Treinta sentencias, en el mundo, dicen que hay relación laboral entre plataformas digitales y prestadores del servicio. Ocho la niegan. “Hay altísimos niveles de subordinación”, dice la jurista Natalia Ramírez. Un proyecto cursa en Cámara. Pero ¿cómo es cuando hay que vivir de lo que tire la app?
Por Ana María Forero Pérez
am.forero@uniandes.edu.co
Amaneció y veremos
Yosbert sabía que no iba a ser fácil, pero Rosa confía plenamente en él.
Esa incertidumbre con la que salieron de Venezuela sigue estática. Cargaban un morral, bolsas con ropa y una zozobra que cobró fuerza al pasar la frontera, caminando, con el agua del río Táchira casi hasta el ombligo y con Nicole en los hombros de su papá.
Han pasado cuatro años. Cuatro en búsqueda de una oportunidad de vida que les diluya esa ansiedad que todavía les alborota la mente y el cuerpo.
Son las 7 de la mañana. Es el oriente de Bogotá. En el barrio El Triunfo, la neblina se esparce en la montaña, arrastrada por una brisa fría. Adentro, por una ventana minúscula, se cuelan los primeros rayos de sol. Reemplazan la bombilla que dejó de alumbrar hace un par de semanas. En la casa de la familia Roberts se respira un aire tibio, de hogar.
Faltan cinco días para Navidad y Yosbert espera ‘hacer su agosto’. Sus párpados sostienen el peso de una jornada que terminó a medianoche, entregando puerta a puerta pollo asado, hamburguesas, perros calientes, arroz chino… Debe trabajar más tiempo para ganar lo del diario y para la celebración que se avecina.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) reportó en 2021 que, en Colombia, cerca de 45 % de los “colaboradores” o “trabajadores” de plataformas digitales son extranjeros, como Yosbert, en un contexto de migración masiva y de trabajo informal (que llegó en 2021 a 48 % según el Dane). En la relación atípica entre las plataformas y los prestadores del servicio no se realizan, como si se tratara de empleados, aportes a salud o pensión y tampoco reciben protección frente a los riesgos laborales que supone trabajar en las calles.
El argumento de las empresas es que, quienes se vinculan, laboran con “libertad y autonomía”, sin un control subordinante.
“Hasta hace poco, el trabajo subordinado requería la presencia del trabajador de manera habitual en la sede de la empresa, el control disciplinario directo y el cumplimiento de horarios de trabajo, entre otros. Pero, a partir de la entrada en el mercado del trabajo en plataformas, los cambios se han producido de manera atropellada”, asegura el estudio ¿Son trabajadores o contratistas independientes? Balance jurisprudencial del trabajo en plataformas, de la Universidad de los Andes.
“Esto es la legalización de la explotación de los migrantes. Falta veeduría del Ministerio de Trabajo”, dice, tajante, Natalia Ramírez-Bustamante, experta en derecho laboral y doctora de la Universidad de Harvard, quien encabezó el estudio.
Él es un tipo robusto. Al decir su nombre y apellido se le despierta un ‘yanqui’ que lleva adentro: “Yosbert Roberts y tengo 38 años”, dice con pecho inflado y acento caraqueño en cada palabra. Ama la cocina. Recién llegó a Colombia fue ayudante de restaurante por 20 mil pesos día y, con la pandemia, terminó en una plataforma digital llevando domicilios.
Mientras filtra el café en una coladera cuenta que maneja su horario. También, que le hace mantenimiento a la moto que alquila y cómo armó su kit con casco, botas de lluvia, impermeable y una maleta térmica que mantiene en condiciones óptimas los alimentos que entrega. “Esto no lo dan, lo compré por mi cuenta. El combo -maleta, impermeable, cachucha y unas tarjetas con las que adquirimos los productos- sale en 170 mil pesos”.
Transitar la capital es rodar una pista de obstáculos. Cada bache es una trampa mortal para bicicletas, motos o, incluso, automóviles. Y hay que desafiar la inseguridad: “Había comprado una bicicleta; era feíta y vieja, pero la remodelé y me atracaron con cuchillo, me la quitaron y también me robaron el celular, mi herramienta de trabajo. Tuve que comprar uno de segunda”, rememora. “Ese trabajo es duro, él está expuesto todo el tiempo”, interrumpe su esposa, que espera el café en el sofá de tela a cuadros escoceses de dos puestos. Ella es experta en técnica dental, pero trabaja como mesera en un restaurante icónico del Centro.
Ninguno ha perdido el ímpetu ante una ciudad extraña ni ante el desprecio por ser inmigrantes, a pesar de haber legalizado su condición. Yosbert se hizo a una segunda bicicleta, pero se la volvieron a robar; se le llevaron hasta un paquete de salchichas, el pan y unas salsas para perros calientes. La Policía la halló desbaratada en un inquilinato del barrio Las Cruces, en donde se habían repartido hasta los pedales.
“Yo le pegué ese aviso a la moto”, dice Rosa y señala el guardabarros, donde una calcomanía representa a papá, mamá e hija sobre un letrero: ‘Mi familia me espera’.
“Es como un escudo”, complementa.
