“Son muchos los impedimentos para que la ciencia se vuelva ese soporte de construcción de un mejor país”.
No creo exagerado decir que, como muchos lo temíamos, esta pandemia nos cogió con los pantalones abajo en lo concerciente a ciencia en Colombia. La desfinanciación histórica del sector, la burocracia alrededor de los procesos de investigación, la ausencia de un sistema de ciencia y tecnología, entre otros problemas, nos hicieron sufrir en el momento de armar, como país, nuestra ofensiva contra el virus.
Para entender el problema, quisiera contar la historia de los laboratorios de diagnóstico a partir del momento en que entendimos que la pandemia era un asunto muy serio. Desde que se identificó el paciente cero, el liderazgo lo tomó el Instituto Nacional de Salud (INS), con su directora Martha Ospina, organizando los laboratorios de salud pública. A comienzos de marzo varios profesores y profesoras nuestros, en particular John Mario González y Camila González, me sugirieron apoyar ese empeño, y el 15 de marzo, con el visto bueno del rector, en una entrevista en Caracol, le ofrecí a Martha la ayuda de las universidades para organizar su esfuerzo diagnóstico. Al día siguiente, el INS ya estaba capacitando a Marcela Guevara, directora del Laboratorio Gencore de la Universidad de los Andes, quien en adelante coordinaría nuestro laboratorio covid.
Las universidades han logrado gestionar y tener alguna infraestructura tecnológica de apoyo a la ciencia. Meritorio esto en un país donde no existe un sistema de ciencia y tecnología, los centros de investigación públicos no disponen de recursos para investigar más allá de lo estrictamente misional, y los pocos centros autónomos deben, al final, aliarse con instituciones de educación superior para sobrevivir. En este escenario, las universidades han tenido que asumir roles de los actores de un sistema inexistente y, así, un puñado de ellas adelanta el 90 % de la investigación nacional.
Hoy miro hacia atrás en el tiempo y no quiero ni imaginar por lo que pasó Martha para organizar una red de laboratorios, hasta el momento equipados para diagnósticos clínicos sencillos que, de la noche a la mañana, necesitaban la tecnología de PCR en tiempo real, una herramienta de biología molecular, aunque común en el mundo, escasa en Colombia para marzo del 2020. Se comenzó un esfuerzo desesperado por obtener donaciones de privados, ayudas internacionales y sustento de la Organización Panamericana de la Salud. Reconozcamos que fueron muy generosos y estuvieron prestos a apoyar la puesta en marcha de la red de diagnóstico.
Sin embargo, los equipos no eran el único problema, aparecieron muchos otros obstáculos, heredados de nuestro pasado de ignorar, o negar, la importancia de la ciencia para el progreso de Colombia. Muestra de ello son la dependencia de los laboratorios de los reactivos importados y la dependencia de intermediarios comerciales, muchas veces excelentes pero que a veces fallan en el soporte técnico y en el acompañamiento al cliente. No menor es la cantidad de regulaciones y trabas burocráticas que debemos sufrir para que un reactivo o implemento llegue finalmente al laboratorio para su uso. Son muchos los impedimentos para que la ciencia se vuelva ese soporte de construcción de un mejor país.
Termino con un ejemplo que resume la situación desesperada de la ciencia en Colombia. En abril, un profesor del Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos le donó al laboratorio de Uniandes algunos kits de extracción para apoyar al diagnóstico. Hoy, día en el cual escribo esta columna, 22 de septiembre de 2020, los kits no han llegado, perdidos en la burocracia de permisos de importación. ¿Nos servirán para la próxima pandemia viral?