Mientras las entidades públicas y los organismos de control dan a conocer la hoja de ruta del regreso a clase y a la desgastada “nueva realidad”, expertos en educación de la Universidad de los Andes analizan los daños colaterales de la cuarentena prolongada en el ámbito educativo y socioemocional de los estudiantes, los rezagos estructurales desnudados por la coyuntura y las prioridades a la hora de abordar las soluciones.
Por César Orozco Carrillo & Paula Molano
pm.molano@uniandes.edu.co
Ilustración: Faver Rodríguez
“La razón por la cual mandamos a la escuela desde tan temprana edad a los más jóvenes de nuestra sociedad es para que socialicen, para que tengan oportunidades de interactuar con otros. No es solo para que aprendan habilidades académicas”, asegura Andrés Molano, magíster en Educación con énfasis en Ciencias de la Prevención y doctor en Desarrollo Humano y Educación de la Universidad de Harvard (EE. UU.).
Para él, el rol fundamental de la educación básica, primaria y secundaria es desarrollar las habilidades socioemocionales que necesitamos para aprender a relacionarnos con otros, resolver conflictos y tomar decisiones. Las habilidades académicas también son importantes, pero en un segundo plano.
En primera infancia se aprende a identificar emociones; en la escuela primaria, a interactuar y resolver conflictos con pares, y en secundaria, a tomar decisiones. ¿Cómo desarrollar esas habilidades en medio del encierro, sin socializar con pares y en un contexto en el que la virtualidad es vista también casi como un lujo? “Crecer como seres humanos ocurre a medida que interactuamos con otros y, en menor medida, con objetos”, enfatiza.Los colegios fueron cerrados por la pandemia y, con ellos, esos espacios de interacción. Esto interrumpió el desarrollo socioemocional y parte de los procesos de aprendizaje de habilidades académicas, un hecho especialmente dramático para los grupos de poblaciones más vulnerables que no cuentan con acceso a tecnologías para continuar con su formación. Se prevé que, como resultado, se ahonde aún más la brecha de un sistema inequitativo, desactualizado y desconectado con deudas estructurales que vienen de años atrás.
“El confinamiento llevó, en unas ocasiones, a que muchas personas se encerraran en espacios pequeños. Si a eso se le suman estresores sobre el empleo e ingresos económicos de los adultos, todo se puede traducir en un estrés que va a afectar las oportunidades de aprendizaje, desarrollo e interacción de los niños más pequeños, principalmente”, explica Molano, quien también es psicólogo y magíster en Educación con énfasis en Desarrollo Humano de la Universidad de los Andes.
Los signos del rezago escolar
El Instituto Colombiano de Neurociencias publicó un estudio sobre las afectaciones en salud emocional a causa del confinamiento y cierre de colegios en el que señala que la generación que enfrentó la escolaridad en confinamiento manifestará mayores signos de ansiedad y estrés, junto con riesgos de depresión.
De acuerdo con una simulación del Banco Mundial, basada en el índice anual de pobreza de aprendizaje, el cierre de colegios por un periodo largo (más de 7 meses) trae aparejado un aumento en 15 puntos en el porcentaje de estudiantes de América Latina que se encuentran por debajo del mínimo necesario en términos de lenguaje, por ejemplo, alcanzando el 68 %. Esto teniendo en cuenta la implementación de estrategias de educación a distancia.Lo anterior puede acarrear no solo un retraso de un año escolar, sino que también se corre el riesgo de desaprender las habilidades ya adquiridas, debido a que en este tiempo hay niños y jóvenes que se han mantenido totalmente desconectados de la escuela.
“Esto significa estudiantes promovidos como si nada hubiera pasado, y profesores que no tienen en cuenta ese rezago, agudizando la pérdida de aprendizaje. Corregirlo es un reto para los sistemas educativos del país, pues debemos prepararnos para recibir a los estudiantes y aplicar la nivelación y remediación necesarias”, asegura Sandra García, profesora de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes.
