¿Seguro quieres cancelar a alguien? Roban millones, incendian a sus fans o viven del odio y no los cancelamos: algoritmo y fanáticos los aman… ¿Cancelar o no en esta era del yopitalismo?

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"La cultura de la cancelación existe porque es un excelente negocio para la viralidad de las plataformas, para los políticos sin ideas que quieren producir daño en los rivales, para los periodistas sin reportería": Omar Rincón

Los viejos decimos matoneo, boicoteo, joder. Los nativos digitales crean nuevas palabras en inglés, dicen funar, rostear, stalkear. Y todo bien, son formas del disentir un poco insoportables, pero ya. Cada uno nos ganamos el matoneo o el funeo que merecemos. Pero estamos en el siglo XXI, habitamos en el ecosistema digital y se produce la coolture donde todo se yoifica, fluye, conecta y es fiesta. Eso de la Cultura (con C mayúscula), la civilización, los libros y la modernidad se les deja a las universidades y profesores.

La coolture politiza distinto por causas como los feminismos, el medio ambiente, la diversidad: ‘Mi estilo de vida no es una ideología, sino una causa’. Y su tonito es la cultura de la cancelación. Algo que nos preocupa a los jurásicos (dícese sobre todo de culturosos y profesores universitarios). Y a miedo de que me cancelen, intento un balbuceo al respecto.

Escuchamos frases como: “No es lo que dijo, es como lo dijo; fue el tonito”, “no se ponga así, ay tan delicadix”, “era un chiste, es que ya no se puede hablar”. ¡No! el asunto no es de “tonito”, no es de ser delicado, no es de chistoso. No es de libertad de expresión y es “mi opinión”.

El asunto es que estamos en unas éticas políticas distintas basadas en activismos, derechos, yopitalismo —de solo yo importo—. Por eso, ya no es ‘normal’ que sigamos siendo unos bárbaros y trogloditas, hay una exigencia por ser coherentes, basarnos en argumentos, respetar la dignidad humana, salvar el ambiente, el mundo y salvarse a sí mismo de su fragilidad distópica.

Todo bien, si usted cancela en sus mundos íntimos, es su problema; y debe sufrir mucho negando al otro… vaya al analista. El problema es cuando la cancelación se convierte en “causa” por la que se odia, se mete miedo, por la que se milita y activa políticamente afectando la vida pública.

La cultura de la cancelación

Le decimos “cultura”, debe ser porque es un modo común de habitar el sentido en modo público. La “cancelación” parece la marca de los habitantes de las especies digitales, el yopitalismo y la política celebrity. Se podría llamar comportamiento surgido por las redes digitales, o triunfo de la política del odio, o belleza del capitalismo de las emociones. Sin embargo, es mejor hablar de cultura porque ya hace parte de nuestra vida cotidiana y nuestro modo democrático en el siglo XXI.

En Sevilla, en un debate electoral televisivo, el profesor de comunicación y ahora electo por Sumar, Francisco Sierra, durante todo el debate no miró a su oponente de extrema derecha, Rocio de Meer, la canceló o despreció como interlocutora.

"Señor Sierra: lleva todo el debate sin mirarme. ¿Usted no es del partido de las mujeres, el partido feminista? ¿Por qué no me mira a la cara?", le dijo en el debate la diputada de Vox.

Sierra explicó:

"Fue un gesto de indignación, pacífico, ante un discurso del odio que todos están aceptando como natural". Esto no es digital, es una acción persona a persona en un show político.

La líder de Sumar, partido de izquierda, Yolanda Díaz, dijo que ha llamado a Sierra y a sus filas para “debatir de frente” con Vox. En esa misma elección, el líder de Vox, Abascal, canceló a todos los medios asociados a El País y a todo el que haga preguntas incómodas. Y dijo: “Se escandalizan porque hemos cancelado las agendas culturales, ¿qué esperaban?”, “los hemos cancelado, los vamos a cancelar y los cancelaremos”. Esto no es digital, es el juego de los líderes políticos en el siglo XXI: unos cancelan, otros intentan no hacerlo, pero si hay que hacerlo, ajá.

Pongo estos ejemplos lejanos para no herir susceptibilidades de por aquí, y ganarme la cancelación cercana. Lo que quiero decir es que no podemos otra vez “echarle” la culpa a la gente, esos ignorantes que no saben, a los fanáticos que no piensan con su propia cabeza sino con una bandera como barras bravas del fútbol, a las redes digitales que, según Umberto Eco y los más ilustrados modernos, es donde hablan —y sin regulación— “legiones de idiotas” del pueblo.

No es de víctimas y culpables…

La culpa, tampoco es de la sociedad. Menos de lo digital. Esto es el capitalismo “para todos”. Y todos creen que pueden, por lo menos, cancelar.

Esto es el fracaso de la modernidad política de ideologías, partidos, consensos; la modernidad intelectual de los argumentos y las ideas perdidas en capillas académicas para citar ídolos incomprensibles; el fracaso del capitalismo del bienestar donde lo colectivo importaba más que el yo. Esto es el triunfo del yopitalismo: tené plata (¿cómo?, no importa, como influencer, futbolista, cantante, narco, corrupto da lo mismo… importa the new money, llaman) y exhibirla consumiendo al estilo South Beach.

La cancelación es un estilo cultural del capitalismo y de nuestros líderes cognitivos en lo intelectual, político y cultural. Los que se creen inteligentes huyen de las masas y de hacer sentido colectivo; entonces, se produce una nueva subjetividad, militantes en ‘copy’ poderosos por ser mantras que se repiten muy fácil en nombre de una creencia, un odio, un miedo. Y así todos hemos llegado a militar y cancelar en nombre de nuestras creencias. Y digo todos, no solo los de dios, o patria, o familia, o propiedad… sino de feminismo, medio ambiente, diversidad, derechos.

