Nadie sabe cuántas mujeres en Colombia son víctimas de la violencia vicaria. La manipulación y la violencia contra hijos y seres queridos se usan como armas.
Intenté suicidarme. En la audiencia de custodia me habían arrancado a mi chiquito. Era un bebé lactante de 9 meses… Y en ese juzgado me arrancaron a mi bebito.
Ese es el principio. El relato es de Ximena Ordóñez y cuenta la historia con su presunto agresor. Debe decir “presunto” porque el juicio, al momento de conocer su relato, sigue. “He esperado el fallo para poder señalar ciertas cosas”, precisa. Él ya ha sido imputado por la Fiscalía con cargos de violencia de género y violencia intrafamiliar agravada. Lo conoció durante sus años universitarios, mientras estudiaba Administración Financiera, en Bogotá. Una relación estable. Luego, un pozo de maltrato físico y emocional.
—Me agredía, incluso sexualmente. Rompía puertas, golpeaba ventanas, gritaba; era extremadamente violento. Como si mi dolor lo saciara.
Durante cuatro años de matrimonio abandonó sus pasiones: el modelaje, correr en el autódromo, escribir, tomar fotos. Había sido virreina internacional en un reinado del café. Tras el divorcio perdió la custodia de sus hijos. Para el juez, él ofrecía mejores condiciones económicas y a lo largo de tres años no tuvo ningún contacto con su bebé ni con la hija mayor, entonces de 3 años y medio. Fue, dice, un golpe brutal. Enfrentarse a la crítica también dejó cicatrices; soportó el estigma social. “Mi propia familia me decía: ‘¿Qué fue eso que hiciste tan grave?’”.
—Era demasiado doloroso. Estuve medicada porque la depresión y la ansiedad fueron insoportables. Ver cómo mis senos se llenaban de leche sin tener a mi bebé para alimentarlo resultó devastador”.
¿Podría ser un caso de violencia vicaria? En Colombia esta violencia es aún desconocida para muchos y afecta en mayor medida a mujeres y niños. El agresor utiliza hijos, seres queridos o mascotas para infligir daño emocional y, en el peor de los casos, la muerte. El término fue acuñado en 2012 por la perito forense argentina Sonia Vaccaro, en España. “Forma parte de las narrativas de nuestras abuelas. Cuántas soportaron maltratos para estar con sus hijos, salvaguardar la honra del progenitor o mantener la fachada de una familia feliz, cuando todo se sustentaba en el sufrimiento”, explica Ximena.
Es una forma de agresión consciente, detalla la abogada Lilia Zabala, especialista en derecho de familia de la Universidad Javeriana y magíster en Educación de la Universidad de los Andes. “Se maltrata a una persona secundaria para generar daño a otra. Se instrumentaliza a cualquier miembro de la familia como herramienta de control”. Debido al desequilibrio de poder entre hombres y mujeres, presente aún en patrones culturales, se ha normalizado. Puede manifestarse con diferentes maltratos y abusos: manipulación emocional, abuso psicológico o maltrato económico, y puede llegar al maltrato físico o psicológico de los hijos.
En octubre de 2022, Colombia se conmocionó por el homicidio de Gabriel Esteban González, un niño de 5 años asesinado por su padre en un hotel de Melgar como venganza hacia su expareja. Le envió, incluso, fotos del niño para infligir más dolor. En marzo de 2024, en Paipa, Luis Guillermo Villate Pérez estranguló al perro de su pareja frente a ella y sus dos hijos.
Las víctimas enfrentan la falta de un reconocimiento legal, la cultura social y familiar, la estigmatización de las instituciones y el miedo a denunciar porque no pasa nada. Por el contrario, lidian con funcionarios o familiares. “No les creen. Se hace valoración psicológica a quienes denuncian, no al agresor; o deben demostrar primero el daño y esperar a que ocurra algo más grave”, concluye Zabala, abogada de la Universidad Santo Tomás.
Premio y castigo
Después de tres años sin ver a sus hijos, Ximena regresó con su expareja. Volvió a su vida como “el salvador del castillo que él mismo incendió”, según sus palabras. Convivieron durante casi cuatro años más. Al principio todo marchó bien, pero el maltrato se repitió. Ella permaneció ahí por sus hijos, pues la custodia seguía en manos de su agresor.
—No me violentaba todo el tiempo, era un refuerzo intermitente de violencias: premio y castigo constantes.
En septiembre de 2021 puso fin a la relación. “‘Acuérdese, la custodia la tengo yo’, era su amenaza recurrente”, cuenta. Con el mayor dolor vio cómo le arrebataban a sus hijos por segunda ocasión.
—Supe de ellos hasta 26 meses después.
Desde 2022, Ximena se ha dedicado a visibilizar esta clase de agresión silenciosa a través de la Fundación Contra la Violencia Vicaria, pionera en Colombia. Escribió un proyecto de ley, patentado, para reconocer y tipificar la violencia vicaria como un tipo de violencia de género en el sistema legal colombiano. Este proyecto, presentado por la congresista Alexandra Vásquez, fue radicado en el Congreso bajo el número 052 de 2023. Ya fue aprobado en plenaria de la Cámara y recientemente pasó a comisión primera del Senado.
