del Papa. Imaginó que podría inventar una metáfora con la accidentada presencia de este segundo Papa en Colombia, pues así como traía la particular misión de bendecir una tierra desarticulada y brutal, por poco le impedía subir a este buque que lo acercaba de una vez por todas a Irene. Un Papa polaco, como el puerto final donde este mismo buque desaparecería para siempre.

En la mañana y ya en tierra, los oficiales de inmigración los separaron en dos filas. Un hombre vestido de civil le ordenó a Cárdenas con una rápida seña de la mano que recogiera el equipaje y lo siguiera hacia un cuarto. Cárdenas conocía la rutina y obedeció con calma. Se trataba de un escenario que replicaba sus dos únicas visitas a Estados Unidos. Una vez adentro el oficial apuntó, con un índice que a Cárdenas le pareció súper desarrollado, una larga mesa vacía. Obediente a esa especie de encuentro entre sordomudos, puso la maleta, el maletín y el morral par sobre la mesa y empezó a abrir las cremalleras. El hombre le señaló la pared y esperó a que se alejara.

En el mismo instante entraron dos oficiales más a la salita. Una mujer, con un kepis azul que parecía flotarle sobre el pelo recogido, de un rubio brillante, con visos dorados, y otro hombre de idéntica corpulencia a la del primero, con uniforme de policía. Esperaron a que Cárdenas terminara de vaciar el contenido de lo que formaba su equipaje. Con parsimonia excesiva cada uno de los oficiales inspeccionó las costuras del equipaje. La mujer se concentró en la maleta. Hacía la tarea con tanta seguridad y fácil destreza que Cárdenas se inquietó con la posibilidad de que al final descubriera un comportamiento secreto que hasta él mismo ignoraba.

El segundo oficial mostró la misma concentración con los libros que cargaba Cárdenas en el morral. Pasaba las hojas casi una a una, atento a cualquier papel que pudiera caer o aparecer dentro. Por un segundo, Cárdenas tuvo la sensación de que los ruidos habían desaparecido del cuarto y le subió un leve mareo que achacó al hecho de estar de nuevo en tierra. Vio que el policía se detenía un rato más largo en las páginas del ejemplar de Viaje a Samoa de Stevenson. Nada raro que también fuera un lector, pero por el movimiento silencioso de los labios imaginó que deseaba jugar con el arreglo de unas frases traducidas a un idioma incomprensible.

Entonces la mujer le pidió en español el pasaporte. Cuando lo recibió salió del cuarto. Cárdenas sabía que era ilegal sacar fotocopias del documento, pero era inútil negarse. Recordó la especie de advertencia impresa en la primera página y que aludía a la solicitud que el gobierno de su país hacía a todo tipo de autoridad para que brindaran al titular del papel las facilidades pertinentes para realizar un tránsito normal por el territorio al que llegaba. Tenía la seguridad de que, en su caso, como colombiano arribando por mar, la petición sonaría como una ingenuidad risible.

La mujer regresó después de unos minutos y, cuando le entregó el pasaporte, quiso saber por qué razón llegaba a Europa. Tenía un acento fuerte pero construía las frases de una manera excesivamente perfecta, como si repitiera las frases de una grabadora invisible y en realidad no comprendiera su significado. Cárdenas explicó sus intenciones de trabajar y estudiar en Madrid. También le preguntó si conocía alguna persona en Rotterdam. Cárdenas negó y añadió que estaba ahí solo por accidente, no pensaba quedarse más que esa noche. La mujer lo observó con curiosidad, y se echó un paso hacia atrás, como impulsada por un órgano oculto.

Hubo un largo silencio y cuando la mujer le pidió que se quitara la chaqueta, Cárdenas sospechó que la siguiente orden sería la de desvestirse. Nunca antes se había visto obligado a esa clase de strip tease. Sin embargo, la cosa no pasó de un cacheo más o menos violento. Uno de los policías imprimió un sello en el pasaporte y le comunicaron que podía irse. Acomodó con tranquilidad la ropa, pero por poco perdió la calma mientras intentaba cerrar el maletín. La cremallera no se movía del punto donde había quedado atascada. Los tres se mantuvieron impávidos, despreocupados ante los esfuerzos de Cárdenas, que había empezado a sudar rápidamente.