De igual manera, para la doctora en Política Social de la Universidad de Columbia (EE. UU.) existe un riesgo muy grande de deserción por la pérdida de motivación de los niños por la escuela y la edad de diferencia con respecto a otros compañeros. Desde el punto de vista generacional podría haber una cohorte con menos aprendizaje, o incluso sin él, pues algunos no terminarán la educación media —de hecho, en Colombia, antes de la pandemia, cerca del 58 % no la concluía, según un estudio que están adelantando Sandra García y Darío Maldonado—.
Un sistema desigual
Las inequidades en educación las venimos desnudando hace rato. Es lo que se conoce como la lotería de la cuna —explica la profesora de la Facultad de Educación Nancy Palacios, doctora en Ciencias Sociales Niñez y Juventud de la Universidad de Manizales—. Un niño de primero de primaria en un colegio de categoría A+ aprende algo totalmente distinto que otro de su misma edad, pero en una institución de categoría D”.
Desde antes de la pandemia, el acceso a la tecnología y a los medios de conexión ya era un lujo en Colombia, pues solo el 43,3 % de la población tiene internet (fijo o móvil), según datos del censo 2018 del DANE. Debido a las estrategias implementadas por la llegada del SARS-Cov-2 al país, que han estado marcadas principalmente por la virtualidad, esas diferencias en el aprendizaje han sido mayores, pues la escuela es el único medio por el cual algunos niños pueden recibir un poco de información y formación.
Mapa de conexión a internet
“En mi experiencia, a partir de un trabajo que desarrollo junto con estudiantes en unas escuelas en Cundinamarca, existen serias dificultades de conectividad. En algunas casas el único medio de conexión es un celular, pero es fundamental para el trabajo del adulto”, comenta el profesor Hernando Bayona, licenciado en Matemáticas y Computación de la Universidad Antonio Nariño y matemático de la Universidad Javeriana.A su vez, Palacios explica que, como sucede con otras desigualdades, esta se ahonda en grupos indígenas, afrodescendientes, sectores urbanos pobres y campesinos y se hace evidente en la infraestructura (construcciones y equipamiento físico), pero también en los recursos para el aprendizaje: textos, laboratorios, mapotecas, computadores, bibliotecas con libre acceso. Además, en la brecha en la capacitación de los maestros, la consistencia del proyecto educativo de la institución, el sistema de evaluación, las prácticas pedagógicas y las propuestas curriculares.
“Hay colegios en donde no se pueden usar computadores, por más que se lleven, porque carecen de electricidad, mientras que otros tienen energía, pero no equipos. En este país hay instituciones en donde en un computador trabajan cinco niños al tiempo”, afirma Palacios, licenciada en Ciencias Sociales y magíster en Sociología de la Universidad del Valle.En otros lugares no se dan las condiciones mínimas de salubridad para promover el autocuidado y lavado de manos por la ausencia de agua potable.
Además, ante la falta de tecnología, la cuarentena evidenció la desactualización de los textos de apoyo y lo poco accesibles que eran. “En los últimos años se ha hecho una inversión grande en textos educativos, como parte del programa Todos a Aprender, pero hizo falta que, una vez los profesores dejaron de dictar clases, los estudiantes y sus padres pudieran acceder a ellos para continuar con sus aprendizajes”, asegura.Esto permite entender, según Bayona, que el foco de los modelos pedagógicos y didácticos que estábamos manejando no era el desarrollo de competencias y habilidades para el siglo XXI: trabajo en equipo, autoaprendizaje, etc. “En los colegios no estábamos preparados para operar a través de modelos innovadores. Si hubiese existido un esquema de guías y trabajo colaborativo antes de la pandemia, y no se estuviera supeditado a la clase magistral, esto habría sido diferente”, resalta.
La marcada diferencia generacional
Otro aspecto conocido por académicos e investigadores es la avanzada edad del magisterio, que impediría a un importante número de profesores volver a clases presenciales por encontrarse en los grupos de mayor riesgo frente al coronavirus. Un análisis del Laboratorio de Economía de la Educación (LEE) de la Universidad Javeriana muestra que el 16 % de los docentes son mayores a 60 años, mientras que otro 30 % son mayores de 55.
