Las reformas que se han puesto en marcha desde hace varios años están transformando lentamente la isla, pero no significan que la revolución sea un evento del pasado. Los cambios no buscan acabar el legado de Fidel, sino actualizarlo a las nuevas demandas de la sociedad.

Por Luis Sánchez Ayala
Director del Departamento de Historia y Geografía
Facultad de Ciencias Sociales

El 8 de enero de 1959 Fidel Castro hacía su entrada triunfal a La Habana, después de vencer a las tropas de Fulgencio Batista el 31 de diciembre de 1958. Desde entonces, Fidel y los “barbudos de la Sierra Maestra” tomaron las riendas de los destinos de Cuba. Es así como se consolidaba una revolución nacionalista con poderosas repercusiones dentro y fuera de la isla, que captó la atención del mundo.

No es sorpresa entonces que aquel 31 de julio de 2006, cuando Fidel Castro delegó provisionalmente la presidencia en su hermano Raúl, después de más de 40 años a la cabeza del país, muchos especularan sobre qué pasaría con Cuba y la revolución. Las expectativas e interrogantes fueron mucho mayores diez años después, el 25 de noviembre de 2016, cuando Fidel, el comandante en jefe de la Revolución cubana, murió. En esa oportunidad muchos se preguntaban si era posible el “fidelismo” sin Fidel, si la revolución resistiría la ausencia de su carismático y, hasta ese momento, omnipresente líder.

Pero no hubo lugar para vacilaciones; desde 2008 ya su hermano Raúl Castro tenía las riendas del país y de la revolución, al ocupar la posición de presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros (para ese entonces equivalentes a la figura de presidente del país), y tener el cargo de mayor peso, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (asumió en 2011, después de la renuncia de Fidel al cargo).

Hoy vivimos un escenario similar al de 2006, donde vuelven a surgir interrogantes sobre el futuro político de Cuba. Después de 10 años al mando, tras la enfermedad y salida de Fidel, el 19 de abril de 2021, Raúl Castro renuncia formalmente a la dirección del Partido Comunista. Ya en 2018, Raúl había pasado el bastón en la Presidencia de la República a Miguel Díaz-Canel. Esto se convirtió en una novedad internacional, ya que, por primera vez en alrededor de medio siglo, ninguno de los emblemáticos “históricos” de la Revolución cubana estaba al mando. Díaz-Canel sustituyó a Raúl como primer secretario del Partido Comunista, convirtiéndose en el primer líder cubano de una generación distinta a la de los combatientes de la Sierra Maestra. Es por esto que las miradas vuelven a centrarse sobre Cuba, ya no hay un Castro a la cabeza, pero tampoco ninguno de los comandantes de la revolución. Entonces, ¿ahora qué?

Lo cierto es que Cuba ya no es el mismo país que dejó Fidel. Pero eso no se debe a la salida de Raúl, y, por tanto, a un relevo histórico en el liderato. Poco después de tomar las riendas de Cuba, Raúl Castro priorizó una ambiciosa (aunque lenta) agenda reformista, antes impensable y que comenzó a mostrar luces de transformación. Entre otras acciones, emprendió una singular ofensiva para acabar con lo que llamó “prohibiciones absurdas” y “gratuidades indebidas”, apostó por desarrollar el sector privado, eliminó las visas de salida a quienes quisieran viajar y estableció un límite máximo de dos mandatos de cinco años para los altos cargos. Este es un camino que su sucesor, Miguel Díaz-Canel, también ha adoptado, por lo que ya se autoriza el acceso al internet sin restricciones en todo el país, entre algunas otras flexibilizaciones y reformas en múltiples ámbitos de la cotidianidad cubana.

Todas esas reformas, y ese nuevo país que lentamente se transforma, no significan que Cuba dejará de ser socialista, ni que la revolución sea un evento del pasado. Aun con las nuevas generaciones mucho más críticas del gobierno y del Partido Comunista, los ideales de la Revolución cubana siguen presentes en la nueva dirigencia del país (aunque con un matiz distinto y reformista), así como a través de múltiples estructuras sociales, como el sistema de educación.

Un aspecto no menos importante, ya que, desde hace unos años, el Partido Comunista se ha preocupado por reclutar jóvenes para ocupar distintas posiciones de liderazgo. En ese sentido, las reformas que hasta el momento se han dado en Cuba, y aquellas que seguramente vendrán, no buscan acabar el “legado de Fidel”, sino que persiguen actualizarlo para cumplir con las nuevas demandas de la sociedad. Esto se ve ejemplificado a través de la reforma constitucional llevada a cabo en 2019, cuando una nueva constitución (aprobada con el 86,85 % de los votos) sustituyó la Constitución cubana de 1976.

Esta nueva Carta Magna subraya el carácter “irrevocable” del socialismo como sistema social en la isla, pero abre su economía al mercado, la propiedad privada y la inversión extranjera. En todo caso, lo que se está demostrando es que hay que tener presente que Cuba y su gobierno, así como la Revolución cubana, son más que un apellido. Estemos del lado que estemos, debemos reconocer que en Cuba hay un engranaje que va más allá de la personalidad de los líderes.

Los interrogantes alrededor del futuro de Cuba continuarán. Seguramente surgirán otras inquietudes a la vez que el nuevo liderato vaya fijando sus líneas de acción. En todo caso, por distintas razones, ya sea por admiración o por desaprobación, nuestra atención continuará fijada sobre esa isla caribeña cargada de misticismo y exotismo.