Illustración de un taxi

Decidió probar el hostal que les había recomendado uno de los marineros del San Buenaventura. Buscó un taxi y le mostró al chofer el papel con el nombre escrito. El taxista pareció comprender y sin mucha delicadeza acomodó parte del equipaje en el baúl. El hombre conducía como si odiara el oficio y afortunadamente, pensó Cárdenas, no pasaron más de diez minutos antes de que frenara ante un aviso de neón.

La pensión, con el sonoro nombre de Dunderlandsal, tenía una hermosa puerta de madera. Después de insistir unos segundos en el timbre lo recibió un individuo amable y sonriente quien, luego de hacerlo pasar y tomar los datos pertinentes, confesó, con bastante emoción, que había estado en Bogotá por la década de los años cuarenta. Para sorpresa y entretenimiento vocalizaba algunas palabras en español. Después de pagar lo de la noche y escuchar con una sonrisa una breve anécdota sobre la belleza de las colombianas, Cárdenas siguió al hombre por unas escaleras en forma de caracol que llevaban hacia una especie de bajo. Se detuvo ante una puerta y enseguida le enseñó a Cárdenas un cuarto con una diminuta ventana hacia la calle. Parecía orgulloso de indicarle las características del lugar, como la ducha amplia y limpia, la lámpara sobre la cabecera de la cama, ideal para la lectura.

Decidió echarse unos minutos en la cama. La calidez y disposición del anfitrión habían servido para reducir la inquietud de esas primeras horas. Después se preparó para salir y caminar un rato por entre las calles del famoso puerto. Mientras terminaba de vestirse observó con detenimiento la única reproducción que adornaba las paredes del cuarto. Se trataba de una escena campesina y mostraba probablemente a la familia de algún famoso noble en recorrido por los campos para reconocer la maravillosa extensión de sus propiedades o la fidelidad de sus siervos empobrecidos. El paisaje había sido tratado con una minuciosidad excesiva. Sin embargo, el rostro de los aristócratas era melancólico y Cárdenas imaginó que estaban ahí por la desagradable o inexplicable fatalidad de tener que acatar una tarea incómoda como la de acariciar la cabeza piojosa del interminable número de niños que los rodeaban o escuchar el dramático relato del destino de algún tullido. El estruendo de un tranvía, que casi rozó la ventana, lo sacó de la elaboración.

Illustrración de una mano dibijando un mapa

Cuando bajó de nuevo a la recepción, el dueño del hotel dibujó sobre una hoja un pequeño mapa que le indicaba un fácil recorrido para llegar hasta la plaza central donde, según sus palabras, estaba la “vida de Rotterdam”. En la puerta, lo tomó con fuerza del brazo y, adoptando un tono teatral, le aseguró que esa era una ciudad peligrosa.

Cárdenas agradeció la advertencia y le recordó a uno de esos actores secundarios de las películas de terror, que siempre previenen al incauto protagonista sobre los peligros que se avecinan si no desiste en su empeño de adentrarse en las regiones tenebrosas. Según el pequeño plano la plaza se encontraba hacia el costado derecho de la puerta principal de la estación central de buses, a la que llegó después de caminar un par de cuadras.

En la plaza había bastante movimiento a pesar de la hora. Se sentó, como otros turistas, sobre la base del monumento ecuestre que se levantaba en el centro y se entretuvo con un grupo callejero de rock. Después de un rato sintió hambre y buscó un puesto de comida. Intuyó que si en ese momento alguien lo observara podría identificar sus esfuerzos por esconder su condición de nuevo extranjero en una ciudad extraña, adjudicándole la desprotección propia de todos los que se encuentran alejados de su hogar.

Tuvo una confusa relación de los últimos días en Bogotá. La lenta distribución de sus pertenencias en la casa de su mamá, donde aún vivían sus dos hermanos menores. Sabía que viajaba hacia una estadía de mínimo cinco años y, probablemente, Madrid se convertiría en la ciudad donde se quedaría a vivir. Terminó el sándwich y salió de la plaza.

