Los gestos, los comentarios, los chistes, el contacto sexual no deseado e incluso las violaciones conviven en los entornos universitarios. La razón se debe a que son espacios jerarquizados y donde hay muchas personas jóvenes. Sin embargo, expertas ven una oportunidad para transformar creencias y comportamientos.
Por Lina Fernanda Sánchez Alvarado
lf.sancheza@uniandes.edu.co
La violencia sexual es apenas una pieza de un rompecabezas complejo que incluye acoso laboral, persecución, hostigamiento y discriminación y al que las universidades colombianas no son ajenas. Es más, no son hechos aislados o casos excepcionales, sino que están incrustados en los ámbitos individuales y relacionales y que se alimentan de nociones como que las mujeres son ciudadanas de segunda categoría u objetos sexuales de placer.
De lo anterior da cuenta, por ejemplo, un informe de 2017 hecho por la profesora Ana Lucía Jaramillo, directora del Departamento de Psicología de la Universidad de los Andes, con 4.083 universitarios. Según este, el 43 por ciento reportó haber sido víctima de acoso sexual y el 26,7 por ciento de contacto sexual no deseado durante 2016.
“Se trata de un asunto preocupante y grave en las universidades en el mundo. Ocurre porque son lugares con contextos jerarquizados y hay muchas personas jóvenes”, explica la docente. De hecho, del 43 por ciento que respondió haber sido víctima de acoso, 60,48 por ciento fueron mujeres.Tampoco es solo de las universidades; en el mundo se calcula que un tercio de las mujeres han vivido este tipo de situaciones de la que hacen parte gestos, comentarios e incluso chistes sexuales que no hayan sido bienvenidos. En el informe de la profesora Jaramillo, el 47,81 por ciento aseguró haber sido objeto de este tipo de prácticas, que, aunque suelen subestimarse, afectan a las personas, pues, recalca la experta, todas las violencias vulneran derechos, la integridad y hasta la salud mental. Sin embargo, preocupa que, en su investigación, el 55 por ciento nunca contó que fue víctima.Las relaciones de poder en las universidades dan pie para este tipo de hechos. Sin embargo, Diana Ojeda, profesora del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo (Cider), de Los Andes, explica que la violencia de género debe verse más allá del campus y de los estudiantes y profesores.
Ambas investigadoras coinciden en que las universidades tienen la oportunidad de transformar creencias y comportamientos atados a estas prácticas. Jaramillo, por su parte, dice que la apuesta es una política amplia de prevención de la violencia de género que impacte distintos niveles: mucha capacitación para profesores, administrativos, estudiantes.Ojeda afirma que es importante pensar en el costo que esto trae para las instituciones: la deserción, por ejemplo: “¿Cuántos aportes académicos de mujeres nos hemos perdido?”, se pregunta. Hace hincapié en revisar espacios como foros o clases donde dominan las voces masculinas, revisar las brechas salariales entre mujeres y hombres (que se estima está en un 32 por ciento), las prácticas como los micromachismos o la machoexplicación y cualquier situación en la que las mujeres no sean tratadas como interlocutoras válidas o pares.
El avance de las instituciones
La profesora Ojeda lidera una investigación relacionada con procesos institucionales y no institucionales de prevención, atención, denuncia y sanción en las universidades Nacional de Colombia, Pedagógica Nacional, Los Andes y Javeriana. Según explica, desde 2016 se ha venido dando respuesta a este flagelo, a través de la creación de protocolos y rutas de atención.Una de las primeras universidades en disponer de estos protocolos fue Los Andes, en 2016. A la fecha se cuenta con un protocolo MAAD (Maltrato, Amenaza, Acoso, Discriminación, Violencia Sexual o de Género) y su ruta de atención que brinda acompañamiento jurídico, psicológico, médico y de seguridad.La investigadora destaca cómo la institución ha entendido que su competencia está en todo lo que afecta a la comunidad universitaria, además de contar con diversos puntos de entrada, es decir que los casos se puedan reportar a cualquier profesor, a los consejeros MAAD o que existan consejerías propias en las facultades. Otras universidades como La Nacional, además de protocolos, cuentan con Observatorios de Género.Para reforzar la labor, las profesoras Ojeda y Jaramillo hacen un llamado a generar mediciones cuantitativas que faciliten entender el impacto, lo que ya ocurre en universidades estadounidenses, chilenas, británicas y australianas.