“La intuición que existía era que esto creaba dos brechas grandes entre el maestro y los estudiantes: las tecnológicas y las generacionales (evidenciada en la falta de comprensión entre unos y otros)”, expone Bayona, profesor de la Facultad de Educación de Los Andes que ha dedicado parte de sus investigaciones a analizar la situación de los docentes en América Latina.Con lo ocurrido en los últimos meses, estas diferencias se hicieron evidentes. Muchos profesores carecían de las habilidades para afrontar un esquema de educación virtual y tuvieron que aprender de ceros a manejar correos electrónicos o plataformas tecnológicas; pero otros aún no lo han hecho, como explica Palacios. En algunos municipios, los profesores prefieren enviar únicamente las guías a unas fotocopiadoras al lado de la escuela para que los niños las recojan, pero sin brindar acompañamiento al aprendizaje ni darles instrucciones.
Para Bayona, magíster en Matemática Aplicada de la Nacional y magíster y doctor en Economía de Los Andes, se evidencia la necesidad de unas políticas claras para acceder a la carrera docente, teniendo en cuenta que el 80 % de la matrícula en el país es oficial: “Necesitamos unas políticas serias que permitan relevos generacionales de manera constante. Lo ideal es que haya profesores mayores, porque tienen mucha experiencia, pero también jóvenes”.
El papel de los padres
La pandemia también ha dejado experiencias positivas, como la demostración de la importancia de las familias y cuidadores en el acompañamiento del proceso de aprendizaje de los niños. Para Sandra García, esto no significa que ellos pueden reemplazar a los maestros, sino que pueden proveer un ambiente óptimo ofreciendo un espacio físico y el tiempo para aprender y sirviendo de soporte emocional. También, ayudando a que las niñas no interrumpan sus estudios para apropiarse de tareas de cuidados de sus hermanos o quehaceres del hogar.
En la época más estricta de la cuarentana, la presencia de los cuidadores en las casas facilitó la comunicación con las escuelas y los profesores y sirvió para que conocieran un poco mejor a sus hijos, por lo cual ellos pueden convertirse en sus mejores voceros para transmitir sus necesidades.Sin embargo, con la reactivación económica, esto se ha ido perdiendo. “En lugar de lograr mayores aprendizajes a medida que pasa el tiempo, la reactivación laboral ha representado un retroceso, porque ahora los niños se encuentran muy solos”, reflexiona Bayona.
Profesores innovadores y creativos
Durante estos meses también se ha evidenciado la imaginación pedagógica en el ejercicio educativo. Bayona reconoce que la pandemia ha despertado la creatividad de los profesores para repensar la escuela: “Hay instituciones que no cuentan con una plataforma tecnológica, pero se han ideado soluciones para avanzar”.
Algunos han recurrido a iniciativas pedagógicas y emprendimientos como el uso de videos, textos, infografías y recursos didácticos, así como a la transmisión de lecciones por la radio comunitaria o por emisoras del Ejército. También se ha visto un trabajo más en conjunto entre docentes, quienes comparten experiencias para mejorar.Hay lugares en donde los rectores compraron megáfonos para anunciar los números de Whatsapp para seguir en contacto con los estudiantes, o los han pegado en carteleras. Otros han pagado el internet de los niños y han hecho rifas para comprar celulares o una vez por semana envían las fotocopias de las guías con algún conocido, cuentan Nancy Palacios y Hernando Bayona.“He encontrado una preocupación de los maestros por cambiar su práctica para adecuarla a estos nuevos momentos. Pensar en actividades más integradas, no solo de matemáticas, ciencias, lenguaje, sino que se piense el conocimiento como un todo. Se han hecho guías interdisciplinarias”, enfatiza Bayona.