Illustración de una mano sosteniendo un reloj de bolsillo

Supuso que empezaba a caminar por la parte vieja de la ciudad. Se entretuvo con algunas vitrinas y trató de pensar en un posible regalo para Irene. Las construcciones eran altas y angostas y pensó que parecían concebidas por un arquitecto obsesionado con las florituras del pastillaje. Descubrió que seguía un prolongado zigzag. Sospechó que en un momento se encontraría de nuevo en la plaza, como había escuchado que les sucedía a los extraviados en el desierto que al pisar con mayor fuerza sobre uno de los pies quedaban sometidos a un círculo que los devolvía al punto inicial. El aire era fresco, con un viento apenas cálido.

Miró el reloj y calculó que a esa hora empezaba la tarde en Colombia. Entonces un desmesurado golpe le hizo perder el equilibrio. Enseguida una avalancha lo lanzó contra la pared y un intenso tufo le cayó en la cara, una mezcla improbable de adivinar. Casi en el mismo segundo la punta de una navaja le pinchaba el cuello.

No vio los rasgos del otro que de inmediato empezó a buscar con afán entre sus bolsillos, mientras mascullaba términos ininteligibles, como si revolviera el contenido de un cajón donde escondiera un documento precioso. Cárdenas entendió la escena como parte de otro cacheo por su condición de inmigrante molesto, indeseado. Entre el aturdimiento recordó que llevaba un poco más de doscientos dólares. Cuando por fin el tipo tuvo los billetes en la mano se separó con cautela y, bajo la luz, entró en una pasajera ausencia al tiempo que la navaja se le caía de la mano. Cárdenas no comprendió lo que sucedía, pero respondiendo a un ignorado impulso lanzó un fuerte manotazo sobre el oído izquierdo del otro. El hombre se tambaleó y no hizo nada por defenderse. Cárdenas tiró otro golpe, esta vez buscando la altura de la nariz, y se abalanzó sobre el cuerpo, estrellándolo contra el tronco del árbol, que había servido de sombra inesperada para la silenciosa pelea. Cárdenas escuchó un chasquido, como una rama seca partiéndose en el fuego. El otro soltó un débil quejido y se escurrió en el piso.

Cárdenas se mantuvo un rato al lado del cuerpo. Perplejo, no supo si la violencia del golpe había sido excesiva. Estuvo atento a cualquier movimiento, pero la calle estaba totalmente desierta, semejante a un ambiente cerrado. Observó el bulto que formaba el cuerpo en la oscuridad y no supo por qué la escena le recordó la actitud ceremoniosa que adoptan los felinos una vez acaban de volcarse sobre su presa. Sabía que tenía que alejarse lo más pronto posible del lugar, pero los golpes que le aturdían los oídos mantuvieron sus miembros congelados. Con la punta del pie tocó uno de los muslos del tipo y se sintió desamparado. Era imposible que el hombre estuviera muerto, pensó, y las sacudidas del corazón continuaron con una persistencia rabiosa, como si dentro de su pecho se llevara a cabo la desaforada reacción química de elementos incompatibles.

Cuando pudo reaccionar se acercó al cuerpo y arrancó los billetes de la mano cerrada. Cruzó al otro lado de la calle y aceleró el paso. No sabía si la dirección que tomaba, y en la que de nuevo repetía la zeta anterior, lo alejaba o no de la ubicación del hostal, el único lugar que en ese momento le parecía seguro.

Illustración de una fachada con toldos en las puertas

Caminó despacio, concentrado en los golpes de sus pasos sobre el pavimento, aliviado por las luces al final de la calle. Tomó hacia la luz de un semáforo, cruzó una avenida y se dirigió a un bar llamado Andalucía. Supuso que en la coincidencia del nombre existía una salvación, una entrada sin peligros a su futuro cercano con Irene. El sitio estaba casi vacío. Dos hombres conversaban con el barman. Ninguno se interesó por su llegada. Se acomodó en la barra y pidió una cerveza. A su derecha un tercer hombre introducía monedas en una máquina que semejaba el tablero de una ruleta y que de vez en cuando reproducía los acordes de La cucaracha. Un pequeño zaguán conducía hacia el sector de los baños y el restaurante, de donde llegaban voces de mujeres. Bebió un par de sorbos largos y la frescura del líquido dilató su garganta. Se sorprendió con el hecho de que durante el tiempo del atraco y su huida no emitiera siquiera un quejido. Por un segundo, dudó de lo que había sucedido y esa reacción le recordó la hora que había estado encerrado con los tres policías mientras lo obligaban a la silenciosa y lastimosa justificación de su inocencia ante un posible delito. Los sonidos de una sirena lo sobresaltaron y durante un rato fijó la mirada en la puerta de entrada, con el convencimiento de que ya alguien había empezado a buscarlo. Bebió otro trago de cerveza y se levantó para ir al baño.