“Debemos reconocer este término para evitar la revictimización, principal razón por la cual muchas víctimas no denuncian. El reconocimiento jurídico permitiría generar estadísticas y, a futuro, establecer penas, como ocurrió con el feminicidio”, afirma la representante Vásquez.
Aunque cerca de cuatro mil mujeres en el país han sido reportadas en la Fundación, existe subregistro, especialmente en zonas rurales. Y al no ser reconocido legalmente el término, los casos cuentan como violencia intrafamiliar. Según el último Boletín estadístico mensual de Medicina Legal, se registraron 36.971 casos de violencia intrafamiliar entre enero y julio de 2024 y las víctimas son predominantemente mujeres —65 %—. En cuanto al maltrato a los hijos, 4.598 casos involucran a padres como agresores.
La violencia vicaria, enfatiza Ximena, es la antesala del feminicidio. Recuerda el caso de Érika Aponte, asesinada por su expareja en un centro comercial de Bogotá en 2023. Ya había buscado ayuda, tenía medidas de protección y había denunciado violencia intrafamiliar. Sin embargo, su agresor mantuvo retenido a su hijo y ella luchaba por su custodia.
Cuando Ximena pudo ver a sus hijos, después de 26 meses, los pequeños se dieron cuenta de que su madre no los había abandonado. Ya había impulsado una ley para proteger a otros niños y ellos la acompañaron a recibir un premio por su labor. Ha logrado tener derecho a ver a sus hijos cada quince días. Sin embargo, dice nunca saber qué pasa durante el resto del tiempo.
—Reinan la violencia institucional y las dilaciones en los procesos. La última audiencia fue aplazada casi un año.
Alertas tempranas
En la violencia vicaria, coinciden los análisis, el mayor temor siempre es por la vida misma. La psicóloga Ana Lucía Jaramillo, doctora en Desarrollo Humano, Terapia de Pareja y Familia por la Universidad Virginia Tech y experta en violencias, subraya el poder coercitivo de la agresión. Se trata de una violencia psicológica devastadora. “¿Qué puede ser más violento para una madre, o en raros casos para un padre, que amenazar con hacerle daño a su hijo o, en efecto, lastimarlo?”, pregunta.
En la violencia vicaria, el agresor suele dejar claro, de manera explícita o implícita, que el daño está dirigido a la madre, no al niño. Además, explica Jaramillo, dentro de la violencia de género hay dos fenómenos: uno, basado en creencias de autoridad, control y castigo —instalado, según sus estudios, en el 50 % de las familias colombianas— y otro originado en el dolor de una separación cuando no hay herramientas emocionales.
Ambos fenómenos son violentos, pero es crucial diferenciarlos, subraya Jaramillo. Las implicaciones legales varían, aunque el daño pueda ser similar. Es tan crucial como visibilizar todos los tipos de violencia, no solo las agresiones físicas evidentes, y ayudar a las víctimas a reconocerse como tales. “Eso es muy difícil en nuestra sociedad, donde la palabra víctima está cargada de vergüenza y de culpa”.
Cuando la víctima ya no puede tomar decisiones por sí misma, teme compartir cualquier cosa con su pareja o debe entregar contraseñas o su ubicación hay una alarma. El temor constante es un claro indicador.
¿También son víctimas los hombres?
Desde una perspectiva sociológica y legal, reconoce la abogada Zabala, una mujer también puede ejercer violencia vicaria contra un hombre y utilizar a los hijos como herramientas. Esto puede incluir denuncias falsas de abusos con el objetivo de apartarlos del padre. Son casos menos frecuentes. En el maltrato hacia las mujeres, el desequilibrio de poder está más presente y, señala Ximena por su parte, se arraiga en el patriarcado: el agresor castiga a la madre por ejercer su autonomía.
La Fundación también ha atendido casos de hombres, ya que su razón de ser es proteger a niños cosificados y utilizados como armas en una guerra emocional. “El niño es el premio de la guerra, es arma y motín”, aclara ella. Han recibido niños con traumas severos, abusados por sus progenitores o por las parejas de sus madres. Ayudarlos lo vale todo.
—El esfuerzo ha valido la pena cuando me llaman y me dicen: ‘Tía Xime, gracias porque pude estar con mi mami de nuevo’.
No tiene a sus propios hijos a su lado, pero la vida le ha dado la oportunidad de acompañar a miles de niños, víctimas silenciosas. Comenzó este camino sola y en su recorrido ha contado con el apoyo de muchas personas.
—No soy feminazi ni odio a los hombres. Los amo y los abrazo, y tenemos un equipo conformado por hombres quienes defienden los derechos de las mujeres. Ellos mismos nos dejan claro que los hombres nos apoyan, mientras los machos se oponen. Perdoné a mi agresor, pero el perdón no significa impunidad. Exijo justicia para todas las víctimas.
Conferencista, coach de vida, teóloga, activista, escritora y defensora de derechos humanos, ahora Ximena impulsa la Ley Vicaria en Colombia y trabaja para implementarla en Panamá, Venezuela y Uruguay. Se pregunta cuántos niños deben crecer “huérfanos con sus madres vivas”. La clave, para los expertos, incluye la prevención, educar desde temprano sobre relaciones sanas, género y violencia; sobre “otras formas de resolver conflictos”, concluye la psicóloga.
Una transformación cultural.