El Teatro Han-Tang reconstruye con su puesta en escena el esplendor de dos dinastías que dejaron huella en la civilización china hace más de mil años.
Fotos: Daniel Álvarez
Luces tenues, tambores ceremoniales y movimientos que flotan como ecos entre la niebla del tiempo. El escenario se transforma en una ventana viva a la antigua China. Con vestuarios meticulosamente elaborados, música tradicional y una gestualidad precisa, los bailarines recrean el esplendor de un pasado que dialoga con el presente, tendiendo un puente sutil entre generaciones.
Esa es la apuesta de la coreógrafa Tian Tian, quien, junto a estudiantes de la Academia de Danza de Beijing, la Universidad Normal del Noreste y la Universidad Normal de Tianjin, recrean la estética, la música y los códigos corporales de dos épocas que marcaron el alma de la civilización china: la dinastía Han (206 a. C. – 220 d. C.), que consolidó su identidad cultural, y la dinastía Tang (618 – 907 d. C.), recordada por su refinamiento artístico y su apertura al mundo.
Las coreografías toman como punto de partida vestigios del pasado: estatuillas de terracota, ladrillos funerarios, murales y pinturas clásicas que sirven como inspiración para imaginar y dar forma a un universo visual donde historia y tradición dialogan con el lenguaje escénico contemporáneo.
Fotos: Envato
“En un intercambio cultural, realizamos un taller con bailarines colombianos. Percibí una gran libertad en sus cuerpos y en la danza contemporánea, siento que hay muchos elementos que nos conectan”.
Tian Tian, coreógrafa
La escena se abre como un relicario que guarda siglos de historia. Sobre el escenario, las bailarinas evocan las antiguas celebraciones del Festival de los Faroles, una tradición nacida hace más de dos mil años, en tiempos de la dinastía Han. La luna llena se alza sobre los techos curvos de la antigua Chang’an, mientras las avenidas resplandecen con faroles suspendidos, quietos como luciérnagas detenidas en el tiempo.
Vestidas con trajes resplandecientes, las mujeres avanzan en una coreografía que entrelaza tres colores simbólicos: el anaranjado de la fortuna, el dorado de la nobleza y el azul celeste que evoca calma y espiritualidad. En sus manos, los faroles iluminan la escena como pequeñas constelaciones flotantes. Con giros suaves y precisos, las bailarinas agitan el aire dormido de los siglos, y con cada paso dibujan sobre el suelo mapas invisibles de antiguos rituales. Así reviven la memoria festiva de un pueblo que danzaba no solo para celebrar, sino para honrar la luz como símbolo de esperanza, armonía y continuidad.
La música se eleva suave, como el viento que alguna vez recorrió la Ruta de la Seda. Con ella, llegan ecos de culturas lejanas, aromas de tierras extranjeras y ritmos que despertaron la curiosidad de un imperio abierto al mundo.
En la esplendorosa Chang’an, capital de la dinastía Tang, las damas aristocráticas adoptaron una nueva estética: túnicas de cuello redondo de amplias mangas en tonos marfil, ceñidas por cinturones de cuero. Este atuendo, conocido como Hu, fusionaba el exotismo de lo foráneo con la elegancia imperial. Una forma de vestir que cuenta historias de intercambio, de apertura y de asombro ante lo desconocido.
La escena transporta al espectador a un banquete imperial de la antigua China, donde el ritmo hipnótico de los tambores se entrelaza con el murmullo de la seda, el tintinear de las copas y la cadencia de los cuerpos en movimiento. En medio de esa atmósfera de celebración y sofisticación, las bailarinas ingresan al escenario como si hubieran cobrado vida desde una pintura ancestral.
Vestidas con faldas blancas que parecen faroles y flotan como nubes, evocan con cada gesto la elegancia serena de las figuras inmortalizadas en los murales de las antiguas dinastías chinas. Al compás de la música, los invitados imaginarios del banquete se unen al ritual danzado, donde la gracia no es solo movimiento, sino memoria viva de una tradición que aún resuena.
No hay palabra ni espada, pero cada paso resuena con la fuerza de un tambor de guerra. Las coreografías marcan la disciplina implacable de un ejército inmortal. Los guerreros, alineados como estatuas vivas, reproducen con asombrosa fidelidad la solemnidad del ejército de terracota del mausoleo del primer emperador de China, Qin Shi Huang. Durante siglos, estas figuras permanecieron ocultas bajo la tierra, dispuestas a proteger al emperador en la otra vida.
En un ejercicio de aprendizaje mutuo, el intercambio cultural encontró su forma más plena sobre el escenario. Tras participar en un taller de danza china, bailarines colombianos y chinos compartieron escena en una creación contemporánea que fusionó tradiciones, movimientos y sensibilidades. Una coreografía nacida del diálogo, el respeto y la creación compartida.
Con esta puesta en escena, cargada de simbolismo, sensibilidad y rigor histórico, la Embajada de China en Colombia, el Instituto Confucio y el Centro Cultural de la Universidad de los Andes conmemoraron los 45 años de relaciones diplomáticas entre China y Colombia donde el arte continúa siendo uno de los caminos más poderosos para tender puentes entre culturas.
“La comprensión cultural entre China y Colombia es la base que fortalece los lazos de amistad entre nuestros pueblos”.
Zhu Jingyang, embajador de China en Colombia
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Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento personería jurídica: Resolución 28 del 23 de febrero de 1949 Minjusticia.
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