“Estamos viviendo una especie de etapa de locura”: Alejandro Gaviria El actual rector de la Universidad de los Andes habla de su nuevo libro “Otro fin del mundo es posible”. En este, a través de una lectura de las obras del

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El actual rector de la Universidad de los Andes habla de su nuevo libro “Otro fin del mundo es posible”. En este, a través de una lectura de las obras del filósofo Aldous Huxley, defiende los usos médicos y científicos de algunos psicodélicos y mantiene la lucha por su ilusión liberal de “un mercado de ideas en permanente confrontación”.

Por Andrés Ruiz Zuluaga
Ma.ruiz55@uniandes.edu.co

Escuche la lectura de Alejandro Gaviria

Lea el fragmento de Otro fin del mundo es posible aquí

Durante el confinamiento, principalmente en las noches, al terminar las múltiples reuniones virtuales de su cargo como rector de la Universidad de los Andes, Alejandro Gaviria aprovechó para terminar su séptimo libro, Otro fin del mundo es posible. El también exministro de Salud es poco madrugador y un gran lector. De hecho, de sus lecturas de Aldous Huxley salió esta obra, una mezcla de ideas suyas y del filósofo inglés, aterrizadas al mundo actual.

En los ocho capítulos del libro se presentan ideas sobre la vida, la salud y la medicina, las drogas y su regulación, la educación, la crisis ambiental y el progreso. Además de eso, investiga una “conexión improbable” de Huxley con Colombia y relata una experiencia suya a través de una terapia inspirada en este escritor.

¿Por qué considera importante hablar de Huxley hoy, casi 60 años después de su muerte, en un mundo de reuniones virtuales, celulares, aplicaciones y con una coyuntura tan particular como la pandemia, aparentemente, un mundo muy distinto al del autor?

Es un mundo distinto sin duda, pero Huxley escribió, sobre todo en la última década de su vida, sobre la crisis ambiental, los extravíos tecnológicos, las trampas del nacionalismo, los problemas de la medicina moderna, etc. Sus reflexiones tienen, en mi opinión, cierta urgencia. No voy a decir que fue clarividente. Sin embargo, sus ideas sobre el futuro de la especie humana no han perdido vigencia.

Si las ideas de Huxley todavía están vigentes, ¿esto puede significar que nos estancamos?, ¿qué vivimos en un ciclo?, ¿o que hay problemas irreparables?

Creo que cada cierto tiempo la humanidad entra en una especie de etapa de locura. Estamos viviendo una de esas etapas. Digamos que nuestras tendencias autodestructivas parecen renovadas. El libro argumenta, implícitamente, que Huxley es un escritor para estos tiempos.

¿Cuándo eligió sus lecturas de Huxley como tema de un libro?

Mis lecturas frenéticas de Huxley vienen de hace dos años. Comenzaron casualmente con un gazapo que encontré en una vieja columna de García Márquez, quien escribió, siendo muy joven, que Un mundo feliz y Brave new world eran dos novelas distintas, una pesimista y otra optimista. Eso me llevó a La isla, la novela optimista de Huxley, y a las conexiones entre sus ideas y los problemas del presente.

¿Cuándo escribe el libro? ¿Durante la pandemia en plena cuarentena? ¿Cambió en algo su concepción del texto por la pandemia?

Empecé a escribirlo varios meses antes. Iba por la mitad cuando llegó la pandemia. Ya tenía el índice listo. La pandemia no cambió el libro temáticamente, pero probablemente les dio un tono distinto a los últimos capítulos, más reflexivo, tal vez más íntimo. El libro habla mucho de la compasión, un tema pandémico como ningún otro.

El libro presenta ideas con “optimismo axiomático” y, a la vez, “pesimismo cósmico”. ¿Cómo espera que sea leído en un país tan polarizado que se inclina tanto a los extremos?

Me gusta hablar de un optimismo de la acción, de la idea de que si, como dice Borges, razonamos con lucidez y obramos con justicia podemos hacer la diferencia, mejorar parcialmente las cosas. Pero, al mismo tiempo, considero que la vida humana tiene un sentido trágico: la precariedad de la existencia, nuestra ignorancia fundamental, la insatisfacción, el desprendimiento, el autoengaño, todo eso hace parte de la vida y no hay nada que podamos hacer al respecto.

Huxley tenía importantes críticas al progreso. Usted fue director del Centro para los Objetivos de Desarrollo Sostenible para América Latina y hoy es rector de la Universidad de los Andes ¿cuáles de esas críticas comparte y aplica en sus mensajes para un desarrollo sostenible?

Sus críticas al progreso tienen varias dimensiones. Huxley criticó el hedonismo sin alma de algunas sociedades modernas, la cacofonía del mundo actual, la desaparición de los espacios de reflexión. No creía en el progreso moral. Temía que la tecnología podría destruir nuestra capacidad de pensar. Pero al mismo tiempo admiraba la ciencia, los progresos de la salud pública, los antibióticos, los anticonceptivos, el saneamiento básico, etc. Comparto esa ambivalencia.

Usted resalta el poder de las ideas y la importancia de los debates. Hoy los principales debates se han convertido en casi un reality, gracias a los medios y a las redes sociales. ¿Cómo ve este panorama actual para esa ilusión liberal suya de “un mercado de ideas en permanente confrontación”?