Nuevas subjetividades que parecen estar inspiradas en el fútbol, un sí mismo que se mueve por su militancia en una camiseta. Los que hacen la política han llegado a todo con tal de ganar, los que hacen el negocio financiero y digital explotan estos fanatismos: gana el capitalismo, pero nos volvemos frágiles y sensibles a todo, entonces jugamos a cancelar.

La verdad está en que no somos tan resistentes a cualquier tipo de retroalimentación sobre las personas que somos. Nos dijeron que éramos geniales, entonces la reacción alarmada es ¿cómo así que no? Y pasamos a ser miembros de tribus reconfortantes, evangélicos de nuestras causas, felices evitando disentir.

Goldy Levy en Cerosetenta, cuenta:

Los jóvenes "no están buscando una relación o incluso sexo casual, sino que buscan recibir cumplidos y validación. Solo buscan la interacción virtual, esa línea que les suba el ego y nada más".

El analista Tomás Aguerre dice que somos incompetentes “en simbolizar la ausencia del otro”, por eso preferimos la hiperconectividad y que el lazo de vínculo actual es “la ansiedad” de ser tomados en cuenta. Por eso, todo lo que no es como uno, está cancelado (sigue, abajo de este Manifiesto de antídotos).

 

Manifiesto: en modo 'nueva era', que cada cual cree su propio canon y 'pare de sufrir'. Aquí, algunos mantras — Omar Rincón

Manifiesto de antídotos en esta época en la que pasar tiempo en redes es un fin: en modo ‘nueva era’, que cada cual cree su propio canon y ‘pare de sufrir’. Aquí, algunos mantras — Texto de Omar Rincón (clic para ampliarlo)

El dilema

La cultura de la cancelación existe porque es un excelente negocio para la viralidad de las plataformas, para los políticos sin ideas que quieren producir daño en los rivales, para los periodistas sin reportería que solo están interesados en gritar su ego, para el yopitalismo.

Uno, todo inútil, piensa que peor para ellos, quienes odian sufren mucho, viven en su miedo de que los otros no sean su espejo, y eso daña ‘al sí mismo’: se sufre mucho odiando, es una felicidad basura.

Y ahí viene el funar y cancelar para hacer sentir “la vergüenza social” y usarla como una herramienta para el cambio social. Solo que los de Vox o la Cabal o Polo, no tienen eso, ellos se sienten orgullosos de eso. Y los buenazos se la pasan felices pegándole a cada estupidez entre ellos, son adictos a su maltrato simbólico.

Que cancelemos al troglodita es una opción personal. Y cada uno tiene todo el derecho de simplemente huir de ellos y ellas.

Por mi felicidad, alegría y dignidad no sigo, no entro, no veo a políticos, medios, periodistas e influencers que solo buscan hacer daño a otros. No puedo. No los cancelo. Solo opto por no entrar en sus canchas de indignidad.

Peeeeero… que los habitantes de las éticas políticas del siglo XXI, digamos feministas, diversos, ambientalistas, defensores de derechos humanos que promueven un capitalismo del cuidado, de todos, de lo común, de la amistad, de la alegría… que elles celebren y jueguen en la cancha de la cancelación es algo que me perturba y molesta. Hace poco le pasó al medio feminista manifiesta.org que por una equivocación periodística de una fuente fue acusado el medio por una persona ilustrada de “atentar contra la lucha política feminista”, era un error periodístico subsanable fácilmente, pero no, fue campo de batalla para darse en la jeta. Raro esto de que los progres del mundo se peguen tan feo entre elles y usen esa animosidad contra los que son les compañeres de causa. Mientras tanto, los del otro lado, se ríen, burlan, ganan titulares y elecciones.

No todo es igual

A los corruptos, que roban millones, no los cancelamos ni de las redes ni de los medios ni de la vida social. Tampoco a los políticos que incendian a sus fans. Menos a los periodistas del odio. Es más, celebramos que lo logren. Sé machista, racista, xenófobo, anti-derechos y odia, miente, matonea, destruye… y serás amado por el algoritmo y los fanáticos digitales.  Sé feminista, ecololo, diverso radical y matonea y cancela a los equivocados de tu causa y serás un genio de clics.

Solo en un caso no da lo mismo. El acoso sexual. Ahí es el único asunto público en que cancelar tiene relativo éxito.

Tal vez deberíamos hacer lo mismo con los corruptos, abusadores, violentos, políticos, periodistas de la new money y todo por la fama. ¿Y la justicia? Pues bien, no existe sino para defender a corruptos, machistas, acosadores, difamadores políticos… Por eso, tal vez, la cancelación sigue siendo la única estrategia justiciera que ha sido apropiada digitalmente.

Luisa, joven y digital, concluyó el asunto así: “La cancelación se ha convertido en un fin en sí mismo. Antes era un medio para denunciar violencias de todo tipo y ahora parece la solución, como si la denuncia fuera a detener las prácticas que se denuncian. Hay muchas preguntas pendientes, por ejemplo: ¿Qué sigue después?, ¿cómo la “cancelación” contribuye a otros procesos de reparación?”.

* Ómar Rincón es profesor del Centro de Estudios en Periodismo —Ceper—, de la facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de los Andes.

Cancelar a alguien se ha vuelto una ley política y social en plataformas digitales. ¿Es tan bueno como parece?

Cancelar a alguien se ha vuelto una ley política y social en plataformas digitales. ¿Es tan bueno como parece? Te tenemos más preguntas — Omar Rincón se le mete al tema.

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