Te nombro, existes.
‘El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas
había que señalarlas con el dedo’.
Así describe Gabriel García Márquez los principios de Macondo en Cien años de soledad.
Al igual que en Macondo, nuestra realidad sigue en constante invención; continuamente necesitamos nuevas palabras para entender y organizar nuestro entorno. En la era digital, por supuesto, emergen términos. Rápidamente capturan fenómenos complejos difíciles de nombrar y, al hacerlo, redefinen nuestra comprensión.
La tendencia no es nueva. El lenguaje refleja el mundo y también construye realidades. Así ha sido visto desde la filosofía antigua hasta las teorías contemporáneas de la cognición. Pero, ¿cómo impacta exactamente nombrar algo en nuestra percepción?
Un viaje…
El Cratilo de Platón, uno de los primeros textos filosóficos sobre el lenguaje, plantea una reflexión fundamental: ¿los nombres capturan la esencia de las cosas o son convenciones arbitrarias? Platón ya lo intuía, el lenguaje puede moldear percepciones, pero fue Lera Boroditsky, investigadora de la ciencia cognitiva, quien llevó esta idea a nuevas alturas.
Las palabras no solo describen el mundo; lo construyen activamente, sostiene Boroditsky. Según su teoría, el lenguaje moldea nuestra percepción y guía nuestro razonamiento al determinar la relevancia de los detalles y cómo interpretamos los eventos. Qué palabra elegimos para describir un fenómeno puede influir en cómo lo entendemos y cómo respondemos a él. Nombrar algo no es un acto trivial; define las experiencias humanas. Bautizar el mansplaining, por ejemplo, no solo le da nombre a experiencias invisibilizadas. Las hace patentes, permite que sean reconocidas y discutidas.
En la comunidad aborigen Kuuk Thaayorre en Australia, por ejemplo, no existen las palabras izquierda ni derecha. En su idioma usan direcciones cardinales como norte, sur, este y oeste. Esto los obliga a estar siempre orientados en términos del territorio. Además, influye en su percepción del tiempo, que conciben de este a oeste según su orientación. Muy al sur, en la patagonia chilena, el pueblo kawésqar —nómada hasta mediados del siglo XX— casi ha desaparecido entre matanzas, intervenciones culturales y enfermedades desconocidas para ellos, entre otros factores. En el documental El botón de nácar, el cineasta Patricio Guzmán le pregunta a una de sus mujeres cómo se dice, en su idioma, Dios. No existe esa palabra en kawésqar. Tampoco hay un término para policía.
¿Y en el cerebro?
El lenguaje incide en nuestra cultura. E impacta en el cerebro. Según la doctora Paula García, experta en neurociencias y educación, las emociones requieren del lenguaje para ser procesadas y expresadas. Aunque se originan en la amígdala del sistema límbico, para ser entendidas y reguladas necesitan ser organizadas y contextualizadas por la corteza prefrontal a través del lenguaje. La neuroplasticidad, la capacidad del cerebro de modificarse según las necesidades y estímulos del entorno es crucial en este proceso. Al adquirir nuevas palabras o redefinir las existentes, creamos vías neuronales que otorgan un nuevo sentido a nuestra experiencia del mundo. Así, el cerebro se adapta a nuevos contextos y lenguajes, permitiendo una comprensión más amplia y matizada de la realidad.
Las categorías específicas
Nombrar fenómenos es esencial para identificarlos y entender sus efectos. Lo destaca Isabel Tejada, doctora en Comunicación Lingüistica. Al asignarles un nombre, podemos desarrollar respuestas sociales y políticas más efectivas. Según Tejada, el lenguaje organiza nuestra mente y emociones, ayudándonos a procesar y comprender.
Términos como feminicidio visibilizan una forma específica de violencia y permiten abordar el problema con medidas más precisas. El lenguaje es dinámico y siempre cambia, como el entorno que intenta describir. Mediante nuevas palabras y categorías mejoramos nuestra comprensión del mundo y transformamos las maneras de vivir o debatir. Nombrar es un acto de poder, creación y resistencia. Al igual que en Macondo, seguimos inventando nombres y redefiniendo las fronteras de nuestra identidad. En última instancia, el mundo se construye palabra a palabra.
Del mansplaining al gaslighting
El lenguaje digital y el social etiquetan nuevas realidades y revolucionan cómo vemos el mundo. Aquí, algunos términos.