Aunque a menudo la relación entre estos dos sectores ha estado marcada por la desconfianza, cuando se unen pueden producir historias vigorosas que combinan las urgencias de la prensa con el rigor pausado de los investigadores.
Por Alejandro Gómez
Director de Cerosetenta
Recuerdo el momento en el que pensé que lo habíamos conseguido. Recuerdo, también, tantas otras veces en las que pensamos que nos habíamos embarcado en una batalla imposible. El camino de Cerosetenta para convertirse en un medio independiente e investigativo que tendiera puentes entre la academia y el periodismo no fue una línea recta.
Sabíamos, sin embargo, que era el camino obligatorio. Cerosetenta nació en 2011 en el Centro de Estudios en Periodismo de la Universidad de los Andes y, luego de muchas iteraciones, hoy se ha convertido en uno de los medios de periodismo investigativo independiente más relevantes del país. He tenido la suerte de ser editor de la revista desde su fundación, y de empezar a dirigirla en 2015. Y desde entonces, como equipo, hemos buscado la manera de ser singulares en el ecosistema de medios. Pensamos que una revista que existía dentro de una universidad, que se fundó por profesores y que estaba rodeada de estudiantes solo tenía una opción: ver a la cara a la academia e invitar a profesores a pensar la inmediatez del país. Convencer a un profesor de Historia —así, con mayúsculas— de que contara historias.
Y recuerdo la primera vez que pensé que lo habíamos conseguido. Ocurrió en enero de 2018. El año había empezado plagado de malas noticias: una bomba había estallado en una estación de policía de Barranquilla y la caída del puente de Chirajara había dejado nueve obreros muertos y otros varios heridos. El periodismo tuvo que hablar de la tragedia y, sentimos, lo estaba haciendo mal. Contactamos a Juan Pablo Aranguren, profesor de Psicología, para que desde su orilla hablara de cuando al periodismo le toca explicar el dolor. La nota comienza así: “Estas no son recomendaciones de un psicólogo a un periodista sobre la escucha. De serlo, podrían sonar arrogantes, invasivas e incluso impertinentes. Cuando estamos ante el dolor de los demás no hay nadie experto ni más preparado. De hecho, estamos en una compleja experiencia intersubjetiva. Uno ante el otro”.
Hoy creo que ese primer párrafo encapsula perfectamente lo que buscábamos: el encuentro. La revista empezó a llenarse de notas donde académicos y académicas no solo eran fuentes sobre un tema de actualidad sino, también, autores. Un nombre detrás de un artículo corto, escrito con la urgencia del periodismo y con el conocimiento de la academia.
Pero también recuerdo las muchas veces en las que pensamos que sería imposible. De correos y llamadas en que profesores de la Universidad nos dijeron que gracias, pero que preferían no participar. Que ya antes habían hablado con medios y que no se habían sentido bien representados. Que los periodistas sacamos todo de contexto. Que no ven cómo pueden, en los textos cortos que permite el periodismo, decir algo que valiera la pena.
Dice una prestigiosa universidad
El problema es que la academia y el periodismo funcionan a ritmos diferentes. La primera está hecha de pequeños pasos que ayudan a acercarse a una verdad mayor. Los periodistas, en cambio, tenemos que tratar de explicar lo que sucedió hace unas horas con la información que alcancemos a recuperar en minutos.
El desdén que sienten muchos académicos hacia el periodismo, sin embargo, no es arbitrario. En países como Colombia pueden contarse con los dedos de una sola mano los periodistas científicos que trabajan en medios y no existen muchos medios especializados en la divulgación académica. Así, en términos generales, los temas académicos son en los medios tradicionales una agenda anodina y que, en general, si reciben visibilidad, es porque dan un titularazo que sirve como carnada de clics. Conocemos esos titulares descabellados. Hemos leído cómo en las páginas de los medios aparece siempre citado un estudio de una “prestigiosa universidad” que comprueba alguna barbaridad.