Es difícil creer en esa ilusión liberal por estos días. Pero sigo escribiendo porque no pierdo la esperanza, porque creo que es importante conectar las ideas de la academia con una audiencia más amplia. No podemos resignarnos. Yo por lo menos no me voy a resignar al trumpismo y sus variantes.

¿Cree usted que en la política actual en Colombia es posible dar un verdadero debate de ideas?

Es difícil. Pero, de nuevo, toca intentarlo. Me gusta la insistencia de Huxley en combatir la sobresimplificación del mundo, el reduccionismo de las ideologías. Creo que la educación tiene un papel que cumplir en la promoción de las virtudes democráticas o republicanas, la tolerancia, el respeto, la honradez intelectual, etc.

Muchos lo relacionan con política electoral a pesar de que usted ha negado su interés insistentemente. ¿Se le mediría a estar en estos debates llenos de ataques y donde pareciera que priman las agresiones, la polarización y la imagen por encima de un debate de ideas?

Tengo un compromiso con la Universidad de los Andes. No me veo en la política electoral. Mi vocación es otra, la educación en un sentido amplio. Me gusta repetir una especie de reflexión sarcástica del escritor Kurt Vonnegut, quién dijo alguna vez que a los inventores de la democracia se les olvidó un pequeño detalle: solo los locos quieren ser presidente. Me considero cuerdo y quiero preservar mi salud mental.

Desde su cargo actual, ¿cómo trata de transmitir esa idea de la educación para la receptividad y enfrenta esa obsesión por sumar y sumar conocimiento sin parar?

Huxley creía en la ciencia y en las ideas, en lo que él llamaba la educación simbólica. Pero creía, al mismo tiempo, en la importancia de cultivar el asombro, de aprender a percibir y celebrar el milagro del universo. De allí la importancia, por ejemplo, de la poesía y las artes. En últimas, su mensaje es una defensa de la educación liberal, una invitación a cuestionar la dimensión más instrumental de la educación.

Con la pandemia y las cuarentenas se rompieron muchas libertades individuales que ya teníamos y aparecieron sectores que defendían el autoritarismo de manera vehemente. ¿Lo siente como un retroceso? ¿Ese fenómeno qué lo puso a pensar?

Sí, me parece un retroceso. Me preocupa sobre todo la facilidad con la cual la izquierda y la derecha han aceptado la idea de que un autoritarismo, benevolente o abusivo, es necesario para resolver ciertos problemas colectivos.

“La prohibición completa puede ser decretada, pero jamás practicada, y produciría más mal que bien”, dice Huxley. Para usted ¿qué beneficios podría traer la legalización de las drogas en una sociedad como la colombiana?

Es un debate largo, daría para otra entrevista completa. Me gustaría mencionar dos ideas generales. La primera, me gusta hablar de regulación, no de legalización, la regulación difiere por supuesto para cada sustancia. La segunda, mi aproximación a la política antidroga está basada en la reducción del daño, una aproximación que parte del pragmatismo y el respeto a los derechos humanos.

Huxley no está de acuerdo con el consumo de sustancias como el LSD sin restricciones. ¿Cómo se imagina usted en Colombia la legalización?

De nuevo, depende de cada sustancia. Una cosa es la marihuana, otra muy distinta la cocaína. Para los psicodélicos, por ejemplo, tiene sentido legalizar todos los usos médicos y científicos. El próximo gran debate de la política antidroga será sobre los psicodélicos, los cuales parecen tener muchas aplicaciones médicas. El libro las discute en detalle.

Usted practica una terapia inspirada en Huxley que, entre otras cosas, lo llevó a verse a sí mismo desde afuera y en la que resalta la importancia de “mirarnos de vez en cuando en el espejo de nuestras propias obsesiones”. ¿Qué conclusiones más allá de las presentadas en el libro sacó de esta experiencia?

Tal vez hay una conclusión adicional que no menciono en el libro: la complejidad de la mente humana, la forma casi inverosímil como uno recuerda ciertas situaciones o momentos de la vida, la facilidad con la que herimos a los demás. Eso me quedó.

Sus mensajes suelen llegarles a estudiantes, padres, académicos y políticos. Con un alcance tan amplio y diverso ¿cómo cree que van a reaccionar frente a la terapia descrita en el libro?, ¿qué quisiera que pasara?

Las principales universidades del mundo tienen ahora centros especializados en psicodélicos. Hay varios ensayos clínicos en curso. Michael Pollan, uno de los divulgadores científicos más importantes de los Estados Unidos, escribió un extenso libro al respecto. Aspiro, ingenuamente tal vez, a que se entienda el contexto y se examine la evidencia. De nuevo, creo que los usos médicos y científicos de estas sustancias deberían legalizarse. Con los controles necesarios, con una adecuada regulación, no solo brindan alternativas terapéuticas para algunas patologías, sino también pueden ayudarnos a vivir un poquito mejor.

Hace un tiempo, en una entrevista, la escritora Piedad Bonnett me dijo que “un escritor de verdad no puede tener miedo”. En sus últimos libros usted saca temas complejos, incluso íntimos, a la luz pública. ¿Cómo se ha enfrentado a ellos? ¿Por qué siente que vale la pena hacerlo?

Siento que, si uno dice la verdad y trata de ser auténtico, no debería tener miedo, en particular no debería temerle a la extorsión moral de las mayorías. Siempre habrá críticas y debates. De eso se trata, tal vez.

*Entrevista también publicada en El Tiempo.

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Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento personería jurídica: Resolución 28 del 23 de febrero de 1949 Minjusticia.

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