Con el regreso de los talibanes al poder, el enorme patrimonio cultural de Afganistán está en suspenso. Hace dos décadas los extremistas destruyeron incluso los inmensos Budas de Bamiyán. El saqueo también hace lo suyo en el territorio que pisaron Alejandro Magno, Marco Polo y los mercaderes de la Ruta de la Seda.

Los Budas

Para entrar en terreno hay que contar la historia de un monje llamado Xuanzang. Fascinado, hace 1.391 años y unos meses, se desvió 1.500 kilómetros de su peregrinación por India y llegó hasta lo que hoy es Afganistán solo para ver dos budas tallados en la roca, de 55 y 37 metros de altura. El grande, como lo relata hoy Kassia St Clair, estaba vestido con tonos marrones y, el pequeño, con el color de uno de los más fascinantes productos de exportación de Afganistán por siglos: el lapislázuli. Durante milenios encantaron al mundo: aquí, un visitante observa a la distancia en 1970 (foto 1) y luego dos afganos se sientan sobre el pie derecho del Buda más grande (Solsol) en 1997 (foto 2). Pues en 2001, por considerarlos ídolos paganos, los talibanes destruyeron este patrimonio de la humanidad (declarado por la Unesco). El hombre armado (foto 3) es, de hecho, un talibán a finales del año pasado ante la cavidad de Solsol (en 2021 los talibanes volvieron al poder). En la (foto 4), una proyección en 3D en 2015.

 

La Ruta de la Seda

Hablando de lapislázuli y de Bamiyán, este valle verde al frente de las montañas de los budas, donde se cultivan papa y otros alimentos (foto 5), fue un lugar de paso del camino más legendario del comercio mundial y del intercambio de culturas: la Ruta de la Seda.

Foto mujer afgana haciendo manualidadesDurante las últimas dos décadas, en el paréntesis del poder talibán, hubo iniciativas como Turquoise Mountain (nombre de la capital perdida de Afganistán, destruida en 1223 luego de un asedio del hijo de Genghis Khan), en cuyo instituto para las artes la mujer de la imagen trabaja en joyería tradicional afgana (foto 6). También se recuperaron allí saberes de cerámica, caligrafía o carpintería de esta región por donde cruzaban tintes como el azul ultramar, especias, cristales, joyas, minerales y, por supuesto, telas.

Lugar donde hoy, como hace mucho los monjes, familias enteras viven en cavernas en la roca (foto 7), vendedores ponen sus kioscos o mujeres de la etnia hazara (de lengua persa) viven su día a día.

Otros tesoros

Este país, donde las mujeres de manera tradicional han tenido pocas oportunidades para decidir sobre sus destinos y donde las estructuras tribales impiden verlo de manera unitaria, es una de esas esquinas donde se cruzan tiempos y eras. Con antepasados desde hace 50 mil años, aquí llegó el budismo unos tres siglos antes de la era cristiana y pasó a China y florecieron incluso el zoroastrismo, el cristianismo, el judaísmo y el hinduismo antes del islam en el siglo VII. Protagonista de imperios como el macedonio (después de arduas luchas con los clanes del territorio, Alejandro Magno quiso asegurar su dominio casándose con la princesa afgana Roxana) o el mongol (los caravasares seguro hospedaron a Marco Polo de camino a la corte de Kublai Khan) y ficha de la Unión Soviética, tiene una riqueza arqueológica y cultural incalculable. En estas imágenes, Mes Aynak (foto 8), Shahr-e Gholghola (foto 9) y el Museo Nacional de Afganistán (foto 10).

Lo que no se ve

Por Patricia Zalamea,
profesora del Departamento de Historia del Arte de Los Andes.

El nombre de Afganistán, a pesar de la distancia geográfica con Colombia, resuena cada tanto entre distintas generaciones a causa del paso por las noticias internacionales: en primer lugar, con la ocupación soviética en 1979; luego, la incursión de los Estados Unidos en el 2000 como respuesta a los ataques de Al Qaeda, grupo terrorista albergado por los talibanes que dominaban Afganistán en ese entonces; y ahora. Resuena también por algunas historias paralelas: del cultivo del opio en Afganistán a la coca en Colombia; por los traumas de los conflictos internos, la violencia rural y las historias de desplazamiento masivo hacia zonas urbanas.

Lo que poco se conoce es la historia multicultural de Afganistán, su diversidad y una riqueza patrimonial constituida a través de los siglos. En su territorio confluyen tradiciones persas, un legado helenístico, el desarrollo de un fuerte mecenazgo budista y diversas expresiones del arte islámico, así como los encuentros entre culturas milenarias gracias a la Ruta de la Seda. En muchos sentidos, Afganistán fue siempre un cruce de caminos, ubicado literalmente en el “centro del mundo”, cuando Europa aún no miraba hacia Occidente.

En la actualidad, diversos grupos de personas, dentro y fuera de Afganistán, luchan por reclamar la identidad multicultural de su país. En buena medida, se han hecho visibles gracias a las redes y a las noticias recientes. Además de iniciativas como el documental sobre el complejo budista en peligro perpetuo por los variados intereses económicos que lo atraviesan, titulado Saving Mes Aynak y dirigido por Brent Huffman, ha habido campañas en redes para resaltar la riqueza del color de los vestidos tradicionales en distintas regiones.

En 2001, algunos meses antes del ataque a las Torres Gemelas, los talibanes habían derribado dos esculturas budistas colosales en Bamiyán. A los 20 años de ocurrido el suceso, la Unesco anotaba la diferencia con otras destrucciones de la cultura material: “Aunque la destrucción del patrimonio y el saqueo de artefactos ha tenido lugar desde la antigüedad, la destrucción de los dos budas de Bamiyán representó un importante punto de inflexión para la comunidad internacional. Un acto deliberado de destrucción, motivado por una ideología extremista que tenía como objetivo destruir la cultura, la identidad y la historia, la pérdida de los Budas reveló cómo la destrucción del patrimonio podría utilizarse como arma contra las poblaciones locales. Destacó los estrechos vínculos entre la protección del patrimonio y el bienestar de las personas y las comunidades. Nos recordó que defender la diversidad cultural no es un lujo, sino fundamental para construir sociedades más pacíficas”.

Con la salida de los Estados Unidos en agosto de 2021, el Museo Nacional de Afganistán en Kabul, que se había abierto nuevamente en el 2017, hizo un llamado de auxilio a sus pares internacionales, recordando cómo sus objetos han sido robados o han tenido que esconderlos para protegerlos. En síntesis, hay una gran preocupación por el futuro de este legado y por su frágil conservación.

Referencias

  • Peter Frankopan, Las rutas de la seda. Una nueva historia universal. (Crítica, 2014).
  • Angela María Puentes Marín, El opio de los Talibán y la coca de las FARC. Transformaciones de la relación entre actores armados y narcotráfico en Afganistán y Colombia. (Ediciones Uniandes, 2006).
  • https://whc.unesco.org/en/news/2253.

Crédito fotos:

  • Foto 4: Wakil Kohsar / AFP
  • Foto 5: Bulent Kilic / Foto 6: AFP 2. Wakil Kohsar / Foto 7:AFP 3. Wakil Kohsar / AFP
  • Foto 8: Shah Marai / Foto 9: AFP 2. Wakil Kohsar / Foto 10:AFP 3. Wakil Kohsar / AFP