El sobrepeso, la obesidad y la obesidad abdominal han aumentado en la población urbana. Uno de los datos más alarmantes es el incremento del exceso de peso corporal de niños y adolescentes, ya que uno de cada tres lo sufre, una cifra muy alta comparada con la Encuesta Nacional de Situación Nutricional de Colombia, realizada por el Sistema Nacional de Estudios y Encuestas Poblacionales para la Salud.
En cuestiones de peso Colombia reúne lo peor de dos mundos: no ha superado el lastre de enfermedades prevenibles como la parasitosis, las infecciosas y las respiratorias, ligadas a la pobreza y el atraso, y ya debe enfrentar dolencias ocasionadas por el exceso de masa corporal y la obesidad, hasta hace poco vinculadas a los países desarrollados.Las cifras son contundentes: en adultos el sobrepeso alcanza 36,2 % y la obesidad llega a 21,3 %; las mujeres —contrario al imaginario de que cuidan más su figura— sobrepasan en más del doble a los hombres, tanto en sobrepeso como en obesidad.Los menores, a su vez, también se están engordando: uno de cada tres supera los estándares de Índice de Masa Corporal (IMC) en lo que se considera un peso adecuado por edad. La prevalencia general de sobrepeso es de 23,3 %, y la de obesidad se ubica en 8,8 %; los niños superan a las niñas.
Estos resultados son parte de un estudio liderado por Carlos O. Mendivil, profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de los Andes, hecho en las cinco principales ciudades de Colombia (Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla y Bucaramanga). Los datos se recogieron entre junio y noviembre de 2018 y los resultados fueron divulgados a mediados de 2020. La muestra estuvo compuesta por 1.922 personas: 1.537 adultos y 385 niños, cuyas edades estaban entre 2 y 75 años, y mediante un muestreo probabilístico se garantizó la representatividad de todos los estratos socioeconómicos y áreas geográficas.
Los autores explican este preocupante fenómeno por una dinámica muy particular de Colombia: una transición nutricional y demográfica que ha cambiado los hábitos alimenticios de las personas. Es así como, a medida que el ingreso de los hogares ha mejorado, también se ha acentuado la tendencia a saltarse las comidas o a alimentarse mal por falta de tiempo. De igual forma, cada vez más gente abandona las áreas rurales para desplazarse a las ciudades donde aumenta la pobreza. El resultado es el incremento de las enfermedades crónicas no transmisibles como la diabetes, que típicamente se asociaban a los países desarrollados.
A los investigadores les llamó la atención el hecho de que el sobrepeso y la obesidad de las personas son mayores cuanto menor es su nivel educativo y el estrato socioeconómico del hogar. En niños se observó lo contrario, lo cual podría reflejar diferentes etapas de la epidemia y de la transición socioeconómica y nutricional.Los resultados del estudio no solo alertan sobre la magnitud de la problemática en Colombia, tanto en adultos como en niños. También ayudan a identificar los grupos con mayor riesgo de padecer obesidad (mujeres adultas, personas de segmentos de bajos ingresos y bajo nivel educativo), que necesitan ser tratados mediante estrategias de salud pública.
Comer también puede ser un problema
La prevalencia del bajo peso ha disminuido en todo el mundo desde 1980, mientras que el sobrepeso y la obesidad han aumentado simultáneamente, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Sin embargo, en los países más avanzados, esta tasa tiende a estabilizarse en contraste con lo que sucede en los países en desarrollo, donde cada vez hay más gorditos. En 2015, se estimó que el exceso de peso corporal produjo aproximadamente 4 millones de muertes.Esas muertes están relacionadas con las enfermedades que se asocian al exceso de masa corporal. Lejos de ser un asunto estético, el sobrepeso y la obesidad pueden ocasionar daños en órganos vitales, producir discapacidades o efectos psicológicos adversos.
“Las medidas de salud pública para tratar de controlar el avance de la obesidad en Colombia no son sencillas, ya que está asociada al acto universal de comer —afirma el investigador Mendivil, especialista en diabetes y metabolismo, Ph. D. en Bioquímica Nutricional—. Comer es un acto cotidiano, todas las personas deben hacerlo, y cambiar su dieta es, necesariamente, involucrarse en su cotidianidad. Otras intervenciones como los medicamentos o la cirugía no son una práctica generalizada, pero comer es una actividad común a todos y cambiarla requiere la colaboración del paciente porque implica meternos con la voluntad personal, con la libre determinación”.
¿Cómo se define la obesidad?
“La obesidad es una acumulación anormal o excesiva de grasa en el tejido adiposo, a un nivel tal que deteriora la salud”, afirma la Organización Mundial de la Salud (OMS).Para saber si una persona tiene sobrepeso u obesidad se usa el Índice de Masa Corporal (IMC). Esta medida se calcula al dividir el peso entre el cuadrado de la estatura. Según este indicador, una persona tiene sobrepeso si su IMC es mayor a 25 y sufre de obesidad si es superior a 30. La obesidad también tiene grados de clasificación: tipo 1 (de bajo riesgo), si el IMC es de 30 a 34,9; tipo 2 (riesgo moderado), si el IMC es de 35 a 39,9; tipo 3 u obesidad mórbida (alto riesgo), si el IMC es igual o mayor a 40.