Tres mitos que sostienen esta violencia
En el informe sobre violencia sexual-2017, de la profesora Ana Lucía Jaramillo, entre los factores de riesgo de este fenómeno se evidencian asuntos como los mitos, el consumo de alcohol y las experiencias previas.Frente a este último, la investigación reveló que un importante número de participantes que reportaron haber sido víctimas de contacto sexual no deseado en la infancia o adolescencia también lo fueron a inicios de 2016. Se hizo énfasis en los espacios de rumba o consumo de alcohol, donde se puede terminar justificando ideas que culpabilizan a la víctima: “Se emborrachó y por eso le pasó” o incluso algunas que justifican al agresor: “Es que no me di cuenta”.Sobre los mitos se refiere a las creencias que se usan para negar, minimizar o justificar comportamientos de agresión sexual. Los tres más frecuentes en el informe fueron:
- La coerción masculina como natural en las relaciones sexuales: se cree que, en la sexualidad, la agresividad debe ser un comportamiento del hombre.
- Hay un antagonismo hacia las demandas de las víctimas: se piensa que suelen exagerar los hechos.
- La falta de apoyo a esfuerzos políticos por fortalecer medidas para aliviar los efectos de esta violencia: se desacredita el trabajo de las instituciones que destinan dinero para prevenir o atender a las víctimas. Se repiten, entonces, ideas como que se invierten muchos recursos, sin ningún propósito.
La investigadora Jaramillo afirma que trabajar en estos mitos aportaría en la reducción de la violencia.El proyecto Es Contigo, que se hizo con estudiantes de Los Andes, desarrolló ocho sesiones alrededor de las creencias sobre la violencia sexual en el noviazgo. Los resultados han mostrado que, al derrumbar estos mitos, los participantes están dispuestos a actuar en casos de violencia y son más conscientes de conductas que antes se normalizaban.
Las colectivas como protagonistas
No es Normal, Paca, La Errática y MÍA son algunas de las colectivas de Los Andes que conforman estudiantes y que desde sus contextos han buscado espacios para prevenir, atender a las víctimas y denunciar. Su labor pedagógica, explica Ojeda, es tan importante que ha permitido visibilizar y nombrar problemáticas como estas.De hecho, gracias a este tipo de organizaciones muchas universidades en Colombia tienen sus protocolos de atención. Además, el movimiento estudiantil en Colombia también ha pedido un sistema de educación que no refuerce el sistema patriarcal: se pide por ejemplo que en las clases se hagan lecturas de autores que vayan más allá del canon de referencia: hombres, blancos y cisgénero.La profesora Ojeda resalta cómo las estudiantes dedican su tiempo libre a trabajar en sus colectivas y la carga que asumen cuando escuchan, cuidan y acompañan a las víctimas. De ahí que afirme la necesidad de apoyarlas, especialmente cuando son también blanco de este tipo de fenómenos.En su estudio, la investigadora también analiza la noción de justicia que difiere entre las instituciones y las víctimas: “En los casos que he visto de cerca, la demanda principal de las víctimas es que estos casos no vuelvan a ocurrir, no que el agresor sea expulsado o despedido”, asegura.
Detecte si es víctima de violencia sexual ¡No dude!
Si ha vivido estas situaciones sin haberlas solicitado:
- Ha recibido comentarios con contenido sexual sobre su cuerpo o forma de vestir, con doble sentido ¡Eso es acoso!
- Ha recibido gestos o chistes sexuales.
- Ha recibido propuestas sexuales.
- Ha recibido imágenes o videos sexuales.
- Ha sido el centro de rumores sexuales.
- Ha recibido gemidos de voz en su celular.
- Ha recibido insinuaciones sexuales.
- Han divulgado fotos o videos mientras tenía relaciones sexuales.
- Ha tenido contacto forzado de naturaleza sexual.