Educar a los niños, su prioridad
La ganadora del premio Portafolio 2019 en la categoría Mejor Estudiante es administradora y profesional en Gobierno y Asuntos Públicos de la Universidad de los Andes. Mientras cursaba ambos programas en Bogotá, viajaba a menudo al Llano para dar clases a niños que se habían quedado sin escuela por causa de un derrumbe y para los que creó la Fundación Anne-Marie. Al tiempo que mantiene ese proyecto, se enfoca en montar una empresa con un fuerte sentido social.
Ana María Corrales Aguirre es una llanera incansable de 25 años que, desde hace 10, se la juega por la educación de los niños de San Joaquín y otras veredas de Cumaral, el municipio del Meta donde se crio.
Su objetivo es motivarlos para que al menos terminen el bachillerato, pues en las zonas rurales es común que los niños abandonen la escuela a los 12 años para trabajar, mientras que a las niñas las sacan para que ayuden en la casa, cocinen, limpien y cuiden de sus hermanos menores.
También pretende que la instrucción que reciben tenga la misma calidad de la que se imparte en las grandes ciudades, y que, si no quieren continuar los estudios superiores, lo hagan con conocimiento informado.
Este sueño, que no es el único, comenzó diez años atrás. Un derrumbe ocasionó el cierre de una escuela de la vereda San Joaquín. En un primer momento, Ana María pensó que todos los niños serían reubicados; pero su madre, Ana Beatriz, le abrió los ojos diciéndole que, por las distancias, era muy difícil que fueran a otra escuela y seguramente dejarían de estudiar.
Entonces decidió crear su primera organización con un fuerte sentido social: la Fundación Anne_Marie. “El nombre los escogieron los niños. Querían que se llamara Ana María, pero me oponía a que llevara mi nombre. Finalmente aceptaron que fuera en francés, por lo menos”, recuerda tras una sonrisa incómodada esta joven modesta, a la que le cuesta reconocer sus logros o creerse merecedora de reconocimientos.
Al principio, los estudiantes y los profesores eran pocos y trabajaban en una mesa en la finca de la familia. Por eso, mientras estudiaba, Ana María preparaba los materiales los jueves por la noche y viajaba a Cumaral los fines de semana cada 15 o 20 días para dar las clases. Hoy son alrededor de 80 niños, entre 4 y 16 años, además de 13 voluntarios que dan tutorías académicas en diferentes temas, incluyendo teatro.
“Mi propósito es que ellos puedan cumplir sus sueños, y la educación es el mejor camino para alcanzarlo —comenta—. Muchos de los niños más grandes quieren seguir estudiando, pero carecen de los recursos económicos y a menudo no alcanzan los puntajes mínimos para ganar becas. No es tan fácil y tenemos mucho camino que recorrer para aportar más calidad y que salgan mucho mejor preparados”.
Actualmente, están desarrollando un programa para que quienes quieran, puedan estudiar en el Sena.

Foto: Felipe Cazares
La mano de Quiero Estudiar
Desde que era muy pequeña, Ana María soñaba con estudiar en Los Andes. Sus papás leían noticias en El Especta dor, El Tiempo y Semana , en las que salían muchos expertos de esa universidad y de la Nacional, a la que también admira. El reto estaba en conseguir los recursos para entrar, pues en su casa no tenían cómo apoyarla económicamente. En la página web de la Universidad encontró el programa de becas Quiero Estudiar, se presentó y pasó. “Al principio no sabía cómo me iba a mantener en Bogotá, pero no me importó, había pasado y estaba feliz”. Finalmente, mientras estudiaba trabajó en Los Andes y se apoyó con análisis de proyectos financieros para terceros, algo que aprendió en los primeros semestres y para lo que descubrió ser buena, entre otras actividades.
Antes de entrar se debatía entre Derecho y Administración. Por un lado, por la dura infancia de su madre, procedente de una familia de extrema pobreza y que soportó distintos abusos, se inclinaba por luchar contra la injusticia y proteger al más indefenso. Por el otro, ya tenía clara una meta que hoy mantiene: quería montar una empresa con un fuerte sentido social, que no estuviera enfocada en solo dar ganancia, sino en ayudar.
Al final se inclinó por Administración, pues tenía “un poco de todo”: finanzas, derecho, matemáticas, logística y responsabilidad social.
Avanzada la carrera, sentía que algo le faltaba e incluso pensó en retomar la idea de Derecho, pero un amigo le recomendó una materia de la Escuela de Gobierno y le encantó. Así optó por cursar su segundo programa, en Gobierno y Asuntos Públicos. No sueña con hacer política, pero sí contribuir con las políticas públicas del país.
Fue voluntaria para dar clases los sábados durante un semestre en el cual la Universidad, por primera vez, recibió niños de Bienestar Familiar y de los Centros de Atención Especializados, lugar para adolescentes declarados responsables penalmente. Casi nadie quería participar, quizás por miedo, pero ella sintió que debía motivarlos a seguir estudiando. Allí ratificó una vez más que uno de los pilares de su proyecto de vida es la educación.
“A veces siento un poco de pena con los profesores de profesión; creo que debería estudiar algo relacionado con educación”, reconoce. Pero esta decisión llegará en el futuro. Mientras tanto, lee mucho del tema y pone en práctica lo que aprende.
Cuando era estudiante, sus semanas empezaban muy temprano, aunque le cuesta mucho madrugar. Hoy sigue siendo muy sistemática y mantiene la agenda organizada por horas. Escribe y lee para meditar. Es muy curiosa y una ávida lectora, analítica y reflexiva. Por el momento, está enfocada en su familia, en adquirir más experiencia, en pensar el tipo de empresa que quiere fundar y en continuar con la fundación que lleva su nombre en francés. Su proyecto de vida apenas comienza.
Unicef ha apoyado a la fundación por medio de sicólogos, quienes han ayudado a manejar los casos más difíciles: abusos, violencia y problemas en los hogares. |