Washington, julio de 2025. Donald Trump retoma una de sus estrategias favoritas: los aranceles. Esta vez, no los usa contra China, sino como amenaza para cualquier país que se acerque demasiado a los BRICS.
La advertencia es clara: si Colombia o cualquier otra nación estrecha lazos con el bloque liderado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, enfrentará sanciones comerciales.
El comercio, en este contexto, no solo es intercambio económico. Se convierte en un arma diplomática.
¿Los aranceles son medidas económicas o herramientas de poder?
La frontera entre lo económico y lo político se vuelve difusa cuando se trata de aranceles (impuestos cobrados sobre productos que ingresan al país).
Para Jorge Tovar, Ph. D. en Economía y profesor de la Universidad de los Andes, “los aranceles son un instrumento de política comercial. Económicamente eso son. Sin embargo, en la historia se han utilizado de muchas formas, como instrumentos de política simplemente”.
Tovar cita un ejemplo histórico:
“Es famoso el caso de los mismos Estados Unidos por allá en el siglo 19, cuando mediante manejos de política comercial, logró instalar la base militar de Pearl Harbor en un momento en que Hawái no era Estados Unidos”.
Es decir que, en la práctica, el comercio se convierte en una vía para ejercer presión diplomática sin recurrir a conflictos armados y forma parte de una estrategia más amplia de reconfiguración del orden comercial global, en la que las alianzas geopolíticas marcan los flujos económicos.
Impacto de los aranceles de EE. UU. sobre Colombia
Colombia depende de Estados Unidos para más del 29 % de sus exportaciones, según el DANE. Solo en 2024, ese comercio representó más de 14.000 millones de dólares.
Ahora, con la subida del 10 % de los aranceles en abril de 2025, se calcula que el 18 % de esas exportaciones se van a ver gravemente afectadas.
Jorge Tovar lo resume así:
“Nosotros ya tenemos un 10 % que rompería el Tratado de Libre Comercio que existe unilateralmente […]. Si se suma lo del BRICS quedaríamos con un 20 % en comparación con los otros países de Suramérica. Sería costoso”.
Además, el aumento en costos arancelarios afecta la competitividad de productos clave como el café, que ahora debe competir con países como Kenia y Vietnam. “Si entramos a ese 20, estaríamos compitiendo con países que entrarían con el 10 en este momento”, afirma el economista.
La reacción del país ha sido más pasiva que estratégica. Según el diario económico Portafolio, mientras Vietnam y Reino Unido lograron acuerdos para reducir tensiones arancelarias, Colombia no tiene un plan claro frente a la presión estadounidense.
Para Tovar, este tipo de amenazas “sí nos va a afectar”. La falta de infraestructura, logística y diversificación productiva deja al país en una posición vulnerable. “Colombia lleva, desde que yo era estudiante en la universidad, hablando de diversificar exportaciones […]. La realidad es que no lo hemos hecho”.
Frente a la presión, surge la alternativa de buscar otros mercados. Pero, según expertos, esto es más fácil en la teoría que en la práctica. “Ir a abrir un mercado de café en China se dice muy fácil, pero no es sencillo […]. Incluso con productos como el banano o mineros, es complicado”, explica Tovar.
¿Estas medidas tienen un efecto disuasorio real?
Más allá del impacto económico, lo que está en juego es la autonomía diplomática. Según los analistas, los países más vulnerables pueden verse obligados a priorizar relaciones políticas por encima de intereses comerciales legítimos.
Jorge Tovar dice que el efecto “es real porque Estados Unidos, nos guste o no, es la mitad de nuestras exportaciones. De unas exportaciones que además son de bajo valor agregado porque son productos primarios. No tenemos mucha alternativa”.
Aunque la búsqueda de autonomía estratégica es deseable, el corto plazo impone límites:
“En dos meses, dos años, cinco años o más no la vamos a poder tener y por un tiempo vamos a seguir dependiendo de los Estados Unidos y eso nos va a afectar”.
Los recientes aranceles son un ejemplo claro de cómo el comercio se convierte en una herramienta de poder. La política exterior se entrelaza con la política económica.
Lo que está en juego, entonces, es la libertad de los países para decidir con quién se alinean sin temor a represalias económicas.
Y mientras continúan las campañas en Estados Unidos y se redefine el tablero global, Colombia —como muchos otros países en desarrollo— enfrenta una pregunta compleja: ¿cómo negociar su autonomía en un mundo donde el comercio ya no es solo economía?