Una oportunidad para repensar la escuela
Los meses que vienen son fundamentales para disminuir el efecto que el encierro pueda tener a largo plazo en los estudiantes. Por eso, los profesores Sandra García y Andrés Molano coinciden en que esta es una oportunidad óptima para repensar el sistema. “Se pueden discutir a fondo los objetivos del sistema educativo. Hay que revaluar qué es lo esencial y qué es lo que necesitamos hacia adelante, pero ese debate debe ser dado por los expertos en aprendizaje académico en las escuelas”, comenta Molano.Por su parte, García asegura que no es hora de preocuparnos sino de ocuparnos: “Es momento de prender alarmas y, por ejemplo, restructurar los sistemas educativos, ajustar falencias, acortar brechas y continuar para que estos efectos no sean irreversibles”.
En este sentido, es necesario evaluar el aprendizaje de los estudiantes, y conocer en qué nivel están para entregarles las estrategias de enseñanza y aprendizaje adecuadas. “Haríamos un daño enorme si un estudiante recibe la enseñanza sin saber en qué nivel quedó”, agrega García.Sobre una estera o el sofá de la casa, los jóvenes del barrio La Unión, en Tumaco (Colombia) construyen sus sueños cada día. La educación sigue siendo para muchos el faro que les permitirá seguir transformando la realidad violenta y reducir las desigualdades de un país que avanza hacia la paz.
Además, de acuerdo con Nancy Palacios, se requiere una estrategia de diagnóstico y de refuerzo, muy acompañada por los maestros y fortalecida por los equipos pedagógicos —en ellos la función de las secretarías de educación será fundamental—. “Se debe adelantar un proceso intensivo y sistemático de recuperación y nivelación, pero sin centrarse en contenidos, sino en las habilidades transversales de desarrollo del pensamiento matemático y de habilidades de lectoescritura”.En este punto, Molano hace un llamado a resistir las presiones por cerrar las brechas de desempeño académico que puedan ejercer los tomadores de decisiones de política pública educativa, por temor a los resultados a las pruebas Pisa y Saber de los próximos años.
Y enfrentar el trauma
“Creo que en este momento hay muy pocos jóvenes sufriendo porque no han aprendido a resolver ecuaciones con dos incógnitas, pero sí muchos pueden reconocer que esta situación les ha despertado diversas emociones”, señala Molano mientras explica que una tarea difícil, pero necesaria, es el diseño de estrategias sociales y sicológicas para asumir esta situación traumática y ayudar a asimilarla.“No se puede pedir que todos los colegios del país, e incluso en América Latina, cuenten con un equipo de orientadores; pero podemos entrenar a profesores y adultos para que sepan cómo abordar el tema, algo que puede ser de forma superficial”, argumenta el profesor de la Facultad de Educación, quien recuerda que por la situación puede haber niños que hayan perdido a un ser querido o no vuelvan a clases por la situación económica. Para los casos más complejos recomienda el diseño de un sistema de salud mental que ayude a atenderlos.Esto no significa cargar a los docentes con la responsabilidad de ser los sicólogos de los niños, sino abrir unos espacios diversos para que, quienes se sientan cómodos, puedan expresarse.Los efectos de lo ocurrido en estos meses solo se podrán entender en el largo plazo, pero desde ya se puede comenzar con la implementación de un plan de choque para paliarlos que sirva, de paso, para reestructurar la carrera docente en el país, algo complejo pero que mostraría sus resultados dentro de un par de décadas.
Socialización vs.conocimiento académico“En clase siempre pregunto por el recuerdo más importante que tienen mis estudiantes de su paso por la escuela y la gran mayoría (el 80 %) hablan de interacciones: se acuerdan de un novio, una pelea con los amigos, una relación especial o una embarrada que cometieron. Solo el 20 % menciona cuando aprendieron una habilidad académica: las ecuaciones de dos incógnitas, por ejemplo. Esto me dice que, aunque el objetivo social siempre ha sido el principal en la escuela, le hemos cargado otras cosas”, afirma Andrés Molano, profesor de la Facultad de Educación.