‘Libre soy’
“¿Y mi papá?”, pregunta Nicole, despelucada como la muñeca que aprieta debajo del brazo, luego de salir corriendo de una de las dos habitaciones. Es el alma de la casa. Despierta todos los días a la misma hora y, aunque tiene cuarto propio, duerme en el principal con la excusa de esperar a su papá. Sus crespos negros evidencian el orgullo heredado de Yosbert: “Mi papá es negro y mis abuelos, norteamericanos”, dice mientras se acomoda su cachucha de los Yankees de Nueva York.
Rosa alista el baño y el traje de la niña de 4 años que repite, incansable, un canto infantil: “Libre soy, libre soy…”. Antes del chapuzón, los tres se sientan por unos minutos en el sofá. En su casa, por la que pagan 500 mil pesos mensuales, la sala es también parqueadero de la moto y el comedor hace de patio de ropas. “Por ellas todo vale la pena”, dice Yosbert con la pequeña Nicole sentada en sus piernas tras un encuentro de sonrisas iluminadas.
Un yogur y un vaso de gaseosa son el desayuno de Nicole, que sale aferrada de la mano de su papá hacia la casa de Karina, la vecina a la que le pagan diariamente 10 mil pesos por cuidarla. La pequeña estalla de amor en los brazos de su padre y se despide.
Riesgo latente
La situación de trabajadores como Yosbert no es clara. En el estudio de Los Andes, las defensas de las plataformas señalan que estas “son simples intermediarias entre la oferta y la demanda de bienes y servicios”. No prestan, dicen, servicios de manera directa; conductores y domiciliarios son empresarios independientes que desarrollan su propio negocio y son libres de elegir los días y franjas horarias de trabajo. “La aplicación no fija tiempos mínimos de labor ni horas de inicio o finalización del servicio”.
“El poder de la aplicación hizo que haya más oferta de trabajo, aunque las condiciones se deterioraron, más aún con la pandemia —explica Ramírez-Bustamante— Después de esto, se puede decir que hay altísimos niveles de subordinación. No existe, por ejemplo, libertad para decidir si al domiciliario no le interesa tomar un pedido”. La abogada se refiere a que si el prestador del servicio no acepta alguno, “le disminuye la cantidad de domicilios al día”.
Yosbert anuda sus tenis de basquetbolista. Desliza la moto sobre par tablas de madera que cubren dos escalones en la puerta de la casa, Rosa se echa al hombro la maleta térmica de los pedidos y se montan en la motocicleta arrendada por 120 mil pesos mensuales, pero, al encenderla, un ruido inquieta a Yosbert: “Se rompió la guaya”. Otros 10 mil pesos menos. No puede darse el lujo de perder un día de trabajo.
Mi jefe, un algoritmo
¿De cuánta gente estamos hablando? Fedesarrollo estima que cerca de 200 mil personas trabajan con plataformas digitales. Precisarlo es difícil: la pandemia, el desempleo y la situación económica han podido impulsar más trabajadores hacia ese sector, al mismo tiempo que la demanda de servicios también se incrementa por parte de los usuarios.
Rosa se queda en la cigarrería. Yosbert y otros domiciliarios comparten empanada y gaseosa bajo la sombra de un árbol en la plazoleta de Las Aguas, mientras la aplicación les ‘bota’ algún servicio. Es su centro de operaciones. “Hay domiciliarios muy celosos. En Chapinero no dejan que vayan extranjeros como nosotros”.
Estas innovaciones digitales aportan entre 0,2 % y 0,3 % del PIB del país. Así lo indica el estudio Las plataformas digitales, la productividad y el empleo en Colombia, realizado por Fedesarrollo en 2020 y financiado por una de las empresas más reconocidas del sector. Destaca, además, la innovación, la bancarización, el uso de nuevas tecnologías, beneficios a diferentes tipos de colaboradores y bienestar entre los usuarios. No obstante, afirma que “se presentan menores niveles de cotización a seguridad social. En parte, por falta de esquemas viables de contribución para independientes que ganan menos de un salario mínimo o para migrantes”.
Para el economista y viceministro de Empleo y Pensiones, Andrés Uribe, “el tema, en el mundo, no es fácil. El Ministerio de Trabajo busca adaptar la contratación a la legislación actual; se busca vincular a estas plataformas a la norma ya existente”.
“El Código Sustantivo del Trabajo sería la respuesta si existe una relación laboral -agrega la abogada Ramírez-Bustamante-. Es claro que sí hay falsas promesas y las condiciones y el modelo deben replantearse”. Los colaboradores, a juicio de Uribe, deben estar vinculados a los pisos de protección social.
Un proyecto de ley de Mauricio Toro, representante a la Cámara, busca eso, garantizarles la seguridad social. La iniciativa, concertada con varios sectores, propone un “colaborador autónomo”: un empleado que presta servicios a clientes finales a través de una o varias plataformas de economía colaborativa con recursos propios. Estarían afiliados al régimen de seguridad social (salud, pensiones y riesgos laborales) como independientes, cotizando mes vencido y conservando autonomía en sus horarios, y las plataformas asumirían los aportes a la ARL y el pago de seguros. La iniciativa está en trámite en la Comisión Sexta.
Yosbert suma horas, pedidos y kilómetros. Rosa y Nicole, días y calendarios en Colombia. Sobreviven el día bajo el clima bipolar de Bogotá y la mirada inquieta de Yosbert permanece ante la pantalla quebrada. Ahí está puesta su esperanza de conseguir esos 60 mil pesos que le permitirían apagar la moto y quitarse el casco, seguro de que tuvo un buen día.