Enfermedades que se asocian a la obesidad
El listado de enfermedades asociadas a la obesidad es supremamente extenso. Las muertes relacionadas con esta causa tienen que ver con problemas cardiovasculares, diabetes, enfermedad renal crónica, osteoartritis, más de 10 tipos de cáncer y un deterioro en el funcionamiento psicosocial. Básicamente, no hay una célula del organismo que se salve de ser impactada por la obesidad, pues afecta todos los sistemas orgánicos y todos los aspectos de la salud.La obesidad infantil aumenta las posibilidades de muerte prematura y de discapacidad en la edad adulta. Los niños que la padecen son propensos a tener dificultades respiratorias, mayor riesgo de fracturas e hipertensión; así mismo, pueden presentar síntomas tempranos de enfermedades cardiovasculares, resistencia a la insulina y efectos psicológicos.
Testimonio
“Cada kilo pesa más en la conciencia que en el cuerpo”
Este es el dramático relato de una persona obesa que ha hecho múltiples esfuerzos por adelgazar y que, aunque está consciente de su enfermedad, hoy pesa 120 kilos.La mejor forma de comenzar a escribir sobre mi obesidad tal vez sea mencionando el hecho de que, contrario a lo que podría pensarse, cada kilo pesa más en la conciencia que en el cuerpo. Es más, el aumento de peso suele ser imperceptible hasta que alguien que ha dejado de verte algún tiempo alimenta su baja moral, producto de sus propios defectos físicos, diciendo alguna de aquellas estúpidas pero cotidianas frases a través de las cuales resalta dicho aumento de peso. Con ello ignora todos y cada uno de los esfuerzos realizados por bajar o al menos no seguir engordando, un drama que es mío y que a continuación les voy a relatar.
A mis 22 años y con mi cerebro a escasos 1,67 cm de altura del piso donde se encontraba mi autoestima, alguien en mi trabajo me dijo por primera vez: “Oye, te está saliendo pancita”… y pensé… “nunca había pensado en eso”… miré mi abdomen, lo palpé, mientras la báscula me decía que tenía 75 razones de peso para dar validez a dicho comentario. A la semana siguiente, esa misma persona en mi oficina dijo: “Tienes que cuidarte porque cuando menos lo pienses vas a estar más gordo”, y luego pensé “wow, si me lo está diciendo es por algo”.Varias semanas después, esa misma persona había logrado que le comprara un número indeterminado de “batidos” y “suplementos”, los cuales se convirtieron en el inicio de mi desorden dietario; luego de un par de semanas y pesando 72 kilos, decidí retomar mis hábitos alimenticios tradicionales, lo que desencadenó un efecto rebote por el cual llegué a los 85 kilos. Esto hizo que quisiera volver a consumir dichos productos por unas semanas más y así logré bajar a los 75 kilos iniciales, pero al suspenderlos de nuevo, el efecto rebote empeoró: subí a 90 kilos y, ahora sí, con un problema de sobrepeso real.
De ahí en adelante, en su orden más estricto, han sido años de auriculoterapias, temporadas de ejercicio excesivo de forma intermitente, dietas caseras, tratamientos médicos de “nutricionistas” que te entregan una fotocopia borrosa con una “dieta”, la misma que le dan a todo el mundo en la EPS; eso sin mencionar las no se cuántas categorías de productos alimenticios etiquetados como “cero azúcar”, “bajo en grasa”, “libre de fructosa”, “no gluten” y los nunca bien ponderados meses de gimnasio puntualmente pagados, pero ocasionalmente consumidos.
Dentro de mis intentos más recientes, motivados por la crisis de los 40, han estado la compra de una elíptica —se vuelve casi tan tormentosa como el amigo espejo al que trato de ignorar cada vez que paso enfrente de uno—; así mismo la megalipólisis láser, que me llevó a vender mi carro para pagarla, pues, además de costosa, viene acompañada de inyecciones, medicamentos, fajas, y sesiones en cámaras hiperbáricas que mi bolsillo aguantó apenas por un semestre.Hoy, a mis 43 años de edad, con mi autoestima a la altura de mi cerebro y con una gran experiencia en el tema, me veo enfrentado ya no a comentarios directos, pero sí a susurros y observaciones a mis espaldas acerca de mis 120 kilos de peso, (10 de estos gracias a la pandemia), mi hipertensión y condiciones predisponentes o de comorbilidad como se les denomina actualmente.
Sí, sí, lo sé; sé que mi relato está lleno de “excusas” y un poco de autocompasión, pero es así como se ve y se siente desde el interior de personas como yo, a las cuales nos ha tocado lidiar con este tipo de situaciones, que, muy seguramente, serían más fáciles de resolver si tuviéramos una formación u orientación que se encargara de hacernos ver que el problema debe ser atacado desde la cabeza; tal vez por esto pesa más en la conciencia, porque es allí donde finalmente se toman las decisiones de cada día acerca de lo que comes, de cuánto comes, de cuándo comes, de si te ejercitas o no, o si es un asunto de aceptación o resignación.