En agosto de 2020, la Universidad de los Andes le otorgó el Doctorado Honoris Causa en reconocimiento a su trabajo como artista, historiadora del arte, curadora, investigadora y profesora. Lucas Ospina describe su espíritu transformador y crítico, a partir de una charla de ella sobre Juan Antonio Roda.
Por Lucas Ospina
Profesor del Departamento de Arte
luospina@uniandes.edu.co
Al comenzar el video me gusta ver la cara de los estudiantes, ver cómo reaccionan a mi mentira piadosa. En el video habla Beatriz González, la artista que nació en Bucaramanga en 1932 y terminó estudios de pregrado en 1962, en Bogotá, en la antigua Escuela de Bellas Artes de la Universidad de los Andes. Es posible que ellos no sepan quién es ella, pero como a esa edad algunos prefieren la compañía de las abuelas y los abuelos a la de los padres y las madres, muchos de los estudiantes le prestan atención. Frase a frase, ese interés se mantiene, se renueva, se extiende; Beatriz González sabe contar historias, le gusta hacerlo.
Beatriz González, Roda en los Andes, Noviembre, 2012 de Arte Universidad de los Andes en Vimeo.
Año tras año, el efecto ha sido siempre el mismo: los estudiantes se reconocen en lo que Beatriz González dice: ella deja de ser la “Maestra” y, décadas después, es una más entre ellos, con sus mismas ansiedades, dudas, risas, inquietudes y descubrimientos.
La charla es sobre Juan Antonio Roda, el artista español que trabajó durante catorce años como profesor y director de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de los Andes. Roda murió en 2003 y el Departamento de Arte organizó una serie de conferencias en su honor.
El evento tenía un aire de institucionalidad culposa. A comienzos de los años setenta, bajo la Rectoría de ese entonces —la de Álvaro Salgado como rector y Hernán Echavarría como presidente del Consejo Directivo—, el arte fue expulsado de la universalidad del campus. Las directivas quisieron darles un escarmiento a los profesores y estudiantes que participaron en las protestas sociales que se incrementaron a partir de 1968, un gesto higiénico que pretendía eliminar el virus de la rebelión del cuerpo universitario.
Las directivas publicitaron el cierre del programa de Arte bajo un argumento económico falaz acompañado de un juicio estético —en un documento de circulación restringida se señalaba “el hecho de que casi ninguno de los egresados del programa ha alcanzado excelencia en el área respectiva”—. Esta voluntad profética, vertical y miope sería contrastada, 50 años después, cuando la misma universidad le dio a una de esas egresadas, Beatriz González, el grado de Doctora Honoris Causa en la ceremonia virtual de grados de este agosto del año del virus.
“Yo siempre decía que los papás ponían ahí a las niñas para que se casaran bien, eso era común y corriente, y de hecho se casaban muy bien, ¿no? […] Todas se levantaban a los principales economistas del país, de manera que era una buena inversión…”, dice Beatriz González al comienzo de la charla y así traza un croquis irónico sobre el cuadro patriarcal y academicista de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de los Andes. “La escuela no era nada, 90 niñas que bostezaban toda la clase [de Historia del arte] de Marta Traba, que eran clases maravillosas […], y al tercer año apareció Roda. La universidad cambió”.
La curadora Carolina Ponce, en la publicación reciente de sus memorias, describe con precisión el modus operandi de González: “Con el tiempo llegué a celebrar sus audacias formales, su manera de subvertir los cánones estéticos validados por la historia del arte occidental; pero también su mirada crítica: su capacidad de ironizar, con malicia y fruición, los símbolos de clase de la ‘buena forma’ y el ‘buen gusto’. Sus obras asumían un desafío estético despiadado en contra de las pretensiones implacables del poder cultural, social y político bogotano. La obra pictórica de Beatriz González iba mucho más allá de una propuesta formal irreverente. Su estética era inseparable de su visión crítica”.
Este mismo proceder se ve en la charla. En apariencia se trata de un conjunto de recuerdos bocetados en una hoja de papel, pero la trama revela una crítica estructurada e incesante a la educación artística y al momento histórico. Mi cuadro favorito es cuando González recuerda cómo tuvo “el primer pensamiento pop a través de Roda”, una historia donde la anécdota calca, con aguda simetría, la inquietud estética que domina gran parte de su obra:
“Nosotros no sabíamos qué era el pop, nosotros fuimos con Marta Traba a Nueva York, en 1960, y ella estaba enamorada del expresionismo abstracto. Nosotros no vimos nada de pop. Y entonces Roda llegaba a clase y todas teníamos una lata de Avena Quaker con el señor, el cuáquero ahí, ¿no? Entonces Roda se quedaba mirando la lata y decía ‘Ay, yo quisiera pintar así’. El año antepasado yo conté esto y me regañó, que él nunca había dicho esto, que qué creerían de él, pero yo miraba esa lata y decía: ‘¿Por qué este profesor, tan bueno, tan maravilloso, hace eso’, ¿no?, nos dice, estas laticas, este pintar así, cuando él pintaba tan distinto…”.
- Foto: Victor Solano – Archivo Universidad de los Andes (2006)
Esa historia, media verdad o verdad y media, es diciente, derrumba jerarquías y, junto a tantas otras anécdotas, muestra el trabajo horizontal de unos pocos estudiantes y profesores que construyeron una escena para el arte en el terreno de una verticalidad adversa. Todo ejercicio de crítica tiene un eco autobiográfico, el lenguaje no es neutro, el cierre de la charla de González habla de la actividad de Roda y, por extensión, de Marta Traba, pero es también un recuento de su propia actividad transformadora y de su constante profesar en todos estos años:
“Yo creo que esa variedad que le dio a la profesión ha hecho que uno sea el artista que es. Porque cuando uno está pintando ahora, yo estoy pensando muchas veces es en cine, en otras cosas, entonces nos dio un espectro que no era la niña rica que llega y que se sienta y que produce unos cuadritos para su casa, sino que cambió la visión de Los Andes de profesión artística, de una profesión de adorno, a una profesión seria, de cómo la mujer podía competir así estuviéramos rodeados siempre de mujeres, y fue el establecer esa competencia lo que nos hizo surgir, lo que nos hizo amable la universidad. Yo creo que su paso por Los Andes se resume en el cambio que tomó una escuelita de pueblo que transformó en escuela profesional”.
Beatriz González en 20 dibujos