La academia, parece, no cabe dentro del mundo en blanco y negro de los grandes medios. Ese es uno de los quiebres más grandes entre la academia y la prensa. A la gente, dicen los directores de esos medios, le gusta entender las cosas de manera más cercana, pero los medios cometen el error de vulgarizar el conocimiento y tratar de contarlo en clave de melodrama. Una plantilla que se aplica para despachar sin mayor esfuerzo temas vitales, pero difíciles de contar.
El rigor y la urgencia
En 2020, cuando ya la pandemia por la COVID había empezado, los equipos de Cerosetenta y del Grupo de Prisiones de la Facultad de Derecho de la Universidad terminamos reunidos en un grupo de WhatsApp. Por aquel entonces nos pidieron guardar distanciamiento social. Y mientras todos empezamos a usar tapabocas y a saludarnos con los codos, los privados de la libertad de Colombia llegaban a la pandemia hacinados en sus lugares de reclusión. El grupo de prisiones quería un espacio en la revista para hablar de un tema del que poco o nada se había dicho. Publicamos dos columnas firmadas por los profesores e investigadores del grupo en las que se advertía la situación y se sugería una solución: soltar a algunos presos antes de que la situación se saliera de control. Las columnas terminaron siendo tristemente proféticas. Ese 21 de marzo cientos de internos de la cárcel La Modelo de Bogotá se amotinaron, reclamando atención ante la pandemia de la COVID-19. La represión violenta de la guardia de la cárcel, apoyada por el ejército y la policía, dejó un saldo de 24 reclusos muertos y un centenar de heridos. El grupo de WhatsApp se activó. Hablamos del asunto, se hicieron planes y, en un esfuerzo de rapidez y rigor, publicamos “Siete horas de angustia en La Modelo”, un especial multimedia en el que por medio de videos tomados por los propios reclusos logramos reconstruir las siete horas del horror que ocurrió aquella noche. El especial —en el que participaron los investigadores de la Facultad de Derecho, periodistas, artistas, programadores y estudiantes— fue nominado a los Premios Gabo de Periodismo Iberoamericano en la categoría innovación.
Hoy son muchos los ejemplos de trabajos que hemos publicado en los que el periodismo y la academia han decidido trabajar de la mano para hablar —con rigor y urgencia— del país. Hoy son muchos las y los académicos que tienen conversaciones largas con Natalia Arenas, editora de la revista, sobre cómo contar su trabajo y otras tantas horas en las que les pedimos que nos ayuden, de un día para otro, a complejizar y dar marco de entendimiento de las noticias.
Este año el equipo editorial de Cerosetenta recibió uno de los premios más importantes que puede recibir un equipo editorial: el reconocimiento Clemente Manuel Zabala del Premio Gabo que, año a año, premia editores ejemplares colombianos. Ha pasado mucho tiempo desde que en una oficina de la Universidad de los Andes decidimos la manera en la que podríamos ocupar un espacio dentro del ecosistema —cada vez más efervescente— de los medios independientes en Colombia. Es la primera vez que el Manuel Zabala se le entrega a un equipo y no a un solo editor. Somos, también, el equipo más joven al que que se lo han otorgado y Natalia Arenas es la primera mujer en recibirlo. Pero no es lo único, somos el primer medio no tradicional con este reconocimiento, y es algo que el jurado destacó en el acta de premiación: “Cerosetenta es también un ejemplo de que se puede hacer gran periodismo desde las universidades (…). Estos editores han sabido mostrar que un medio que vive en el seno de una universidad debe ser libre, cocina permanente de experimentación, de búsqueda de nuevas técnicas y formas de relato, ensayando maneras de recibir la retroalimentación y demandas de la audiencia, empujando los límites de la imaginación, sobre todo en tiempos de crisis”.
El camino de Cerosetenta para convertirse en un medio investigativo que tendiera puentes entre la academia y el periodismo no ha sido una línea recta, pero nos gusta pensar que hemos abierto un camino. Y que la academia y el periodismo se pueden encontrar para exigirse ser mejores.