En el espejo descubrió una pequeña marca en el cuello y algunas gotas de sangre sobre la camisa. En una hipotética detención, podía alegar que había sufrido una hemorragia nasal. Utilizó bastante jabón para lavarse las manos y se las frotó con fuerza bajo el chorro de agua. Se refrescó la cara y se enjuagó la boca. Estiró los brazos hacia adelante y comprobó que el temblor en las manos era todavía perceptible. Sacudió las piernas con vigor y movió el cuello en círculos. Orinó con un poco de dificultad y se echó el pelo para atrás.

Regresó al sitio de la barra y ordenó otra cerveza. Observó las fotos que adornaban el lugar. Había paisajes con colinas sembradas de olivos, imágenes de la Fiesta del Rocío y afiches de toreros. Buscó el papel con el mapa y lo puso en la barra. No encontró ninguna ruta de escapatoria. Miró hacia donde estaba la pareja que hablaba con el barman. En ese instante, uno de los tipos contaba una anécdota o un chiste y acompañaba las frases, cortas y en una misma entonación, con rápidos sorbos de un trago blanco servido en un vaso alto y con abundante hielo. Cárdenas intentó seguir la historia, pero hablaban en un español cerrado, incomprensible.

El que hablaba murmuró algo y acabó de un trago lo que quedaba en el vaso. Hubo un silencio, apenas interrumpido por la máquina y el ruido de las monedas. De repente el barman empezó a reírse, con breves carcajadas que terminaron por contagiar a los otros dos. Poco a poco las risas se hicieron más esporádicas como si el recuerdo de la anécdota empezara a diluirse en la cabeza de todos. Cárdenas comprendió que debía actuar y regresar lo antes posible al hostal. El barman le indicó cómo llegar hasta la estación de buses. Se despidió con amabilidad y dejó una propina que sin duda sería excesiva.

Illustración de un corredor que conduce a una habitación

Cuando entró, supuso que la luz al final del corredor pertenecía a la habitación del propietario. Midió con cautela la presión con la que pisaba los escalones mientras bajaba por la escalera. Abrió la puerta del cuarto con un impulso rápido para evitar el ruido y en la oscuridad se tendió en la cama. Se desabrochó la camisa; se quitó el pantalón y se mantuvo inmóvil. Como varias noches en el buque, buscaría un método que lo condujera hacia el sueño. Volvió a parecerle ridícula la idea de ser un homicida; pero lo que en realidad le pareció incomprensible era el hecho de que nada se hubiera transformado, que la presencia de la muerte no generara un estremecimiento general alrededor, en todas las calles de su recorrido, hasta alcanzarlo a él en ese cuarto.

Se abrazó a la almohada y mordió la espuma con fuerza. No sospechaba la magnitud que podía adquirir el verdadero miedo. Observó la oscuridad por entre la ventana. Sintió sobre la mejilla la saliva dejada en la funda y supo que debía permanecer despierto, atento al desarrollo de la noche, consciente de que la llegada de la claridad sería la prueba de su salvación, el anuncio de que había sobrevivido y pasaba sin vértigo a la nueva orilla firme y segura donde lo aguardaba Irene.

Foto de Julio Paredes

Julio Paredes (1957-2021)

Agradecimientos: Este texto pertenece al volumen Relatos impares, editado por la Editorial Eafit en agosto de 2017. Lo reproducimos con su autorización
Los Caminos Literarios de Julio Paredes y las Líneas de la Mano de su Obra según Hugo Chaparro Valderrama. Texto ideal para adentrarse en el autor colombiano.