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Ochenta años después Carlos Ramírez Escobar examina las fracturas del orden liberal y la urgencia de construir un nuevo equilibrio global, tras la Segunda Guerra Mundial

Por:

Análisis de Carlos Ramírez Escobar

 

Luego de la Segunda Guerra Mundial surgió, en Occidente, un modelo de orden mundial resultado de dos hechos: la derrota del fascismo, por un lado, y la competencia con la Unión Soviética, por el otro.

Convencidos de que la alianza entre capitalismo y democracia era la clave para contener el socialismo soviético y evitar el retorno del fascismo, las potencias vencedoras impulsaron instituciones de inspiración liberal como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Comunidad Europea del Carbón y del Acero —base de la actual Unión Europea— y el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), antecedente de la Organización Mundial del Comercio (OMC).

En el mismo espíritu, y bajo la premisa de que los derechos humanos eran condición necesaria para la democracia, se crearon la Corte Internacional de Justicia, el Comité de Derechos Humanos de la ONU y la Corte Penal Internacional.

Este entramado institucional, guiado por el multilateralismo, fue impulsado por Europa, pero consolidado bajo la hegemonía de los Estados Unidos, que también promovieron la creación de la OTAN como brazo político y militar de esa alianza transatlántica.

Sin embargo, como todo proyecto hegemónico, el orden liberal implicó asimetrías. Privilegió los intereses de Estados Unidos y Europa sobre los de otros países, y sostuvo alianzas basadas en un doble discurso para contrarrestar al enemigo soviético. Mientras se proclamaba defensora de la libertad y la democracia, Washington apoyó dictaduras y gobiernos violadores de los derechos humanos en Chile, Argentina, Brasil, Irán, Irak o Egipto.

La promesa liberal de un crecimiento compartido, sustentada en la globalización y el libre comercio, produjo resultados ambiguos. En la periferia coexistió con altos niveles de desigualdad y concentración de la riqueza. En materia de derechos humanos, las instituciones del orden liberal mostraron graves limitaciones, como lo evidenciaron los genocidios de Ruanda y Bosnia, y los dobles estándares aplicados a Israel, exento del cumplimiento de normas universales. El actual genocidio del pueblo palestino en Gaza es el capítulo más reciente de esa historia.

Restaurar el orden mundial liberal no parece una alternativa viable. Nunca cumplió plenamente sus promesas, aunque durante décadas sirvió como legitimación de la hegemonía occidental. Hoy, la credibilidad de ese sistema se erosiona tanto por causas internas como externas.

Internamente, el neoliberalismo subordinó la democracia a la lógica del mercado. El autoritarismo de derecha, el Brexit y las presidencias de Donald Trump son síntomas de esa tensión. Estados Unidos se retiró de acuerdos internacionales como los de París, la UNESCO, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y la OMS. Incluso la OTAN, símbolo del orden posterior a 1945, atraviesa una crisis profunda.

Externamente, el declive del orden liberal coincide con el ascenso de nuevas potencias. China y la Rusia postsoviética lideran el bloque de los BRICS, que desafía el modelo económico diseñado a la medida de Washington y Bruselas.

La crisis también se refleja en la incapacidad de las potencias occidentales para actuar coherentemente frente a los conflictos contemporáneos. El caso de Gaza no es la causa del colapso del orden liberal, pero sí su síntoma más visible y el símbolo de su decadencia moral.

Frente a este panorama, el desafío no consiste en restaurar un sistema que agoniza, sino en construir uno nuevo. Las crisis pueden servir para reproducir lo viejo bajo nuevas reglas —como el New Deal tras la Gran Depresión—, pero también para imaginar alternativas. El problema es que las viejas potencias rara vez ceden sin resistirse: el orden liberal es hoy un muerto viviente que finge vitalidad.

La tarea, especialmente para los Estados del Sur Global, es impulsar un orden alternativo, basado en un nuevo cosmopolitismo y en una reinterpretación del papel de las instituciones internacionales. No se trata de abandonar por completo la herencia liberal, sino de reinterpretarla bajo categorías jurídicas, económicas y políticas renovadas.

Un orden postliberal, capaz de rescatar lo mejor del pasado y superar su mentalidad imperial, podría abrir un nuevo capítulo de la historia global, uno que coloque en el centro la justicia, la cooperación y la dignidad humana por encima de la hegemonía.

 

Acerca de Carlos Ramírez Escobar:
Filósofo y politólogo de la Universidad de los Andes y
doctor en filosofía por la Ruprecht Karls Universität Heidelberg.

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Vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento personería jurídica: Resolución 28 del 23 de febrero de 1949 Minjusticia.

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